Sin miedo

Hoy sentimos tristeza, dolor y rabia cuando vemos lo que ocurre en muchos lugares del mundo. Afortunadamente, todavía no se ha apagado completamente nuestra sensibilidad. Nuestra piel endurecida sigue captando señales de alerta. Ahí fuera ocurren cosas inmorales e injustas: hambre, guerra, humillaciones, genocidios, etnocidios, ecocidios. Una larga lista.
Pero podemos revertir la sitación. La tristeza, el dolor y la rabia son pasiones políticas que pueden transformar la realidad.
La gran mayoría de los ciudadanos se perciben como espectadores impotentes ante el desfile de crueldades que se suceden todos los días en el mundo. Una impotencia individual y colectiva. ¿Salir a la calle y manifestar nuestra indignación? ¿Para qué? ¿Con qué propósito?
Varios factores explican el debilitamiento de la voluntad colectiva para protestar contra las injusticias que se suceden todos los días sin que seamos capaces de “levantarnos”, de actuar. ¿Qué explica nuestra parálisis?
Por un lado, la sensación de qué protestar no sirve para nada. Las protestas inútiles son fuegos que se apagan solos. Los gobiernos han aprendido que, en ocasiones, es suficiente con retirarse un poco para que las protestas pierdan fuerza, como una ola que se encresta amenazadora para luega diluirse mansamente en la playa.
Por otro, las protestas se manipulan. Los bulos, las mentiras, las verdades alternativas, hacen mella en las convicciones más firmes. Las redes sociales son una herramienta fundamental para producir este efecto anestesiante. Utilizan nuestra incapacidad para mantener la atención y analizar con mirada crítica y radical los acontecimientos. Concentrados en los efectos, no atendemos a las causas subyacentes.
La propia complejidad de los desafíos nos abruma. La dificultad nos desconecta. La reacción natural del ciudadano es constatar: “no entiendo de lo que están hablando”.
En estas condiciones, ¿cómo organizar la protesta para que sea más efectiva, es decir, para que pueda ser un motor de cambios y transformaciones?
Algunas reflexiones:
Tenemos que cambiar el estado de ánimo, sacudirnos esa sensación de impotencia y conformismo que conduce a la apatía. Nada puede hacerse, nos dice la realidad y sus titulares. Sois espectadores encadenados a ese espectáculo atroz de sufrimientos en directo. Observad cómo caen las bombas, cómo mueren los niños, cómo desaparece la esperanza.
Las imágenes del presente ladran, muerden nuestra conciencia. No actuar es una indecencia. El que simpatiza en silencio, el que calla cuando puede hablar, el que mira hacia otro lado, el que se aparta cuando puede intervenir, asumiendo un riesgo, es culpable.
Judith Butler nos propone un guión para enfrentar la tiranía con tres condiciones: “quien habla expresa lo que considera verídico, quien habla cree estar diciendo la verdad” y, finalmente, la más importante de todas, “quien habla asume un riesgo por el mero hecho de hablar”. Un buen programa para alimentar el fuego de la protesta.
Para que sea efectiva la protesta debe ser radical. Partir de un análisis de las causas que han producido los acontecimientos contra los que se protesta. No centrarse solo en los efectos, ir más allá.
Debe ser capaz de durar, de permanecer en el tiempo. La capacidad organizativa es fundamental. Es la que permite distribuir el esfuerzo, compartir las responsabilidades, pasar el testigo a otros actores cuando sea preciso.
La protesta debe estar orientada por una brújula moral humanista. Debe huir del atajo, saber combinar paciencias y urgencias, ser capaz de aprender de los errores. Estar habitada por la duda. Ser antidogmátiva, mostrarse hostil a los Torquemadas que quieren arrojar al fuego eterno a todos los que no opinan como ellos.
La protesta debe entrañar riesgos. Un camino despejado es sinónimo de que no vamos por el buen camino.
Es urgente sustituir nuestra compasion inerte por indignación actuante. Dice Susan Sontag que “la compasión es una emoción inestable, necesita traducirse en acciones o se marchita”. Y continua “nuestra simpatía proclama nuestra inocencia así como nuestra ineficacia”.
Como reclamaba Gramsci en 1917, hay que tomar partido.”Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano”.
Joxean Fernández
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