Señora Julia
En Navarra, la persona políticamente más importante de la II Republica y durante el conflicto generado por el movimiento nacional fascista fue Julia Alvarez, 1903- 1948, natural de Villafranca-Navarra, maestra, abogada, diputada, inspectora, gobernadora, juez y magistrada. Llego a ser primera mujer gobernadora civil y magistrada en España. Una indiscutible líder ejecutiva del PSOE que destaco siempre por cultura, carisma e inteligencia. La diana de políticos de derechas y de curas, que veían en su rectitud y su gran capacidad políticas el mayor peligro para los intereses de la derecha de estas tierras. Yo, navarra como ella, después de conocer su testimonio, soy incondicionalmente y para toda mi vida, su nieta política.
Julia llego a la política en unos tiempos donde aquí se compraban los votos a duros, y la gente esperaba el cierre de los colegios para votar al que diera más dinero. Tiempos en que también
se compraba gente, en las plazas de los pueblos todas las mañanas, tiempos de paro y de crisis porque los que disfrutaban de la hegemonía social, ni repartían ni hacían buen uso de los recursos con los que se contaba para todos. Gracias a que su padre fue presero y gozaron de buena posición social, pudo estudiar, y primero llego a ser número uno en las oposiciones a maestra y después hizo derecho y tuvo una gran trascendencia profesional como abogada y juez. Estas dos carreras reflejan sus intereses políticos y vitales. Vivió para educar y para hacer posible que la gente pudiera estudiar y ejerció para hacer valer la ley con los desprotegidos y por conseguir justicia social para la gente sencilla que tanto respetaba. Fue su tío materno, Juan Resano Navarro, republicano, referente afectivo para su futura vocación política. Y así con esta amalgama de competencias, habilidades, historia personal y sentimientos íntimos empezó a actuar, y todavía abogada novata o maestra principiante se dedico a la asesoría jurídica dentro de su sindicato e impulsó una especie de academia de bachiller para los que a pesar de querer hacerlo, no podían estudiar porque no tenían dinero. Junto a Nicolás Jiménez, maestro también y socialista comprometido, se dedico a estudiar el catastro de la propiedad territorial de Villafranca, y ahí nació la profunda relación que tendrán sus capacidades jurídicas con la lucha por el reparto justo de la tierra y la mejora de las condiciones de vida de aquella gente paisana que no dispuso de las posibilidades de promoción que ella si disfruto, que sufrían por su condición de campesinado.
Y empezó a destacar por sus discursos incendiados al gusto de la época, y comenzó a coger tablas en mítines por los pueblos navarros donde propago el ideario socialista, llegando a su culmen en la fiesta de celebración del Frente Popular en las Ventas de Madrid, compartiendo, entre otros, micrófono con la Pasionaria. Y mientras ahondaba en su carrera como agitadora de masas, fue ascendiendo dentro del PSOE , logrando puestos de responsabilidad, por su valía y fidelidad. Pero a pesar de su gran inteligencia y capacidad de trabajo, si algo me ha atrapado de su historia es que refleja que era una persona llena de amor. Energía pura positiva al servicio de un partido que todavía albergaba la esperanza y de un país que necesitaba una profunda renovación. Una alumna suya dice que siendo niña la adoraba, y que odiaba a aquellos que no la querían, con una solidaridad que parece de hija a madre.
Dice la escasa historiografía que fue el sermón de un cura malmetiéndose en cuestiones civiles desde su púlpito el que despertó su conciencia política. Yo creo que gracias a su familia fue un
alma libre, que el amor que recibió desde pequeña se convirtió en una espiritualidad liberadora, y que los estudios le ampliaron la perspectiva, permitiéndole analizar el mundo de forma racional y acorde con su tiempo. Una mujer de leyes como ella, inteligente, libre, culta y solidaria, líder natural que no podría concebir un estado como aquel en el que poderes trasnochados civiles y religiosos se repartían inmunes la riqueza de todos. Pero tampoco su interior le empujo a rechazar parte de esa espiritualidad católica heredera para cambiarla por un ateísmo que en aquellas épocas incendió iglesias y asesino curas y monjas. Y su inmensa capacidad profesional, su visión de la vida adelantada a su tiempo, su gran humanidad solidaria le hizo luchar por la separación de lo civil y lo religioso, pero sin descartar de su propia vida ni lo uno ni lo otro, demostrando a mí entender una conciencia más adelantada que la de su tiempo. Quizás por esto sus opositores la tachaban lo mismo de puta que de beata. Pero ella lo que defendía era la tierra para el que la trabaje, y política y economía, fuera de las Iglesias. Estaba en contra de la intromisión en el poder de esa organización religiosa que apuntalaba la sociedad de señores y jornaleros que entonces sufría la mayoría. Estaba a favor de una modernización del estado feudal que todavía se sufría en el medio agrícola navarro y español. Y lucho con las armas de su oficio. Nunca fue una ideóloga del partido ni dirigente, sino una pragmática que realizo una gran labor por su partido y por la gente, como política, maestra y abogada. Y si se leen sus discursos y artículos se comprueba que ella también formo parte, como es natural, de ese universo maniqueista en el que los propios eran buenos, y los otros, malos, con sus discursos y artículos. Y por todo esto la odiaron. Le temían porque atacaba con gran capacidad la raíz del problema social, económico y político, y por eso la odiaban tanto. Curas y políticos la difamaron como solo se difama a las Mujeres Públicas, sean del signo que sean. Muchas veces he pensado que hubieran hecho si hubiera caído en manos de los nacionales la que conocían como Puta del Congreso.
