La navidad infinita
Todos los años el mismo dilema. Regalar, qué regalar. Parece que no aprendemos de la experiencia de años anteriores que seguimos rompiéndonos la cabeza pensándo en qué le puede gustar a cada persona de nuestro entorno y en este tema, para gustos colores. Cada hogar es un microcosmos en el que se celebra de formas totalmente peregrinas y únicas.
Hay quien no celebra, ni regala ni pone una mota de espumillón en la repisa y hay quien no deja ni hueco para respirar entre tanta purpurina. No hay por qué juzgar ni lo uno ni lo otro. Me parece lícito querer emborracharse con el colorido, las luces y la abundancia de estímulos que ofrece la navidad o no querer probar ni gota de este brebaje edulcorado.
Otra cosa muy distinta es la presión por regalar, por agradar y por quedar bien fomentando que cada año no hagamos más que contribuir al consumismo sin sentido, en esa vorágine de bolsas y más bolsas (de plástico por supuesto) que cada vez nos hace más nulas para pensar por nosotras mismas.
Lo que quiero decir es que la constante avalancha de anuncios, productos y atractivos que se nos ofrecen en navidad hace que nazca la necesidad de comprar, de adquirir el producto final sin que haya más esfuerzo que el de meter el pin de la tarjeta. Por eso, la sociedad de consumo, que alcanza su apogeo en el mes de diciembre, nos empuja a la inercia de no pensar, de no hacer, de no actuar. Parece que seamos las corderitas guiadas por el gran pastor del capitalismo.
No toda la culpa se la podemos achacar a esas entidades externas a nuestra persona sino que nosotras, con la máxima de “cuanto más cómodo sea mejor” nos volvemos perezosas, acríticas y sin un ápice de imaginación ni poder creativo. Es decir, que para lo único que usamos nuestros cerebros y manos es para decidir si a mi hermana le gusta el jersey rojo o el verde y para sujetar los miles de paquetes. ¿Por qué no mostrar el cariño y regalar a quién cada una queramos sin ningún tipo de expectativas ni presión?, ¿por qué no rebuscar en nuestras casas llenas de opulencia y utilizar las manos y el cerebro para fabricar algo que de verdad nos cueste?
Con todo esto no quiero dar la impresión de ser el Grinch de navidad, particularmente es una época que disfruto mucho y todo lo que sea ser detallista con los demás y juntarse al calor de una buena conversación me parece indispensable. Me encantan las luces y la magia que se respira en la calle pero soy consciente de la hipocresía subyacente. Parece que haya una época para ser feliz, para juntarse con los seres queridos y para la ilusión.
Esto me recuerda a algo que me dijeron hace poco. Todas tenemos que ser más Porrotx cada día. El personaje y la persona que muestra su cariño a las demás en todo momento, que vive cada momento como un regalo y que nos envuelve con su magia para que nos sintamos únicas. Aprovechemos estas navidades para pensar un poco más en Porrotx y en cómo darle la vuelta al dilema de cada año para por fín instaurar una navidad contínua.
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