Sin practicar los límites 50 años después
Recién estrenamos el año 2022. Y el comienzo del año, aún reconociendo la vida como un ciclo constante, es un buen momento de corte para revisar y reeditar propósitos, para mirar atrás, evaluar y definir de un modo consciente cómo queremos seguir adelante.
Entrar en un nuevo año también nos trae consigo sus correspondientes efemérides y nuevas rememoraciones. De entre todas las que el 2022 nos trae hay una que tiene especial relevancia desde la perspectiva de la sostenibilidad, ya que este año se cumplen 50 años desde que se publicó el informe sobre “los límites del crecimiento”, también conocido como informe Meadows.
En 1972 salía a la luz esta investigación fruto de un encargo del Club de Roma a un grupo de investigadores del MIT, liderado por Donella Meadows, con la que profundizar en el conocimiento sobre los grandes desafíos globales. En aquel momento, hace ya 5 décadas, mucho antes del espacio mediático del agujero de ozono, de la emergencia climática o del peak-oil, esta investigación ya apuntaba que el gran dilema de la humanidad era la quimera del sostenimiento de un modelo socio-económico basado en el crecimiento ilimitado en un planeta con unos recursos finitos.
Las conclusiones eran tan contundentes que no dejaban margen para la duda: había que virar hacia un modelo que integrase un equilibrio económico y ecológico y que permitiese satisfacer las necesidades básicas de todas las personas, porque ya por aquel entonces el ritmo de crecimiento era insostenible. Lo más interesante es que no se limitaba a hacer un diagnóstico impoluto de la situación, sino que apuntaba algunas directrices (debatibles, cómo no), que podrían servirnos de huida de lo que de otra manera nos llevaba indefectiblemente al colapso.
Sin embargo, a pesar de que el informe Meadows marcó un hito para la sostenibilidad del planeta, logrando un reconocimiento internacional que ha permanecido durante décadas, su principal reflejo no ha trascendido de la retórica política.
A nivel global no se han conseguido poner en práctica agendas que nos lleven a derivas que integren los límites del planeta y a nivel local los éxitos cosechados son también escasos, diseminados en diferentes ámbitos y lugares, de modo que no permiten ni siquiera construir un David con el que enfrentarse a Goliat.
No podremos decir que no se nos había avisado. Hace 50 años nos pusieron sobre aviso y en la posterior revisión que se hizo de los límites del crecimiento 30 años después, quedó en evidencia no sólo que el diagnóstico era el acertado, sino que los escenarios se iban agravando.
Ahora, el conflicto capital-vida es todavía más agudo y nos toca lidiar con las consecuencias de no haber actuado cuando ya nos lo indicaron. Hemos sobrepasado algunos límites biofísicos del planeta como son el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el cambio en los usos de la tierra y, además, seguimos avanzando hacia la zona de riesgo e incertidumbre con otros.
Por eso hoy, 50 años después de la publicación del informe, el mejor homenaje que le podríamos hacer es pasar, de una vez por todas, de la retórica a la acción, tratar de recuperar el tiempo perdido y poner urgentemente en práctica todas aquellas acciones que nos resultan necesarias para apostar por la sostenibilidad del planeta, es decir, por el sostenimiento de la vida.
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