Nada como Detroit
Estoy fascinada con Detroit, la primera ciudad post-industrial de nuestra civilización. Conocer que pasa allí es como ver, televisado, el fin del Imperio Romano.
Detroit era en 1950 la cuarta ciudad más importante de EEUU, con Nueva York, Los Angeles y Chicago. Tenía 2 millones de habitantes. En ella Henry Ford creo la primera fábrica de automóviles, y llegó a ser la sede de la Ford, la Crysler y la General Motors. En Detroit se construyó la primera carretera asfaltada del mundo. En la II Guerra Mundial se enriqueció con la fabricación de material militar. De una de sus fábricas salieron las bombas de Hiroshima… Se le llamaba la “Motor City”, populosa, floreciente, con empleo, dinero. La ciudad con más rápido crecimiento de todo el país.
Se convirtió en un lugar donde progresar era fácil, un imán para emigrantes de Europa y afroamericanos del sur. El apogeo tuvo como resultado la construcción de impresionantes edificios industriales, rascacielos, hoteles, barrios burgueses o su magnífica Estación Central, con muy buenos materiales y diseños de la época muy lujosos. Los primeros obreros de Detroit
se convirtieron pronto en una fuerte clase media de blancos cuyos hijos no volvieron a las fábricas como operarios porque habían ascendido de clase social. Fueron reemplazados por obreros negros atraídos por las condiciones laborales ventajosas. Esta bonanza económica, la vitalidad social y la interculturalidad crearon una personalidad propia, una cultura distintiva, simbolizada en la discográfica Motown. Los Detroit Pistons, su equipo de baloncesto en la NBA, exhibía estilo propio de juego, sucio pero efectivo, como obreros de manufactura.
Pero desde los años 50 comenzó una lenta decadencia que culmino el 18 de julio de 2013 cuando el Ayuntamiento declaró la Bancarrota municipal. En todo ese periodo, distintos factores interactuaron para que la cuarta ciudad del país se encuentre ahora en el puesto 18, haya perdido el 60% de la población, se haya suspendido el suministro de luz y agua en barrios
enteros, las casas se vendan al precio simbólico de 1 dólar y las ruinas de lo que fue se hayan convertido en una atracción turística y un estímulo artístico underground.
Se puede decir que Detroit llegó la primera a muchos de los lugares que han caracterizado nuestra civilización. Pero con la industrialización global, perdió valor estratégico, otros lugares empezaron a ser más atractivos para los negocios que ella. Las grandes empresas buscaron países con sindicatos y planes sociales más débiles. Y por último, los robots sustituyeron a muchos de esos operarios. Y Detroit también llego la primera a la contracción postcapitalista.
Cuando el sistema declino, las empresas cerraron y el empleo desapareció. Los ricos emigraron a las afueras y desapareció la población con ingresos que mantenía la comunidad, y su sistema de bienestar. Los obreros en paro generaron bolsas de pobreza urbana alrededor del centro. Se cerraron los lujosos hoteles, se deshabitaron calles enteras de los barrios. Su
Estación Central, gigantesca, se degrada poco a poco mientras se deja fotografiar como si fuera el Partenón del siglo XX.
A día de hoy la ciudad se encuentra sin recursos económicos, con una deuda acumulada que la hacen inviable. El porcentaje de paro es del 50%, ha perdido más de la mitad de su población, de la que queda, el 80% son negr@s empobrecidos y las estructuras abandonadas alcanzan a 800.000. Ha habido esfuerzos de recuperación por áreas pero que han degradado aún más otras.
Es apasionante Detroit porque la cultura humana ha soñado mucho con ampliar las ciudades, pero poco sobre cómo pueden encogerse. No somos conscientes de que la población crece con la actividad económica, y que si esta desaparece, la gente se va y que este proceso genera mucha problemática a los que no pueden huir, porque, de un lugar que ha dejado de ser atractivo para vivir se van los que pueden. Y se quedan los que no tienen más remedio, es decir, los que no tienen recursos. Los servicios municipales desaparecen porque no hay quien los pague, pero justo los que se quedan, son los que más los necesitan. Esto tiene como consecuencia directa que la violencia y el crimen aumenten, porque la delincuencia es una
salida “profesional” para gente sin recursos abandonada por Estado y Capital.
Viendo fotos de este proceso de contracción urbana, me ha sobrecogido especialmente la imagen de un laboratorio arrasado, con todos sus cajones de madera abiertos, por si pudiera encontrarse alguna sustancia interesantes para el consumo y la venta, y después ver la imagen de una biblioteca abandonada, también, con todos sus libros colocados en las estanterías.
Porque para el ciudadano negro abandonado en Detroit, las drogas forman parte de su vida, no así los libros: El 47% de su población es analfabeta…
Mientras la naturaleza, implacable, reclama lo que una vez le robo la urbanización, reforestando lo que antes era territorio humano. Y han empezado a verse de nuevo mapaches.
El problema con el servicio público de agua en Detroit refleja su enfermedad social integral. Los morosos son 150.000 usuarios. El servicio tiene una deuda estimada de 5000 millones de dólares, otro efecto de la despoblación. El agua es un derecho humano, pero se están dejando sin agua hogares con niñ@s, ancian@s, embarazadas de unidades familiares muy vulnerables. En una ciudad empobrecida, además, las tarifas son más altas que en otras comunidades cercanas, no porque no haya agua, que sobra, sino por el juego de intereses que ha creado su especial situación. Los servicios sociales pueden quitar los hijos a una madre con un hogar sin agua, y la paradoja es que la familia de acogida gana dinero si acoge en su casa a esas criaturas. Los que denuncian esto, hablan de que detrás hay un ataque orquestado por bancos, corporaciones e instituciones para conseguir privatizar el servicio, a costa de la violación de un derecho fundamental como es el del agua potable.
