Hablemos un poco de dietas
Tras estos días de fiesta, puente y celebración de San Prudencio con sus caracoladas y demás comilonas. Creo que no estará, nada mal, hablar un poco de dietas.
Los orígenes le marcan a uno aunque luego se aleje de ellos. Y la alimentación infantil parece que también. Con cierta ironía voy a titularlas: dieta del arroz y dieta de la naranja.
1.- Dieta del arroz
El arroz es quizá uno de los alimentos menos sabrosos: tiene color pero luego es casi como un agua sólida: inodoro e insípido. En mi infancia, comer un puro “arroz blanco” (que a lo mejor te lo daban acompañado de huevos fritos y tomate – que nosotros llamábamos “arroz del coyote” por eso de las novelas de J. Mallorquí – o porque en aquella postguerra de los años cuarenta no había para más) era casi como un regalo.
Pero, no sé si precisamente por eso, el arroz es el alimento con más capacidad para asimilar los sabores de otros ingredientes. De ahí la variedad de arroces que pueden aparecer en cualquier menú: la paella puede ser de verduras, de carne, de pescado… Pero además está el arroz a banda, el arroz al horno, el arroz del “señoret” con los mejores y más caros ingredientes, por el contrario el “arroz de vigilia” que se hace con lo que queda en la nevera tras la pasada de los nietos por casa, el arroz caldoso con sus diversas variantes, el arroz a la italiana y hasta la posibilidad de convertirse en postre en el arroz con leche…
Pues bien: esa capacidad arrocera de recibir del otro, empaparse de lo que se recibe, darle sabor propio y comunicarlo es una buena forma de describir la solidaridad. “Es la relación con el otro lo que nos constituye” como dice y expresa muy bien el papa Francisco.
2.- Dieta de la naranja
No hablamos ahora de fibras ni de vitamina C, sino de que uno de los destinos de la naranja es ser exprimida. Y el zumo de naranja es una de las bebidas más solicitadas y más refrescantes.
Habrá muchos momentos de esos en que puedes sentirte estrujado. Pero a veces no sospechamos la cantidad de alivio y de refrigerio que eso puede suponer para otros.
La única diferencia es que a la naranja se la exprime contra su voluntad y en la solidaridad todo brota de la libertad.
3.- Dieta bien acompañada.
Mientras escribía lo anterior he pensado en eso que me sugiere otro rasgo muy característico y muy rico de la solidaridad fraterna: el acompañamiento. Acompañar siempre, estar al lado siempre sin ser protagonista nunca. O al menos aspirar a eso en la medida que podamos conseguirlo no desde la imposición sino desde el compromiso y la entrega.
Pero sin perder nunca, en ninguna de nuestras dietas, lo que cada uno y cada una tenemos y guardamos de los sabores típicos de nuestra tierra; desde el gazpacho andaluz, la fabada asturiana, la empanada gallega, los frixols datalans, el cocido madrileño, las alubias de Tolosa, los caracoles de San Prudencio o las chuletas de Berriz… Vemos entonces que la solidaridad no es una mera imposición exterior sino un verdadero banquete. Sabiendo que la solidaridad es como un grano de sal, que da por sí solo sabor y sazón a todas las comidas, por eso lo importante es que cada cual seamos, simplemente, un grano de sal.
Lo mismo sucede con la solidaridad: todo ser humano es un simple grano de sal, igual a los demás, ni mejor ni peor. Pero si estamos todos unidos como verdadero condimento para degustar en “la mesa compartida”, y desde esa mesa la historia podrá discurrir mucho mejor de como lo ha hecho hasta ahora. La solidaridad es indispensable para la Justicia, la Dignidad y la Equidad: es, a la vez, causa y efecto de ellas.
DICHOS Y OCURRENCIAS DE UN MAGO SUFÍ.
Las personas bien formadas y evolucionadas,
no tienen necesidad de competir ni de guerrear,
o de tener siempre la razón,
tampoco de mentir o de aparentar ser,
ellas y ellos ya son…
Conscientes, comprenden,
observan, ayudan y, sobre todo,
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