Los pueblos originarios
LOS PUEBLOS ORIGINARIOS
Cuentan que recibieron a Colón y a sus acompañantes con actitud amiga. ¡Grueso error; no sabían cómo se las gastaban los recién llegados! Pronto conocieron, a sangre y fuego, la crueldad de los conquistadores. Sus tierras fueron ocupadas, sus costumbres abolidas, sus autoridades sojuzgadas o asesinadas, su lenguaje relegado y obligados a hablar en castellano, la defensa de su identidad fue duramente reprimida.
Nada de eso nos contaron cuando, en nuestras escuelas, nos hablaban del “descubrimiento de America”. Y así nos quedamos con la idea de que los pueblos originarios habían sido asimilados por el imperio español. Que voluntariamente se habían incorporado a la Corona conservando, como detalle folclórico y colorista, sus vestimentas. Estábamos engañados. Los pueblos indígenas nunca se sintieron parte de España y, a pesar de la represión, siempre se consideraron pueblos diferenciados. Cuando el imperio quiso celebrar el llamado “descubrimiento” como 500 años de intercambio cultural, ellos se rebelaron denunciando 500 años de ocupación, de espolio y de atropellos. Era 1992 y desde entonces, los pueblos originarios han irrumpido en la escena política del Continente evidenciando su organización y su fuerza.
En la Noche Vieja del 2004, y con el nombre de zapatistas, las comunidades indígenas del sur de Mejico se alzaron en la selva Lacandona. Los mapuches se constituyeron como referentes obligados tanto al sur de Argentina como de Chile aunque no se consideran ni argentinos ni chilenos. Como “personas de la tierra” se definen y como tal la defienden. Los últimos acontecimientos confirman la determinación de los pueblos originarios para defender sus derechos nacionales y sociales. Cuando el actual Presidente de Ecuador publicó hace un mes el decreto 883 que recortaba las subvenciones al combustible y encarecía la vida, los conductores de dicho país declararon un paro nacional que duró cuarenta y ocho horas; bastaron unas migajas para que los choferes declinaran su lucha. Y, fue entonces cuando las nacionalidades quichuas tomaron la iniciativa; bloquearon el país, ocuparon Quito, sufrieron una gran cantidad de bajas pero no cejaron hasta que Lenin Moreno retirase el decreto que le había dictado el Fondo Monetario Internacional. Bolivia ha vuelto a demostrar la fortaleza de los aymaras. Se lanzaron a las calles para frena el fascismo racista que los estaba matando y que pretendía deponer a Evo Morales. Cuando los pueblos originarios se alzaron, solo fueron contenidos por las balas criminales de la policía y el ejército: tanques contra palos.
El silencio de los medios de comunicación pudiera inducirnos a pensar que todo se ha calmado; que “los indios revoltosos” -en expresión de los incontables racistas- ya se han sosegado y han regresado a los páramos. Grave equivocación: un pueblo que mantiene su dignidad tras 527 años de persecución no se ha sometido ni se va a someter.
La historia viva de los pueblos originarios de América me evoca importantes afinidades con otro pueblo, también originario, al que nosotros pertenecemos. Ubicado en las estribaciones pirenaicas, el pueblo vasco se organizó como colectividad específica y se estructuró como Estado. Aunque tampoco nos han contado la verdadera historia, también nosotros fuimos sometidos por las armas en un largo proceso de sucesivas conquistas. Se nos dijo que, mediante voluntaria y gozosa entrega, decidimos formar parte de la Corona española y que esta, gustosamente, nos asimiló. Cuanta falsedad!!. Como sucedió con los pueblos originarios de América, nuestras tierras fueron ocupadas, nuestras costumbres abolidas, nuestras autoridades sojuzgadas o asesinadas, nos obligaron a renegar de nuestra lengua y a odiarla: cualquier intento por reivindicar nuestra soberanía fue y sigue siendo reprimido.
Han pasado 507 años desde que Fernando de Aragón nos conquistara y se mantiene vivo un conflicto político que, inevitablemente, genera roces convivenciales. Euskal Herria no es España. Seguimos reafirmando nuestra identidad diferenciada y pugnando por recuperarla. Nuestra lucha no es etnicista, es la permanente defensa de los derechos nacionales y sociales que nos pertenecen como pueblo y como clase.
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