¿Qué fue (de) la Euskadi Tropical y Radical?
La explosión creativa y reivindicativa de la segunda mitad de los años ochenta, músicas con textos y actitudes radicales, uso lúdico de las drogas ligeras, gaztetxes, grupos de mujeres jóvenes, ocupaciones, radios libres, renovó los repertorios de la protesta en Euskal Herria.
Artículo de JTXO Estebaranz | elsaltodiario.com
La explosión creativa y reivindicativa de la segunda mitad de los años ochenta, renovó los repertorios de la protesta en Euskal Herriak (EHk) lanzando a la arena social una escena alternativa que en muchas de sus expresiones aún sigue en pie tras más de tres décadas. Músicas con textos y actitudes radicales, uso lúdico de las drogas ligeras, gaztetxes, grupos de mujeres jóvenes, ocupaciones, radios libres, son solo algunas de las propuestas surgidas al calor de una época que permanece radiante en la memoria de quienes la protagonizaron pero que extiende sus brillos hacia las posteriores generaciones a través de la herencia viva de sus formas de protesta todavía en uso.
Los nacientes ochenta
Marcado por un duro contexto conflictivo, los años ochenta se aceleraban con la llegada de la socialdemocracia al poder primero en el estado francés con la victoria presidencial del PSF en 1981 y un año más tarde con la mayoría parlamentaria del PSOE en el español. Esta última accedía con el firme propósito de integrar en las estructuras del capitalismo europeo (por entonces la Comunidad Económica Europea, hoy Unión Europea) aquel estado aún convaleciente de la última asonada militar de los nostálgicos del franquismo. En casa, la democracia cristiana vasca, el partido, se ponía manos a la obra en su tarea de levantar un entramado institucional para la recién constituida CAV, mientras en Navarra la derecha de siempre cambiaba la poltrona de la Diputación por la de la naciente Comunidad Foral.
La tarea de modernización pasaba primero por terminar de implantar el sistema de cuotas comunitarias en la producción agrícola y ganadera y desmantelar la industria pesada, lo que apuntilló el sector primario, mientras que por el contrario reavivó resistencias cada vez más desesperadas entre las plantillas industriales a extinguir por aquella “reconversión”, plantillas que retomaron la organización asamblearia y las formas de confrontación directa, con encierros en los puestos de trabajo, barricadas y duelos diarios con las fuerzas policiales.
En lo punitivo, tras unos primeros titubeos progresistas (con la amnistía Mitterrand y la Reforma Urgente del Código Penal del gabinete González), el fracaso de los acercamientos negociadores con ETA Militar y la presión de la derecha mediática contra las medidas despenalizadoras del uso de drogas y contra el excarcelamiento de presos sociales preventivos, se tradujo en un incremento de la presión policial contra amplios segmentos juveniles: en el plano político con la puesta en marcha del contrainsurgente Plan Zona Especial Norte, y en el social con las omnipresentes patrullas policiales desplegadas para garantizar la “seguridad ciudadana”.
La presión policial se centraba sobre los centros históricos de las ciudades, o sobre algunos locales en las poblaciones de tamaño medio, centros en los que habían aparecido numerosos bares gracias a los bajos precios que ofrecían aquellas zonas degradadas, y en los que se reunía una amalgama de jóvenes que escuchaban las nuevas músicas de las tribus urbanas y que consumían públicamente drogas ligeras, zonas que eran el imán de todas las disidencias sociales y políticas. Entre estos se encontraban también jóvenes que habían formado parte de los movimientos populares de corte asambleario, y significativamente en los Comités Antinucleares, que participaban de un modo de vivir y de luchar de corte alternativo. Estos centros históricos eran también el escenario preferente de los disturbios que rechazaban las numerosas extradiciones de refugiados en Iparralde, activadas al alimón entre los gobiernos socialistas de ambos lados de la muga, para debilitar a la rama activa de ETA, la Militar, y disuadir a los procedentes de grupos ya extintos (autónomos y polimilis).