Además, la ciudad es víctima de una fuerza devastadora en forma de intereses hipotecarios de la banca y de deshaucios por impago de impuestos. 130.000 familias han sido expulsadas de sus casas, entre 2003 y 2013 se han ejecutado aproximadamente 90.000 deshaucios, mientras en el Estado, y desde 2008, se han llevado a cabo aproximadamente 170.100.
Por otro lado, también las casas en ruina pueden convertirse en un gran negocio. Solo es necesario esperar el tiempo suficiente, y el capitalismo especulador, lo tiene. La administración pública es la que se está encargando, gracias a subvenciones, de derribar esas viviendas. Proyectos independientes que desean la auténtica recuperación de Detroit denuncian esta operación y manifiestan que existen alternativas a la recuperación sin pasar por los deshaucios, las declaraciones de ruina, los derribos y la especulación. En realidad los índices de la cuarta ciudad estadounidense son comparables a los de una del llamado Tercer Mundo.
Podía decirse que todo está perdido, pero cada problema alberga su solución. Hoy por hoy las ruinas de Detroit son un atractivo cultural que atrae a jóvenes de todo el país, casas en ruinas son totalmente decoradas con graffitis y esculturas cuelgan de las farolas, porque por esas calles no hay policía y hay mas libertad. También son atraídos los negocios al centro de la ciudad, ya que los precios de los inmuebles son más baratos que en otros centros urbanos. Y los vecinos están llevando a cabo una importante labor de recuperación de los espacios abandonados con la creación de huertos urbanos. Y entre el arte, la vivienda barata y la agricultura tradicional, parece que asoma el futuro de Detroit, que bien puede ser el futuro de
nuestra sociedad.
El caso de Detroit es importante porque va a pasar en mayor o menor medida, en todas las aglomeraciones humanas. Solo una sociedad basada en el petróleo ha podido generar estas concentraciones que conocemos, y con el agotamiento de este recurso, el proceso es inevitable. Como en otros Imperios Urbanos a lo largo de la historia. La nueva situación exigirá un abandono masivo de las metrópolis a comunidades más pequeñas. Detroit es importante porque ejemplifica por donde van a ir las fuerzas sociales. Y nos ayuda a prever, para prevenir.
Detroit nos avisa que lo más importante de una ciudad es la gente, y que si la gente se va, la ciudad muere. Así que la administración municipal lo que debe cuidar especialmente, es a sus habitantes.
Nos avisa que en una ciudad, como Iruña o Gasteiz, la concentración en un solo sector económico es peligrosa, porque si desaparece ese sector, se hunde el motor económico que mueve esa comunidad. Así que la administración municipal y los agentes económicos deben aspirar a una gran diversidad económica que supere una contingencia de este tipo.
Nos avisa que los primeros en huir de un entorno hostil son los que más recursos tienen, y que por tanto, la ciudad se queda sin fondos para los servicios. Y son los servicios públicos de calidad el mejor indicador que una Sociedad está sana. Y que como los que se quedan no tienen recursos y son los que más los necesitan, se genera una pobreza que a su vez es fuente
de muchos problemas de salud, de seguridad, económicos… Por eso los servicios públicos deben valorarse, protegerse y fortalecerse.
El ejemplo de Detroit habla de cómo el Capital Industrial y Financiero más poderoso deja a su suerte a la gente. Que este poder económico está interesado en la privatización de todo lo que genere movimiento de dinero. Y que ningún poder público, les puede o les quiere hacer frente. De que no existe ni responsabilidad social por parte de las empresas ni soberanía por parte de los Gobiernos. Y que de esta manera estos gobiernos manejados por bancos y fondos colaboran en los deshaucios, en la reventa fraudulenta de propiedades, e incluso en la privatización de servicios públicos básicos, para la destrucción del Estado de Bienestar que habían logrado nuestr@s abuel@s. Detroit nos está avisando, que el control de la ciudadanía sobre la Administración Municipal no es una cuestión secundaria, porque la Dictadura Financiera Global comienza y termina su expresión precisamente en las ciudades donde vivimos la mayoría de la población mundial.
Y sobre todo Detroit es una imagen fija que grita que todavía hay esperanza, y que la esperanza, como siempre, está en la naturaleza, que da de comer a los que no han podido escapar, esperanza en forma de iniciativas para la supervivencia comparables a las que surgen en África. Y esperanza en las personas, porque solo gente que ame incondicionalmente a Detroit y a sus empobrecidos habitantes podrá dar los pasos para salir de la situación.
También grita Detroit para decirnos que el arte nos ampara como personas, porque aún de la mayor devastación, somos capaces de encontrar la belleza, y esa belleza nos hace sentirnos mejor, orgullos@s de lo que somos, y esto se convierte en fuerza para seguir hacia adelante.
Si Detroit fue la capital del motor en la Civilización del Petróleo, hoy es, al menos para mí, la capital de la Esperanza, de esa inevitable Civilización Global postpetrolífera.
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