Raíces y frutos
Muchos pueblos hemos elegido el árbol como símbolo de la persona humana, tanto individual como colectiva. Se han empleado con este fin el roble, el olmo o el tejo. Bajo sus sombras se reunían las autoridades de las aldeas para dirimir conflictos, apaciguar ánimos caldeados y establecer reglas de conducta comunitaria.
El árbol hunde sus raíces en la tierra, se eleva con su tronco que luego se ramifica y se alarga hacia arriba en copa que se llena de hojas en la época propicia. Allí pueden posarse y anidar las aves.
El ser humano y las comunidades donde vertebra su existencia, para desarrollar una identidad plena han de ser fieles a sus raíces y abrirse luego a una apertura más fecunda, cuanto más universal.
El árbol más significativo es el de Guernika, símbolo de nuestro Pueblo Vasco y de las libertades de toda Euskal Herría.. En una estrofa del himno, el Gernikako arbola, obra del bardo Iparagirre, se canta “ Eman ta zazu munduan frutua”. “Da y esparce tus frutos por el mundo entero”. Porque unir tradición con revolución es el camino más directo hacia una sociedad con ansias y búsqueda de la libertad, de la verdad, del autogobierno y de la virtud (cívica y personal), sin aparato estatal ni clase patronal.
NO HAY DEMOCRACIA CON HAMBRE, NI DESARROLLO CON PROBREZA. ¿Acaso hemos logrado hoy una ética de mínimos, de carácter universal, se han impuesto de verdad los Derechos Humanos, del hombre y de la mujer?
Hay dos formas de traicionar esa doble misión. Una es desarraigarse, renunciar a los propios orígenes. La otra, encerrarse en la raíz, con negativa a abrirse, a abrazar un horizonte cada día más amplio.
Cada uno de los Pueblos que conforman la vieja Europa tiene sus raíces. Conocerlas y amarlas es la única forma de ser auténticamente europeo. Pero sin olvidar que bien pronto se entrecruzaron y de ese cruce surgió el tronco robusto de Europa, más la savia que aportaron las invasiones germánicas forman el ámbito común de la cultura europea, desde el Atlántico a los Urales.
Artes como la Música, la Danza, la Pintura la Arquitectura y la Escultura desbordan los límites nacionales y se desarrollan en un mestizaje fecundo.
Shakespeare, Cervantes y Dostoyevski son las cumbres de una literatura que reveló los entresijos del alma humana. En los tiempos modernos fue Kafka quien puso al descubierto las absurdas contradicciones de nuestras instituciones políticas.
Fue en suelo europeo, donde se descubrieron los Derechos Fundamentales, centrados desde su óptica individualista en la propiedad privada -calificada de sagrada- y en la de imprenta. Eran derechos de varones propietarios, con olvido de los Deberes correlativos.
La negativa a ese mestizaje integrador y el ansia de dominio de las grandes potencias, dieron lugar a las guerras napoleónicas y a las llamadas mundiales del XX.
Para poner fin a esos enfrentamientos suicidas hubo unos políticos, a su cabeza Schuman, De Gasperi y Adenauer que crearon el Mercado Común Europeo. Un primer paso económico para luego avanzar hacia instituciones políticas comunes.
Acabó convirtiéndose en lo que hoy se llama la Unión Europea. Una construcción a medio camino de la Europa federal. Su excesiva burocratización, su dependencia de los Estados miembros, cuyo número alcanza hoy a 27. La mayor parte de sus miembros ha adoptado una moneda común, el euro, pero falta una autoridad fiscal propia y una medidas mínimas de carácter social. La visión neoliberal de la vida se traduce en que la Unión europea sea una unión de grandes mercaderes.
Pero incluso esa débil unidad está en peligro. El Brexit británico, los ultra nacionalistas como el actual gobierno húngaro, Salvini o Le Pen, VOX y otras fuerzas de idéntica índole en otros países, sin excluir el nuestro, pueden dar al traste con la frágil unidad política.
Tres problemas graves nos acechan: el proteccionismo militarista de la actual administración yanqui, -con su egocéntrico y y desequilibrado Presidente Trump a la cabeza – el cambio climático y la riada de emigrantes -huidos de las guerras, del hambre, de la desertización-. ¿No hemos caído en la tentación de convertirnos en un bunker, blindando nuestras fronteras? ¿No soñamos en una identidad, encerrada en nuestras raíces, y desconocedora de nuestro mestizaje originario?
¿Qué hemos votado, qué haremos? (Ya os lo comenté en mi anterior intervención en Suelta la Olla del 15 de Mayo, ¡Ojo a la segunda vuelta! La izquierda no puede, no podemos andar y estar mirándonos el ombligo y solo a lo nuestro. ¡A los nuestros! ¡Así nos va, así nos ha ido. Lo de los demás también importa, están ahí, viven, trabajan, votan… Mo echemos la culpa a los otros, a los demás. ¡Somos la Izquierda! Lo repito aquí y ahora los que no hemos estado, no estamos a la altura. Guiados por el miedo –causa de todas las dictaduras- aliarnos con quienes desean encerrarnos en muros o, llevados por la esperanza, a quienes proyectan tender puentes a toda la humanidad? ¿Nos atrevemos, a partir de nuestras raíces auténticas a volar alegremente?
Miguel de Unamuno:
La palabra no muere.
Nunca muere,
porque es la vida misma.
Y la vida, no solo vive.
No solo vive,
la vida vivifica.
Porque ardemos de sed
Y de hambre de trigo,
Para sentarnos a la mesa
Para yantar y beber vino
¡Que la tarde cae deprisa!
Juntos para andar y recorrer
Todas las veredas del camino.
(No importa cuán estrecho sea el sendero,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma).
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