Calles como Calderería en Iruñea, Barrenkalle en Bilbao y Zapatería en Gasteiz, se convirtieron en focos de una disidencia que mezclaba estilos de vida alternativa, producía nuevos ritmos urbanos e iba a generar sus propios repertorios reivindicativos
En aquel complejo caldo de cultivo, calles como la Calderería en Iruñea, Barrenkalle en Bilbao y Zapatería en Gasteiz, se convirtieron en aquellos años en focos de una disidencia que mezclaba estilos de vida alternativa, producía nuevos ritmos urbanos y que pronto iba a generar sus propios repertorios reivindicativos. Entre aquellos nuevos ritmos, en la gélida Gasteiz se acuñaba a partir de una celebrada canción, el término de la Euskadi Tropical, que cristalizaba los deseos de liberación cálida que aunaban a aquella naciente generación de rebeldes.
1985, la gran eclosión
Con todos los ingredientes ya en el caldero, las primeras iniciativas reivindicativas comunes de aquella nueva agregación de disidentes tenían necesariamente que tener un carácter expresivo de toda aquella riqueza de matices. No fue una casualidad que se revitalizaran las propuestas de las radios libres, como vehículo de expresión de todas aquellas ganas de vivir y de luchar de distinto modo, y que fueran radios pioneras, como Eguzki o Hala Bedi, las que dieran voz común a toda aquella diversidad en conflicto con una realidad social represiva y amuermante. Y que el fenómeno de la extensión de aquellas radios (poco preocupadas por la calidad de su emisión y mucho en dar cobijo a las distintas voces) se propagara en menos de tres años por toda la geografía vasca, apareciendo una miríada de radios en pueblos y barrios.
El fenómeno de las radios libres, como las pioneras Eguzki o Hala Bedi, se propagó en menos de tres años por toda la geografía vasca, apareciendo una miríada de radios en pueblos y barrios
A la par, comenzaron a aparecer fanzines, no ya centrados en las particularidades de las distintas tribus urbanas como hasta la fecha, sino en ser el altavoz de las nuevas resistencias que se iban desarrollando. Entre ellos, Kalimotxo en Baiona o Resiste desde Gasteiz. Este último, iría tomando cada vez más protagonismo durante la década, al ser el primero en tratar de reflejar no solo la realidad disidente local, sino también en ser espejo de las diferentes iniciativas que iban surgiendo en las diversas comarcas de EHk, y activar a la vez una red de colaboradores para extender su radio de lectura a lo ancho de la geografía vasca.
De las primeras iniciativas conjuntas en el terreno expresivo, se pasó naturalmente hacia lo espacial, a través del movimiento de las ocupaciones de locales. Frente a los primeros gaztetxes, sitos en Gipuzkoa, que habían surgido en inicio como una respuesta colectiva de los colectivos juveniles y culturales ante la falta de locales institucionales, en las nuevas asambleas de jóvenes se integraba la variopinta fauna de los centros históricos y se caracterizaban por su necesidad de tomar un espacio propio y colectivo para sus quehaceres creativos y reivindicativos. La primavera de 1985 vivió los abortados intentos del colectivo Katakrak en Iruñea que albergaba a grupos musicales, alternativos y gente de la calle en general por conquistar local común, pero sus intentonas inspiraron similares agregaciones en otras localidades, en sintonía con gaztetxes de nuevo cuño ya en pie como los de Andoain, Azkoitia o Lezo. Con la exitosa ocupación del Gaztetxe del Casco Viejo de Bilbao al año siguiente, daría comienzo un poblado y nuevo ciclo de ocupaciones.
En paralelo, el proyecto modernizador y legislador daba luz a la Ley de Objeción a finales de 1984, con la que regular el rechazo de jóvenes antimilitaristas a su incorporación obligada al Ejército, la “mili”. Rechazada por el movimiento de objeción, los debates para encarar su aparición, clarificaron las filas de la objeción y generaron una nueva propuesta, la “Objeción Colectiva”, que no reconocía al nuevo Consejo Regulador de Objeción, organismo que otorgaba al estado la potestad de reconocer el hecho de objeción al Servicio Militar Obligatorio, así como rechazaba la Prestación Social Sustitutoria, ideada como sustitutivo de Servicio obligado al Estado. A partir de 1985 y gracias a la “colectiva”, se fue creando una bolsa de miles de jóvenes varones que no iban a la “mili”, viviendo en un limbo jurídico, contingente que fortalecía los contornos de aquella comunidad de disidentes.
