Todas tenemos uno
Todas tenemos uno. En conversaciones con diferentes amigas te vas dando cuenta que todas hemos pasado por relaciones que desearíamos no haber tenido. Todas tenemos una ex pareja que nos llevo a los infiernos. Quizás en momentos más tiernos de la adolescencia cuando aún tenemos los bordes borrosos o en la madurez, cuando suponemos tener los límites más marcados que las pinturas románicas.
Es a la vez reconfortante y aterrador compartir con tus amigas y familiares la terrible experiencia, porque sabes que tienen capacidad de empatizar pero a la vez piensas: ¿acaso es un rito de paso de toda mujer? Parece ser el obstáculo tras el cual se haya la resolución de la trama y tras el que la protagonista ha evolucionado y dirige su camino en la dirección correcta.
Esto es algo aprendido a raíz de compartir relatos comunes. Una noche hablas con una amiga sobre un novio que tuvo a los quince, luego le cuentas tú los pormenores de tu relación pasada, otro día charlas con otra sobre los mensajes que sigue recibiendo de su ex pareja…Y todas compartís el mismo espejo. Con variaciones en intensidad o gravedad, sientes cada herida como tuya.
Las marcas que dejan quizás no se borren nunca y hayan producido un daño irreparable, además, suelen venir acompañadas de la incomprensión de tus amigos, “¿pero tú no eras feminista?” y del cuñadismo de tus familiares, “ya te dijimos que no era bueno, tenía un lado oscuro”. Bueno, si fuese tan fácil como vestirse de negro y llevar espada láser, el mundo sería una constante recreación de la Guerra de las Galaxias. Ah y no me olvido de los ofendidos: “no todos somos así”. Vale, vale, pero aparta el radar de tu ombligo.
Y aún así, aunque fuese tan obvio como llevar un neón en la cabeza advirtiendo de los peligros de tener una relación con esa persona, lo obvio muchas veces no suele ser evidente. Tan evidente como dejar las lleves siempre en el mismo sitio para no perder tiempo buscándolas. Sí, es obvio, pero seguimos sin hacerlo.
Lo peor de todo es que una vez esa relación ha acabado, en ciertos casos, suele haber una recaída. Suele venir acompañada de insistentes mensajes y llamadas, de falsas promesas, de utilizar algún apelativo cariñoso o acordarse de algo importante, de preguntar por la familia u ofrecerse como hombro en el que apoyarte.
Esto puede durar meses o años, con intervalos de desaparición del sujeto y vuelta a la carga con la artillería más pesada: la manipulación, el chantaje emocional o el victimismo.
Basta ya de compartir monstruos dentro del armario, basta ya de peajes por ser mujer, porque esa pandemia pasa de aterrorizarte de noche a habitar tu mente el resto de tu vida.
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