Y por sus grandes capacidades, por su preparación y por el desierto de cultura y profesionalidad que existía en aquella España después de la dictadura de Rivera, destaco desde muy joven. Ya con 29 años, sus paisanos le dedicaron un homenaje, a pesar de todavía no haber alcanzado ningún de sus mayores logros políticos. Difícil ser apostola en tu pueblo, hablando de la Navarra frentista del bien, el mal, cuna ideológica del Golpe del 36. Solo lo pudo conseguir porque debió volcarse en ayudar a sus paisanos más humildes que la agasajaron de manera sencilla y popular como forma de agradecimiento. Ese tipo de cosas solo se hace a los muertos, a los viejos o a las personas excepcionales.
Después llego la carrera política en Madrid, donde conoció a su marido. Acudían juntos a las sesiones del Congreso e iban de la mano, y sus rivales se reían de ellos, y del hecho de que ella, por lo visto, no podía ser madre. Miserables mediocres que seguramente no podían rebatirla en el discurso político formal y se vengaban en los pasillos metiéndose con su vida privada.
La Guerra del 36 para Julia debió ser un viaje a los infiernos, siendo testigo de la derrota del gobierno republicano desde la retaguardia pasando de puesto a puesto en condiciones muy
duras. Y muy dura debió ser también la separación con su amado que partió al frente, para verlo morir en un sanatorio por una enfermedad como consecuencia de su participación. Y siguió trabajando, aquí y en el exilio de los refugiados en Francia y los que partían a México. Y luego su viaje a este país, en ese barco que quizás intuía, le llevaría a la muerte, sola, en su despacho, nueve años después de la derrota ante las tropas fascistas de Franco. Y en su tierra por fin la victoria de curas y señoritos que volvieron a la carga más crueles, y el más terrible olvido para su brillante personalidad.
La historia de Julia es apasionante, una película en blanco y negro, de despachos marxistas y congresos de burgueses e intelectuales, y en esos decorados, una mujer guapa y lista, a la que
llamaron puta seguramente porque tuvo algún novio antes que su marido, pero sobre todo porque intentaban denigrarla con lo que sus enemigos, antes y ahora, consideran el último escalafón de la mayor miseria que puede tener una mujer, sin saber que ante mis ojos y ante los ojos de tantas mujeres y hombres de hoy en día, que te llamen PUTA es un honor. La historia de una mujer a la que sus propios compañeros de partido traicionaron y expulsaron en 1945, a pesar de su dedicación al PSOE durante años y en condiciones tan extremas como las que hubo en España de 1936 a 1939. Expulsada porque corrientes posibilista y socialdemócratas personificadas por Indalecio Prieto, que terminarían vendiendo el alma del partido en 1982, se oponían a su máximo criterio político antifascista, esto es, la unión de toda la gente de izquierdas contra el enemigo común que iba a asolar Europa entera unos pocos años después. Entre su archivo recuperado, la carta de un amigo suyo de partido, saludándola, Camarada Julieta. En el momento en que leí esa línea de su historia, sentí una cerradura que se abría en mi alma, y ella, mi tocaya, se me colaba para siempre a gritarme con su discurso claro y dulce, la unión de toda la gente, la unión de toda la gente. Dicen que era una socialista prosoviets. Yo creo que ella tenía como referente la URSS, porque todavía el experimento ruso era una esperanza para la gente del proletariado europeo. Pero ella en realidad solo era una mujer de su tiempo, luchando con las armas de entonces, pero con ética, inteligencia, estudios y posición social al servicio de otra gente más desfavorecida, para la que aspiraba promoción social y justicia, como lo desearía una maestra de todos, como una abogada del pueblo.
En el Golpe Militar Fascista Español asesinaron a la generación de maestros, abogados, profesionales y artistas a la que pertenecía Julia, y así frenaron el progreso en un pobre país mitad europeo, mitad africano, dejándolo vació de inteligencia, liderazgo político de izquierdas y recursos comunes, abocando a la gente a una posguerra de hambre, muerte e incultura y a casi tres décadas de progreso colonial capitalista en las manos del Opus, EEUU y los terratenientes y burgueses locales, en las manos del miedo visceral que se transmitió de padres a hijos llegando en casos incluso, hasta los nietos, miedo que paralizo, pervirtió y pudrió el país. Y en ese gran desastre, olvidamos a Julia y nadie nos hablo de ella, ni una canción, ni un monumento ni una calle, a pesar de ser indiscutiblemente, la política navarra más importante de la II República. Ahora llega el momento de recordarla, y actos como escribir este discurso en honor a su naturaleza de política propagandística ojala sirvan para transmitir su vida y sus logros a las generaciones futuras, por justicia social e histórica. Ojala desenterremos a Julia del olvido, rasguemos entre todos la mortaja de su ausencia. Yo, mientras tanto, sola en la soledad de mi alma, siento que ella me sonríe, vestida de rojo, porque para eso era la Puta del Congreso, y me dice, no olvides mi niña, la lección más importante que ofrezco con mi vida, la unión de la gente, cariña, la unión de la izquierda por la justicia social y la libertad, mi niña, la unión del Pueblo, el Pueblo unido jamás será vencido.
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