Vestigios de un otoño en desaparición
La disminución de la luz diurna, el cambio de traje arbóreo, el frescor de las primeras horas de la mañana y el recogimiento en el hogar ante un buen libro de terror nos invitan a celebrar el comienzo de la estación del ocre, la neblina y las casas encantadas: otoño.
Tenemos el privilegio de vivir en un lugar en el que dar la bienvenida a la tetralogía estacional. O al menos tuvimos el placer de poder apreciar los matices del cambio. Ahora, sin embargo, entradas ya en octubre, momento de sombras y paraguas, las prendas de abrigo nos sobran y la vegetación clama al cielo una semana de tormentas.
El eterno verano nos persigue y amenaza con destruir la armonía de las cuatro estaciones y convertirla en un binomio de veranos tórridos e inviernos suaves en los que la lluvia, la nieve y la calefacción sean recuerdos del pasado. ¿Llegará el momento en el que celebraremos el Año Nuevo en la playa?
No hay más que fijarse en los pequeños detalles para darse cuenta de la paulatina desaparición de la variedad meteorológica. Este año la lluvia ha pasado a ser un fenómeno mitológico más que una compañera de estaciones de transición. Ha sido tan escasa y poco visible, que parece más fácil cazar gamusinos o presenciar la trayectoria del cometa Halley. Incluso, las pocas veces que ha hecho su aparición en escena a comienzos de este otoño, no se ha quedado por mucho tiempo, nos ha dedicado una tímida sonrisa, nada más.
Otra de las huellas imborrables de las consecuencias del infernal verano ha sido la caída y el progresivo amarilleo de las hojas. Os preguntaréis, ¿pero, que las hojas cambien de color a tonalidades ocre, anaranjado e incluso rojo no es algo característico del otoño? Por supuesto, pero la razón por la que lo han hecho esta vez es distinta. No hay más que observar que, en pleno verano, muchas plantas y árboles han transformado sus verdes hojas por otras amarillas, no por el adelanto del otoño, sino por las quemaduras del sol. La falta de agua y la inclemencia del tiempo han abrasado mucha vegetación sin remedio y han cubierto el suelo de un manto de hojas marchitas.
Más aún, el hecho de que los amantes de las plantas podamos albergar en nuestras casas especies de climas tropicales que pelechen y hagan frente al invierno de estas latitudes es un signo de preocupación. De igual manera, e invocando de nuevo la tradición literaria que asociamos a las estaciones más frías del año, ¿será posible que historias como El Cascanueces, Cumbres borrascosas o El retrato de Dorian Gray sean vestigios de un mundo en desaparición, un mundo sin otoños?
Parece una conexión un tanto extraña, pero la ausencia de un ente tan trascendental como el otoño no sólo trae consigo una evidente devastación para la naturaleza sino también de otra tan irreparable como ésta para el ser humano: la de la cultura que plasma la belleza de cada estación. Adiós a las hojas caídas, a las calabazas, a la niebla, a las misteriosas mansiones, a las historias a la lumbre de una vela, a los cuentos de fantasmas, a la sonoridad del Otoño de Vivaldi o a las aventuras otoñales de los animales de los relatos de Beatrix Potter. Y esto sólo es el comienzo, esperemos no esculpir nunca la lápida de cada estación.
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