Naves, el líder obrero que nunca quiso serlo
Este domingo, 17 de enero, nos dejaba Jesús Fernández Naves una figura imprescindible en la historia obrera de Gasteiz, debido a que su papel en la huelga de 1976 le convirtió en un auténtico líder, aunque siempre defendió que el poder debía estar en las asambleas.
Nació en Naves, una pequeña aldea cercana a Oviedo, en 1934, el mismo año que en Asturias estallaba una revolución obrera. Con 12 años, sin embargo, decidió tomar el camino del seminario, y tras ser ordenado sacerdote comenzó a ejercer en Gijón. Allí se empapó de la problemática obrera, al tiempo que empezó a tener problemas con la policía y las autoridades eclesiásticas tras mostrar su apoyo en un sermón a la huelga de los mineros asturianos de 1962.
Tras esta experiencia se marchó a Argentina para trabajar como cura obrero, allí volvió a tener problemas con la jerarquía eclesiástica y decidió abandonar el sacerdocio. Volvió a Europa y estuvo una temporada en Paris, coincidiendo con mayo del 68. Posteriormente regresó a Buenos Aires, donde permaneció hasta 1973, manteniendo el contacto con el movimiento obrero y con los nacientes movimientos guerrilleros. En dicho país también se unió con su inseparable compañera, Carmen Landaluze.
Posteriormente decidieron regresar a la península y asentarse en Gasteiz, aquí desde el principio conecta con el naciente movimiento obrero, especialmente con el sector de los “anticapis”, que rechazaban la participación en el Sindicato Vertical y apostaban por extender las asambleas.
A través de la Coordinadora Obrera de Vitoria, que reunía a las diferentes facciones del movimiento obrero, se consiguió elaborar una plataforma y estrategia común ante las negociaciones colectivas. Esto propiciaría que el 9 de enero de 1976 Forjas Alavesas se declarara en huelga, a la que en los siguientes días se unirían distintas empresas gasteiztarras, entre ellas MEVOSA, donde Naves fue elegido miembro de la Comisión Representativa. Estas comisiones serán una de las claves de esta lucha, su misión era negociar con la patronal y coordinarse con las demás fábricas en lucha, aunque sus cargos eran siempre revocables.
La huelga duraría casi 2 meses y como él recordaba “La represión provocó que un movimiento que era de contenido económico pronto se tornara político”. Las reivindicaciones económicas pasaron a un segundo plano y la prioridad fue la libertad de los detenidos y la readmisión de los despedidos. En poco tiempo, partiendo del rechazo del Sindicato Vertical, se fueron poniendo en duda todos los fundamentos del sistema. Años después recordaría que “Se estableció una especie de proceso asambleario global, de tal forma que podemos decir que el 3 de marzo, de una forma u otra, controlábamos toda la ciudad”.
En ese ambiente su trabajo y sus dotes de oratoria le convirtieron en uno de los líderes de la huelga, tal vez el más destacado, aunque siempre defendió que el poder emanaba de las asambleas.
Esto también le trajo consecuencias, además de una detención, fue el principal destinatario de las hojas anónimas que pretendían desprestigiar la huelga. En estas, entre otras cosas, se le llamaba “cura renegado” y a su compañera Carmen “mujer de vida alegre”. La principal acusación fue que había recibido 14 millones del PCE para mantener el conflicto, acusación totalmente absurda. Sin embargo, esta campaña no hizo sino reforzar la unidad dentro del movimiento obrero.
Tras 2 convocatorias de huelga general sin demasiado éxito, el 3 de marzo Gasteiz pararía mayoritariamente, ese día desde la mañana se vivirían enfrentamientos, consiguiendo los y las manifestantes hacer frente a las embestidas policiales. Por la tarde, como es conocido, la policía desalojó con gases lacrimógenos y balas una asamblea de miles de personas en la iglesia de San Francisco provocando 5 muertos y cientos de heridos.
Naves tomaría la palabra en el final del funeral por los obreros asesinados, allí tras manifestar que los objetivos de la lucha eran justos, recalcó que “estos son hermanos nuestros, estos muertos son nuestros, son de todo el pueblo de Vitoria”, de esa unidad solo se excluirían un puñado de patrones. A su vez, pidió un juicio popular y la disolución de los cuerpos represivos.
Tras el funeral tuvo que pasar a la clandestinidad hasta que fue detenido y encarcelado en Carabanchel. Salió de la cárcel el 7 de agosto, junto a Imanol Olabarria y Juanjo San Sebastián, aunque su recibimiento fue empañado por una carga policial cuando la manifestación popular se acercaba a la iglesia de San Francisco.
Los años siguientes continuó defendiendo la validez del asamblearismo dentro del movimiento obrero, lo cierto es que en el movimiento obrero gasteiztarra se viviría una difícil convivencia entre las asambleas y los sindicatos, que duraría hasta inicios de la década de los 80. Él sería siempre crítico con el papel de los sindicatos y rechazó ofertas de varios partidos. A la vez que se mostró contrario con la dinámica pactista de la transición.
Con el tiempo fue pasando a un segundo plano, aunque siguió activo, como muestra que en 1987 fuera despedido de Mercedes, junto a Iñaki Martin Etxezarra y Julio González Durana, acusados de promover paros en solidaridad con un trabajador que había sido sancionado. Finalmente consiguieron ser readmitidos tras considerarse sus despedidos nulos por la Magistratura de Trabajo. Además, hasta que su enfermedad se lo permitió, siguió colaborando con diferentes movimientos sociales, como el colectivo antimilitarista Gasteizkoak.
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