Para que esto cambie
En estos tiempos que vivimos estamos, afortunadamente, presenciando la toma de voz y de espacios de personas y colectivos que han estado, tradicionalmente, invisibilizados, condenados a unos márgenes que han permitido crear alianzas pero, a la vez, han apartado realidades a las periferias, esos espacios que pueden ser tremendamente propicios para florecer pero que sitúan cuerpos y experiencias en espacios liminales y violentos, condenados a no experimentar nunca lo que es habitar el centro, y a carecer de los privilegios que esto supone.
Este apoderamiento de espacios tradicionalmente negados es, obviamente, positivo a nivel personal y grupal, y la idea de rechazo a que esto suceda está comúnmente asimilada a pensamientos e ideologías opresoras y fascistas que pretenden mantener un orden y unas escalas jerárquicas arcaicas y rancias, de manera que quienes han obtenido rentabilidad histórica de ello sigan siendo sus mayores beneficiarios.
Y digo “beneficiarios”, en masculino, de forma consciente e intencionada, pues hace ya tiempo que aprendimos que quienes obtienen mayores privilegios de la organización estructural que articula el mundo que habitamos son personas que, en su mayoría, podemos leer como hombres, blancos, hetero, cis, payos, pertenecientes a clases altas, no diska, con formación académica, etc.
Pero, ¿qué sucede cuando quienes no nos enmarcamos en esas diferentes clasificaciones reproducimos violencias y opresiones que impiden que voces diferentes a las nuestras ocupen espacios que tradicionalmente les han sido negados? ¿Qué pasa cuando nos leemos como personas comprometidas, despiertas, con las gafas moradas y de tantos otros colores y ocupamos espacios con intencionalidad transformadora pero que niega la presencia de quienes se ven atravesades por otras realidades diferentes a las nuestras?
Pienso, sobre todo, en colectivos autogestionados, en acciones reivindicativas y de lucha, en charlas en espacios liberados cuya esencia es la creación de dinámicas y ambientes diferentes a los tradicionales. Diferentes a los del poder, al fin y al cabo. Y pienso en ellos, sobre todo, porque creo que es importante que seamos desahogo, que seamos diferencia, que seamos apoyo y escucha, a la vez que somos voz.
Pienso en todas aquellas veces que organizamos charlas a las que acude sólo peña blanca y paya; en los juegos y actividades en los que una persona diska quizá no podría participar, en la diversión centrada en la noche y el alcohol. Pienso también en los apoyos que les damos a otros colectivos participando y asistiendo, o no, a sus eventos, aunque traten temáticas que no nos atraviesen personalmente o cuando éstos se realizan en lugares alejados de las ciudades.
Creo que es evidente que nadie es perfecte (nunca ha sido un objetivo ser algo parecido a eso), que el proceso de deconstrucción que vivimos y viviremos es una constante en nuestras experiencias, y los aprendizajes que adquiramos no representarán saberes inamovibles: son caminos que atravesaremos a lo largo de nuestras vidas y que, afortunadamente, pueden estar en constante reflexión, pero me parece interesante, e importante, que nos lo recordemos a menudo, que remarquemos que nuestros ámbitos de lucha y reivindicación, que nuestros espacios y actividades, nuestras charlas, nuestros conciertos, muchas veces reproducen patrones de opresión jerárquicos y pertenecientes a los sistemas que tanto nos oprimen a nosotrxs también y que nos gustaría destruir, que muchas veces no prestamos atención a lo que la falta de determinadas realidades en nuestro ámbito nos puede enseñar, y que hay elementos que se nos escapan y que es injusto esperar a que quién sufre violencia alce la voz para hacérnoslo saber.
No es mi intención que esto sea una chapa entendida desde lo alto, en absoluto. Si escribo sobre ello es porque me resuena muy dentro que la teoría, por mucho que a algunes nos encante, es insuficiente para cambiar la realidad, que la práctica es lo realmente importante para generar impacto a nuestro alrededor, y porque la peña racializada, gitana, diska, etc., sigue sin formar parte de nuestro ámbito de lucha o lo hacen en una inferioridad numérica evidente, y tengo claro que quienes ocupamos posiciones de poder (por mucho que ocupemos posiciones oprimidas en otros ámbitos), tenemos mucho que reflexionar y asumir para que esto cambie.
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