Por entonces también cristalizaron las campañas por un referéndum popular por la incorporación a las estructuras militares de la OTAN, la alianza militar que iba en el paquete de la modernización. Convocado para abril de 1986, en un clima internacional de protesta pacifista frente a las derivas militaristas de la derecha conservadora encarnadas en el presidente norteamericano Reagan o en la inglesa Tatcher, la campaña por el referéndum expresaba también las dificultades de las izquierdas revolucionarias de entonces por entroncar con la nueva ola creativa y reivindicativa. La izquierda abertzale se encontraba por aquellas fechas aún presa de su alineamiento con el bloque soviético y por su programa ante la mili, de la que solo pedía como alternativa una Capitanía General vasca, y vivía alejada de los anhelos desobedientes que impregnaban los nuevos aires reivindicativos. Y la izquierda extraparlamentaria, realizaba al pacifismo y al antimilitarismo un acercamiento instrumental, tratando de rentabilizar aquellas resistencias para su causa partidaria, acercamiento interesado que causaba el recelo de los nuevos rebeldes. El referéndum, cosechó el “no” en Hegoalde, no así en el conjunto del estado español, y la derrota en aquel pulso supuso el marasmo definitivo para aquellos partidos de izquierda revolucionaria, que escondían aún ilusiones electorales, marasmo tras el que verterían sus secciones juveniles al campo “alternativo”.
1986, los nuevos grupos autónomos
Para aquel año, la agregación de disidentes realizada alrededor de los centros históricos se encontraba ya madura, con plena fuerza para desafiar el orden establecido, como había demostrado ya con las diversas ocupaciones de locales, que buscaban un espacio comunitario y simbólico donde realizar en conjunto la diversidad de sus propuestas. La riqueza creativa y reivindicativa cada vez mayor de aquella oleada se convertía pronto también en objeto del interés comercial y político, primero con el invento discográfico de la etiqueta del “Rock Radical Vasco” y después con la campaña electoral de Herri Batasuna en 1985 del “Martxa eta Borroka”, con la que pretendía integrar en su causa a aquella nueva generación que surgía a su margen.
Aunque para 1986, existían ya diversos colectivos, como la propia revista Resiste en Gasteiz, el grupo Zirikatu en Bilbao o Patxa en Baiona, que agrupaban en su seno a los jóvenes más politizados de aquella oleada, y que desarrollaron una renovada de idea de “autonomía”, en la que propugnaban la radical independencia de las expresiones reivindicativas frente a los intereses partidistas ajenos a los objetivos de las propias luchas, así como veían en la nueva oleada una verdadera contracultura, entendida esta como un modo de vida y de lucha alternativo y opuesto al entramado de relaciones capitalistas y patriarcales del proyecto modernizador. Surgidos en aquella oleada, estos grupos practicaban un estilo de intervención lúdico e imaginativo, alejado de las consignas clásicas y un modo de agregación informal que les alejaba de las rigideces de la militancia tradicional.
Si hubiera que destacar algunas de sus campos de intervención además de su activa participación en el seno de las luchas en curso del momento, podrían ser tres los campos en los que más destacaron. El primero, muy en contacto con el espíritu irreverente de la época, el impulso a las manifestaciones ateas que se realizaban durante la Semana Santa cristiana, así como otras iniciativas anticlericales de acoso a las manifestaciones externas católicas. Estas eran consideradas símbolos del orden más reaccionario en momentos aún socialmente tensos, por ejemplo alrededor del ejercicio del derecho al aborto, impulsado por el movimiento feminista y recién legislado con muchas cautelas y restricciones. Las cargas policiales contra las manifestaciones ateas de Gasteiz, mostraban que las autoridades no se lo tomaban a chiste. Las procesiones se extendieron hacia tierras navarras y otras localidades vascas de tamaño medio, donde la opresión cotidiana del catolicismo retrogrado era la expresión de un conservadurismo social al que ya se desafiaba públicamente.
