“Temible septiembre” -Miren Rico-
Septiembre. El mes de la vuelta al “cole”. Las larguísimas colas en las librerías para hacerse con todo el material: cuadernos, mínimo diez por cabeza, un ejército de bolígrafos, otros tantos lapiceros, algunas carpetas, las tijeras, la regla…y la agenda, cómo no. Esa libretilla que el escolar va a llevar a todas partes y en la que anotará con mimo todos los deberes para que no se olvide de nada.
Pero la guinda de la cesta escolar la ponen los libros de texto. Cada año una lista inagotable de volúmenes que podrían calzar la puerta de una iglesia. Pero ojo que casi vienen por duplicado: el libro de texto a color y el de blanco y negro para los ejercicios. Y todos nuevecitos, porque claro de un año para otro han cambiado el epígrafe dos del ejercicio de la página 372 y ya no vale con el libro que tu hermana tenía el año pasado.
Pero luego pasa lo que pasa. ¿La agenda? Se desconoce su paradero además de estar de un blanco impoluto del frecuente uso que se le ha dado. ¿Los libros de texto? Han llegado a la mitad y ni siquiera han alcanzado la tan ansiada página 372. Claro es que 27 temas en 9 meses por cada asignatura no se asimilan ni desayunando pilas. ¿La borragoma? Aunque se hayan comprado siete, en el estuche no hay ni una. Creo que deben de estar en la Narnia de los objetos que desaparecen como tragados por un agujero negro junto al calcetín desparejado, a los bolígrafos y las llaves, que fíjate tienen una especial predilección para el desvanecimiento.
Y es que parece que sea el cuento de nunca acabar. Cada septiembre igual. Parece como si heredar los libros nos diese alergia, aunque bueno en eso mucho tienen que decir las editoriales y las ikastolas. Ah y el Corté Inglés. Menudo negocio que hacen a costa de la “ilusión” de niños y adolescentes por volver a la ikastola, sobre todos la que éstos últimos sienten al volver a los grandes templos del saber.
Pero lo peor de todo es que dicha vorágine por comenzar el nuevo curso nos convierte en monstruos rapiñadores que se apilan sobre la sección de papelería en las librerías y que se empujan para conseguir el botín escolar. Aún hay más, y es que en ciertas ocasiones las pobres madres (sí todavía en su gran mayoría son las madres las que acompañan a sus hijas e hijos a hacerse con el kit escolar) tienen que aguantar la tiranía de sus retoños.
Ejemplifiquemos ésta última escena. En todo este panorama se hayan una madre y una hija en la cola para pagar el puñado de bolígrafos, lapiceros, rotuladores y cuadernos que han podido rescatar de entre los restos que otros han dejado.
Miento. La hija está sola en la fila, inquieta, rozando las chaqueta de las personas de su alrededor, como con el baile de San Vito. Nada más llegar la madre, le endosa todo el material escolar y se pone a revolotear de aquí para allá. La madre, cual animal de carga a la que le vendría la mar de bien tener tantos brazos como la diosa Shiva, todavía tiene que escuchar, pasados cinco minutos, los improperios que su hija le lanza por no haber avanzado nada en la cola y tardar tanto en pagar.
Finalmente, cuando les llega el turno para pagar, la madre saca la tarjeta y en un último sacrificio, su hija le endosa la bolsa con sus cosas para clase. Hasta casa con ello.
Y es que una situación tan común puede tener una carga simbólica y no tan simbólica devastadora. Parece que las mujeres nos hayamos librado del esclavismo clásico (todo visto desde el punto de vista europeo) para caer en una nueva esclavitud: madre, mecenas y mula de carga. Las que consiguieron las escasas libertades de hoy parecen estar en manos de los deseos de la futura libertad.
Puede parecer una exageración o una situación puntual pero toda ésta campaña capitalista para comprar, comprar y comprar tiene sus consecuencias. No nos olvidemos, todo ello tiene un gran impacto sobre las mujeres que tienen que soportar el peso de la dichosa campaña escolar además de convertirnos en la sociedad del despilfarro y de la basura rápida. Caemos cada año en el engaño de tener que renovar todo. ¿Dónde han quedado los parches en los pantalones? ¿El heredar la ropa de tu hermana? ¿La mochila que duraba años? Estarán todos ellos en Narnia, que a este paso va a estar más poblada que nuestros vertederos.
Miren Rico Tolosa
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