Un virus de lo común: el negocio del siglo
Artículo de opinión de Ekain de Olano para Hala Bedi sobre la crisis del Covid-19.
¿Y mañana cómo recordaremos el coronavirus? ¿Cómo la pandemia que segó innumerables vidas o cómo aquellos días de estar juntos? Y es que, pese a todos los males que nos ha traído el virus, hay algo que nos obliga a permanecer con aquellos a quienes más queremos. Sobre este amor se construye todo lo que tenemos en común, que no es otra cosa que el deseo de ver nuestros cuerpos compartiendo las alegrías de la vida. Junto a ellos queremos disfrutar de las riquezas que cada uno de nosotros esconde. Esto significa exigir los derechos de la vida y el poder compartirla; es lo que tenemos en común.
Resulta que no somos los únicos en darnos cuenta de la riqueza que la vida esconde. Y es que el capital y las estructuras de poder a su servicio han visto en ella un negocio tan real como la misma muerte. ¿Cuántos miles de millones se han gastado unos y otros, con el interés velado de evitar el fallecimiento de las personas? Quien se beneficia de ello jamás lo sabremos; pero, podemos estar seguros de que el capital siempre gana.
En esta crisis aún más caótica que la vivida en el 2008, vemos la relación antagónica existente entre la vida, que se abre camino, y el capital, que en su beneficio, de mano de la tristeza, le cierra el paso. Una relación en la que el poder financiero pretende decidir por encima todos de nosotros quién debe vivir o, por el contrario, quién debe morir. Una realidad que ha gobernado los cuerpos de aquellos que durante años vivieron y aún siguen viviendo bajo el yugo del colonialismo y/o del patriarcado.
¿Y si, por fin, aprendiéramos la lección?. ¿Y si de esta crisis aprendiéramos a cuidar de nosotros mismos y que, para ello, también fuera necesario cuidar de todo un ecosistema?.
Es evidente que este reto exige de un proyecto de vida compartido. Descubrir ese telos exigiría una redefinición de lo público. Lo cual significaría tener que responder a la pregunta del porqué hoy, confinados en nuestras viviendas, estamos juntos y viviendo esta cruda realidad en las ciudades y pueblos de Euskal Herria.
Redefinir lo público es descubrir otra forma, nueva, de gestionar la vida en común: un proyecto que, a diferencia del capitalismo, no entiende de propiedades. Un proyecto que, ante las carencias sistémicas que ha dejado a la vista esta crisis del coronavirus, se ve abocado a improvisar para salvar la vida. Pues este estado, que está bajo mínimos, creyéndose dueño de quienes aquí vivimos, decide confinarnos para evitar tomar la decisión, a la cual parece estar condenada nuestra sociedad, “tú si y tú no”; es un modelo de estado que hoy ya ha fracasado.
Es el estado neoliberalista, que prosigue en su esfuerzo por hacer triunfar la revolución capitalista, quien ha decidido vaciar lo público. Y si bien él sabe que el poder centralizado y, en consecuencia, autoritario, es capaz de ocupar dicho espacio, bajo imperativo legal, es igualmente conocedor de las carencias de las cuales es víctima. En consecuencia, de igual forma que lo hacemos nosotros, confía en toda esa gente que hemos visto organizarse, con el único afán de rescatar aquella palabra, que escrita en el artículo 222 de el Tratado sobre el Funcionamiento de la Unión Europea* se lee solidaridad.
Solidaridad que, improvisando, crea máscaras de respiración donde antes solo existían máscaras de snorkel. Es la sabiduría social y la cooperación que, para salvar la vida, se las ingenia y crea riqueza. ¿Y si esta vez aprendiéramos la lección? ¿Y si exigiéramos, por tanto, los derechos de lo común? Entonces, ya no serían los mismos de siempre quienes se beneficiarían de la inteligencia colectiva en pro del beneficio propio. Justamente esta es la crisis o mejor dicho la revolución que el capital no desea. La omnicrisis, en la cual el capital siempre gana, se agita hoy por la voz tranquila de un niño que, de pronto, proclama que el rey está desnudo.
*TÍTULO VII. CLÁUSULA DE SOLIDARIDAD. Artículo 222. La Unión y sus Estados miembros actuarán conjuntamente con espíritu de solidaridad si un Estado miembro es objeto de un ataque terrorista o víctima de una catástrofe natural o de origen humano. La Unión movilizará todos los instrumentos de que disponga, incluidos los medios militares puestos a su disposición por los Estados miembros
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