Oda gatuna
Son mi sombra permanente. Los ojos que ven mejor que yo; sobre todo esas siniestras siluetas nocturnas que convierten mi inofensiva estantería diurna en un monstruo que me acecha desde la esquina y del que siento un terror inexplicable y absurdo, pero ahí están ellas, que con un grácil salto vuelven a convertir al monstruo en simple estantería de la que se cae algún libro para remarcar la irracionalidad de mi miedo.
Son los oídos que perciben cada sonido de mi crujiente casa de madera y el silencio bien compartido. Son la compañía voluntaria que, sin embargo, presiente mi necesidad de compartir el sofá después de un día agotador de tener que tachar mil cosas de una lista y camina moviendo sus marcadas caderas y se sienta muy pegadita o sobre mi cuerpo para calmar el estrés, la tristeza o la soledad con ese calor que desprenden.
Son ese recibimiento en la puerta cuando llevas muchas horas fuera de casa y son el agradecimiento que muestran con pequeñas cabezadas en las piernas reclamando caricias. Porque en pandemia se ha hablado de todo lo habido y por haber pero quiero dedicar una oda a la compañía y al cariño que mis pequeños felinos me han regalado día tras día.
Una crisis de semejante envergadura no es asimilable con facilidad y nos ha obligado a la reclusión en el hogar y para mí, ya era fundamental el tiempo de calidad que pasaba en mi madruguera antes de toda esta ciencia-ficción. Vivir sola es una elección vital que llevo años llevando a cabo, mi casa es mi santuario y el lugar en el que más a gusto me encuentro. Llena de cosas que me hacen feliz, de recuerdos y de mis amigos escritos que llenan cada rincón. Ah, y de mi selva particular. Pero hay algo irremplazable y es que siempre he contado con la fiel presencia de mis dos amigas felinas. El conguito negro de ojos ámbar y el café con leche de ojos cielo.
Puede parecer banal el dedicarse a hablar de animales “domésticos” con la que está cayendo, pero me vuelvo a reivindicar. Para las personas que hemos pasado la pandemia en solitario son un remedio a la implacable soledad que todas hemos sentido durante este último año. El saber que hay un ser que es feliz con sentarse a tu lado durante horas por el mero hecho de que tu presencia le reconforta y le da calor, es algo que ha servido a la salud mental y al equilibrio emocional durante esta época llena de incertidumbre.
La certeza de saber que en tu hogar tienes un tesoro y un amor incondicional es impagable. Y por querer sacarle el lado positivo a la pandemia, estoy agradecida del tiempo adicional junto a mis felinos y que me ha permitido crear el hogar en el que me refugio, me abrigo y ronroneo de alegría. Esto va por vosotras, perspicaz y brillante F e incondicionalmente mimoso T.
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