El 23 de octubre, Araba bizirik!
Egunon mendialdetik.
Ha pasado el verano con sus días frescos y secos de julio que han ido enlazándose a las noches frías de agosto, quedando un septiembre cálido, húmedo y acogedor. El monte ha transitado de la sequía veraniega a la culminación de su tiempo activo con una nueva manifestación de esplendor maduro por la llegada de la tan esperada lluvia. De la mano de ésta están llegando las primeras nieblas de montaña, nieblas que brotan de la tierra para transitarla, elevándose y dejando al descubierto su aliento vital. Al fondo se dibuja el siguiente pueblo, asentado entre el comienzo de las faldas de un bosque de hayas y las tierras que tanto sudor han absorbido a lo largo de sus años de cultivo. Un sudor que nos ha nutrido, mantenido y fortalecido.
Un sudor que hoy, la colaboración público-privada, urdida por el Gobierno Vasco, quiere sellar y enterrar en el olvido. El campo tiene un valor en este sistema económico neoliberal a condición de que se pueda industrializar. Mandan este mensaje a los cuatro vientos. Valor en cuanto a que una empresa energética se apropie de su explotación industrial. Van enseñando billetes a los dueños de las tierras para que estos tengan una buena jubilación. Quieren que los concejos se deshagan de sus terrenos para que puedan pagar unos buenos servicios a sus habitantes, al mismo nivel que los que hay en la ciudad. Beneficio le llaman a esta acción, seguida de la coletilla de interés general que difumina y oculta la verdadera intención del negocio que se avecina, el de la llamada transición energética.
El panorama se describe solo: las personas agricultoras sin tierras y sin posibilidad de continuidad en el campo, los pueblos agraciados con un dinero que mañana no les va a servir de nada, atrapados en la red de los oligopolios y con sus entornos industrializados, sucios y sin vida; y las personas que viven en la ciudad alimentándose de tomates hidropónicos producidos en una fábrica acristalada que se ha construido en terrenos que un día fueron del pueblo, terrenos donde los poderes públicos han decidido que solo había unos matorrales con algún arbolico suelto y que no servían para nada.
– Habrá que calentar en invierno estos tomates!
– Pues pongamos centrales eólicas en los montes del territorio para que todo el proceso sea de verdad verde y de kilómetro Araba.
– Ay! Que los concejos ven peligrar su integridad, su identidad y sus formas de vida junto al entorno natural con estos proyectos! Entonces entra en marcha la maquinaria mediática para vender las maravillas de la industrialización de los montes vía cargos institucionales, y de los beneficios del crecimiento sin fin basados en la electrificación de toda la energía que vamos a necesitar para todos los nuevos proyectos que traerán riqueza…. a quién?
La película, con esta progresión, no va de un final feliz. Los montes invadidos por centrales de producción de energía eólica serán los no montes, los campos de cultivo invadidos por centrales de producción de energía fotovoltaica serán los nuevos no campos de cultivo, y los pueblos que cohesionan el territorio serán los nuevos no pueblos, para goce de las personas que habitan la ciudad, que se verán desposeídas de sus no sueldos cuando necesiten energía. Favorecer una nueva transición energética para el goce y beneficio de los que quieren apropiarse del territorio, ahora en rebajas, cuyos promotores son los no gobernantes.
Este territorio, que nos ha conformado en gran medida, está en peligro. Su singularidad, su belleza y su sola presencia son el aliento que nos impulsa a vivir, a soñar y a sobrellevar un sistema que nos quiere desvincular de nuestro origen. El divorcio que nos proponen como método emancipatorio lo único que consigue es que rechacemos lo que somos, para caer en sus garras. La misión de convertirnos en seres superiores que son capaces de dominar a la naturaleza se está llevando por delante la base que nos sustenta. Esta base es común a las personas que habitan la ciudad. Una ciudad sin naturaleza no puede sobrevivir, estamos en peligro.
Vuelve el otoño refrescando de amarillo lo caduco, lo que tiene que caerse por su propio peso. Alguien, alguna vez, dijo que nos fijásemos en la naturaleza, en sus ciclos y en las alianzas que hacen que la vida prosiga y permanezca. Bajemos ese peldaño. En esta transacción no cabe el capital, la vida no se compra, se mantiene.
Araba Bizirik!! El 23 de octubre a las 18:30 llenemos las calles de Gasteiz de vida!
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