Carta de amor al villano
La mente tiende al frío abrazo de la melancolía, la ambigüedad moral y a la irregular explosión de sentimientos. Quizás sea debido a la insana costumbre de leer la tristeza ajena y emborracharse en ella. Las personas de mi alrededor ya me lo han repetido infinidad de veces, todo lo que escribes y lees tiene un amargo tinte a catástrofe. La atracción hacia los villanos es característica perpetua.
La explicación tiene varias vertientes. En los primeros estadios de lectura, independientemente de la edad, la identificación con los personajes es casi inmediata. Buscamos lo que creemos que nos representa o lo que aspiramos. De este modo, la bondad universal se nos muestra cual reliquia a preservar. Se nos dan lecciones moralistas en las que el contraste cromático es evidente, blanco y negro son opuestos irreconciliables.
Sin embargo, cuando sobrepasamos el límite permitido de edulcorante y nos adentramos en mentes más sinuosas y cavernosas, la riqueza de lo oscuro es una droga que nos acompañará siempre. La irregularidad y poca definición de lo moralmente aceptado nos abre un abanico de personajes totalmente fascinante.
Pongamos como ejemplo grandes novelas de la literatura universal como Anna Karénina o El maestro y Margarita. La traición, la ira o la malicia son temas recurrentes en ambas, además de la crítica social de unas normas que constriñen y estrechan el campo de actuación de los individuos al ámbito de la buena imagen pública.
La complejidad de personajes como la propia Anna Karénina o el profesor W radica en que no se definen de manera clara sino que realmente están más cerca de la lectora que los que pueblan las obras mencionadas anteriormente, meros arquetipos de fábula que intentan enseñarnos la lección a base de repetición. Repito, se encuentran más cerca de la lectora porque cometen errores, son egoístas, avariciosos, tiránicos y, en muchas ocasiones, se sumen en la desesperanza y la autodestrucción.
Por tanto, pueden ser considerados villanos, y qué gran honor leer a estos seres multidimensionales que nos proponen retos cada vez y que juegan con nuestros propios límites de lo tolerable. Toda frontera está para ser destruida en literatura, la ficción nos da la puerta para entrar en la mansión del terror de nuestros anhelos más secretos, nos hace desarrollar sentimientos profundos de repulsión y empatía al mismo tiempo y nos escupe a la cara nuestra propia naturaleza inconsistente.
Por eso, el placer de la lectura tiene que ser una amalgama de sensaciones en las que cerrar un libro con desprecio, tirarlo al suelo, llorar, gritar, subrayar una palabra o obsesionarnos con una historia sea parte esencial de ello. Para eso, los villanos son necesarios y saludables.
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