Otro campo sería el de la puesta en práctica y la reivindicación de la autodefensa y el sabotaje, participando activamente en las protestas contra las extradiciones, apoyando a las plantillas en reestructuración en sus enfrentamientos o proclamando el “30 de Abril”, como Día Internacional del Sabotaje. Esta última iniciativa, pretendía combatir el apaciguamiento social del sindicalismo de concertación en la víspera del Primero de Mayo y activar la capacidad de acoso de la nueva comunidad radical surgida por aquellos años contra los símbolos del capitalismo como las entidades bancarias o sedes oficiales, pero también del lujo, como joyerías o peleterías. La complicidad con aquellas duras actividades entre los nuevos disidentes, se contraponía con la incomprensión de la prensa de la época que daba la noticia de extraños ladrones que rompían escaparates pero que se llevaban las mercancías. Una expresión más lúdica de todo aquello fueron, también, las campañas de rechazo a la lógica del trabajo y la reivindicación del derecho a la pereza.
Por último, el despliegue de la Ertzaintza, como relegitimación de las fuerzas policiales por parte de las autoridades autonómicas, sería el objeto de campañas contra los nuevos cuarteles en construcción y de cuestionamiento de sus funciones en las primeras localidades donde el despliegue fue efectivo. La conciencia antirrepresiva de esta generación, acosada tanto en su vertiente política como socialmente por su uso de drogas ilegales, propició la extensión y calado de estas campañas bajo el lema “No les des cuartel”. Campañas que nuevamente chocaban con la distancia con las mismas de la izquierda abertzale de la época, presa de un diseño posibilista del nuevo orden autonómico que incluía necesariamente la presencia de fuerzas policiales, eso sí, vascas.
1987-1988 auge y colisión
Las nuevas modalidades reivindicativas se extendían hacia otros campos: el curso 86-87 sería el de la revuelta estudiantil. Comenzando el estallido en el estado francés, con lemas que actualizaban el mayo del 68 como “bajo el asfalto están los adoquines” y con especial incidencia en los liceos y centros de formación profesional, la revuelta consiguió extenderse al otro lado de la muga a partir de Diciembre. Bajo una estructura asamblearia, reunida en Coordinadoras de Enseñanzas Medias o Universitarias, la protesta de los hijos e hijas del baby boom, desarrollaba los repertorios más radicales del movimiento obrero y de los nuevos rebeldes, con duros enfrentamientos con las fuerzas policiales, en contraste con unas reivindicaciones que tan solo pedían una integración efectiva en el sistema educativo. Con todo, la llegada de las coordinadoras a los gaztetxes o de los comités de liceo al Patxoki sería un hecho natural.
Este fenómeno de las ocupaciones tuvo especial eco en Donostialdea, prodigándose los espacios ocupados para vivienda, pero teniendo como característica la toma de bloques o casas completas, que se convertían en lugares de reivindicación y conflicto con las autoridades locales
Las ocupaciones de locales, en extensión desde el año 86, se acompañaban también de las ocupaciones de viviendas con mayor brío también desde aquel año. Viviendas que eran concebidas como un espacio para la vida plena, sin ataduras, y que no tenían una relación directa con un estado de necesidad perentoria, sino con la necesidad radical de convivir en espacios de libertad. Este fenómeno tuvo especial eco en Donostialdea, prodigándose los espacios ocupados para vivienda, pero teniendo como característica la toma de bloques o casas completas, que se convertían también en lugares en continua reivindicación y conflicto con las autoridades locales. El desalojo del edificio conocido como “Toki-Onena” a comienzos del 87, desparramó por la ciudad de Donostia y por las localidades cercanas al contingente ocupa, fortaleciendo las ocupaciones ya en curso y propiciando la toma de nuevos espacios.
Y en el interior del movimiento feminista, el parón interno frente a la institucionalización de muchas de las reivindicaciones propias del mismo (con la aparición de Emakunde e Institutos similares, o frente a una tímida y mejorable regulación del derecho al aborto), se resolvía con el protagonismo progresivo de las Comisiones Antiagresiones de las Asambleas de Mujeres y la aparición de grupos de mujeres jóvenes, dedicadas también a cuestionar el papel subalterno de las mujeres en los espacios lúdicos y reivindicativos surgidos en los últimos tiempos. Así el feminismo de estas mujeres jóvenes que participaban de las experiencias alternativas, complejizó muchas de las experiencias creativas y reivindicativas en curso, plagadas de constantes heteropatriarcales. En junio del 88 se creaba la primera casa ocupada solo de y para mujeres, Matxarda, en Rentería.
