Hayas
Tiempos confusos también en Mendialdea.
Ha llegado la primavera con un color azul hielo que congela los brotes nuevos que se atreven a salir entre las viejas, gastadas y ajadas hayas por el paso de este invierno; un invierno extraño que ha impuesto unas condiciones fuera de ciclo que desorientan el camino vital seguido durante años por estas habitantes de montaña. Condiciones que, si bien parecen que les facilitan y alivian el tránsito de esta estación por su confortable suavidad térmica, la realidad de estos seres nos muestra las carencias vitales a las que ya se están enfrentando, carencias que repercuten en los brotes renovados que empiezan a asomar sus cabezas llenas de sabia nueva.
Y en este cambio de condiciones nos hemos quedado atrapadas como las hayas que ya no pueden garantizar la protección necesaria a sus retoños para que puedan desarrollarse en todo su esplendor, sin cercenar sus capacidades de reactivación y creación, para que puedan construir nuevos paisajes en tiempos dispares.
Y nos hemos quedado atrapadas porque se asumen las nuevas condiciones como propias, como rutas necesarias por las que transitar para llegar a un nuevo estado de vida. ¿Rutas que se van definiendo con la voluntad de soberanía según las vamos recorriendo o rutas marcadas de antemano por seres ajenos a nuestro sentir cuya presión nos obliga a ocuparlas en la apariencia de allanar el camino hacia la intención y el deseo de no sometimiento?
Estas rutas son para recorrer y defender nuestro bosque de hayas o son para que nuestro bosque pierda su identidad autóctona integrándose y formando parte del arbolado artificial al que continuamente fumigan para que las malas hierbas estén bajo control, aunque eso suponga el envenenamiento masivo de nuestro medio de pertenencia.
Esas mismas malas hierbas que todavía resisten al cultivo masivo y artificial y que difícilmente son doblegadas, esas que le dan la cobertura y base necesarias a nuestro bosque de hayas y permiten retener y guardar en su capa la humedad y los nutrientes suficientes para que las hayas resistan y puedan rebrotar y reproducirse tanto en circunstancias favorables como
adversas.
Sí, queremos bosques vivos y no jardines estructurados y modelados según el gusto de esos ficticios propietarios que usurparon y dominaron estas tierras, tierras que hoy son transmitidas por herencia simulando reinos que pasan de la mano del rey muerto al hijo coronado para tal fin con la alianza lucrativa de los nativos guardianes que le facilitan el traspaso.
Tierras que un día fueron fértiles, diversas y vivas por sí mismas, que mantenían mutuamente a los seres que en ellas coexistían, gobernándose entre sí, y que hoy están al límite de una parálisis de vida, encementadas de progreso, ahogadas por los que dicen custodiarlas.
Custodia sostenida por unas leyes de otra tierra, de otro sistema, de otro pensar, de otro hacer, custodia que nos arrebata continuamente brotes nuevos y los congela, los embota, los desfigura, los presenta en el expositor de los poscritos para mofa y escarnio de los cortesanos, como trofeos de caza de territorios indómitos, expositor adornado de un fingido atractivo con el fin de hechizar hayas con la promesa de un bosque soberano.
El bosque, el bosque susurra, las hayas hablan en su lengua primigenia y se pasan el testigo, unas a otras, en una carrera sin fin. El bosque, el bosque nos acoge y nos da la estructura necesaria para una constante transformación.
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