Lo local
El muro natural que contenía las estaciones y que las exhibía puntualmente ha sido dinamitado. Estas han huído atropelladas por los nubarrones de humo producidos en años de procesos industrializadores de los sistemas vitales; humo que ya avisaba del calor y que ahora va dejando paso a días interminables de bochorno.
La última luna llena de primavera asoma entre las nubes, arrogante, sabiendo que presencia el fin de un ciclo que se fundamentaba en el renacer continuo de los procesos que sostienen la vida.
Un rayo cruza el cielo del pueblo de al lado. Está empezando a cambiar la dirección y la intensidad del viento aún caliente, para estas fechas, en la montaña. Se empiezan a oir los truenos entre el ruido de los aviones que siguen cruzando el cielo. El olor de la lluvia que todavía no ha caído entra la memoria de tormentas pasadas, esas que empaparon la tierra y la preñaron de intensidad, alegría e ilusión. Las hojas de los árboles llaman a las nubes con un grito desesperado. El cereal amarillea a la luz de los rayos, desganado en su improductiva madurez.
La tormenta se va alejando por el este y las luces artificiales del pueblo no dejan apreciar la bella oscuridad de la noche.
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