En abril de 1987, en un contexto de duras respuestas a las extradiciones en forma de violencia callejera y en un ambiente que preconizaba contundentes formas de sabotaje, un ataque con cócteles molotov de un grupo informal a la Casa del Pueblo de Portugalete se saldó con dos muertos, abrasados en el interior de la sede socialista. La falsa e interesada atribución por parte de la dirección de Herri Batasuna de este hecho al colectivo Mendeku de aquella localidad (una gazte asanblada que había evolucionado hacia formas y repertorios autónomos) y la consiguiente detención policial de una decena de sus miembros, desencadenó una oleada de solidaridad antirrepresiva entre los nuevos grupos autónomos, que estabilizaron así sus contactos. Aquel ineludible enfrentamiento con las estructuras abertzales restó frescura a los lenguajes y propuestas de la nueva autonomía, sumergidos en un progresivo pulso de hegemonía en un ambiente que, pese a todo, seguía expandiéndose.
Todo ello aceleró una convergencia en aquel magma desobediente y posibilitó que un año después se realizara un encuentro en los albergues de Orio, en el que participaron los diversos grupos ya estables y también nuevas agregaciones que se radicaban en los ambientes contraculturales en alza. Contra todo pronóstico, lo que en principio podía haber sido un instrumento de cohesión e intervención conjunta se convirtió en un factor de disgregación al chocar las distintas ambiciones y realidades de los grupos más ideologizados y las de los más refractarios a las rigideces de las coordinaciones estables, a cuyos recelos se sumaban las sensibilidades recién incorporadas. El posible salto hacia una coordinación conjunta de aquella identidad radical y tropical surgida con la época se tradujo en progresivas distancias y desconfianzas, que avanzaban junto con la aparición de nuevos contextos y frentes.
La huelga general del 14 de diciembre de 1988 refutaba el saldo de la modernización. No obstante, durante el primer semestre de 1989, el reino de España asumía la presidencia del Consejo Europeo; la plena integración capitalista tomaba la recta final. Para febrero la nueva estrategia antimilitarista de insumisión al servicio militar obligatorio, acordada en el pasado verano también los albergues de Orio, iría larvando una desobediencia amplia y exitosa que en un par de años pasaba de pocas decenas de pioneros a más de seiscientos insumisos vascos. En enero ETA Militar había declarado una tregua para saludar las negociaciones en curso con el gobierno socialista en la ciudad de Argel, negociaciones que pronto fracasarían. Durante el segundo semestre se pondrían en marcha las obras de la contestada autovía Irurzun-Andoain, parteras de nuevas resistencias. Y en noviembre caía el muro de Berlín, que iniciaba el desmoronamiento del Bloque del Este. Otro mundo iba surgiendo, redoblándose contra él las iniciativas de protesta y emergiendo durante las mismas nuevas convergencias rebeldes.
Qué fue de la Euskadi tropical y radical
La explosión creativa y reivindicativa que maduró en la segunda mitad de la década de los ochenta creció en un océano de resistencias frente a la integración institucional y económica en la sociedad capitalista europea. En el curso de las mismas, nacieron nuevos repertorios y baladas rebeldes; algunos tendrían continuidad, otros irían mutando, muchos desaparecerían. Su frescura contrastó con una izquierda esclerótica, incapaz de renovarse al tiempo que el mundo contra el que se enfrentaba; su contingente era eminentemente juvenil, pero no por ello ingenuo.
Muchos de los destellos que hoy nos llegan de entonces, ocultan también sus sombras. Aciertos y fracasos de una generación de rebeldes que tuvo que encarar junto con sus propios aprendizajes también la falta de complicidad de las izquierdas en oposición, lastradas por la habitual incomprensión ante la eclosión de nuevos modos de protesta.
Amoldar aquella realidad a presentes convicciones o rememorar únicamente sus brillos sería, o burda falsificación, o patética nostalgia. Pero, por el contrario, comprender la verdadera naturaleza y la genealogía de aquellas luchas, sus contextos y propuestas, y recordarlas en sus logros y en sus derrotas, puede ser un sano ejercicio para reforzar las resistencias presentes.
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