La pila: La Pila-La disidencia es contagiosa
Por José Antonio López Cabrera desde la prisión de LLedoners en Catalunya
Si preguntásemos a la gente de la calle sobre las prisiones, sobre lo que realmente piensan de las personas que habitan en ellas, la respuesta sería más o menos esta “los presos me dan miedo, pena o asco. La verdad es que no me preocupan, que me traen sin cuidado. Pero mejor no verlos ni olerlos y cuanto más tiempo pasen encerrados mejor. Me pasa como con los moros o los gitanos, mientras más lejos, mejor que no vengan a incordiar, que no molesten, que los quiten de enmedio, que los encierren que es donde deben estar, en un lugar aparte y bien cerrado donde no sean vistos, ni oídos ni olidos, donde puedan ser olvidados hasta que se pudran. Los presos los delincuentes y los inmigrantes son de otra parte y han de estar en otro mundo apartados de la sociedad. Sin duda esa otra parte es el presidio, una institución especialmente creada para recoger y conjurar todas las locuras del mundo. Para esa gente la existencia de la cárcel, pese a la imagen del terror y horror, por mucho que se maquille, siempre ha estado justificada del mismo modo, es innegable que tras los muros se práctica a diario los malos tratos, torturas físicas y psíquicas. Sus muros dan seguridad a los de fuera, les hace sentirse seguros, normales y racionales. Para esa gente la existencia de las cárceles garantizan su posición en una sociedad injusta y cruel. Pero las cosas no son tan claras como conviene creer, como dice el refranero popular “ni están todos los que son, ni son todos los que están”. “Bajo un gobierno que encarcela injustamente a cualquier persona el verdadero lugar de una persona justa es la prisión”. (H.D. Thoreau).
Desde hace décadas los políticos no hacen mas que construir cárceles y macro cárceles, autenticas mega factorías del crimen obteniendo con ello dinero, votos y una falsa seguridad. Habitualmente llevamos una vida tan invivible, tan plaga de problemas, tensiones, frustraciones que cualquiera en un momento determinado pueda acabar en una prisión.
Cuando se habla de cárceles generalmente se piensa en miserables, furiosos criminales, en los obscenos, en los degenerados, en los malvados que ponen peligro la tranquilidad ciudadana y la seguridad de las personas.
A los políticos y ricos les conviene cimentar el mito de la peligrosidad de los presos de su incontrolable agresividad de su basta condición. Así se puede encubrir proyectivamente la agresividad latente en la sociedad estructuralmente violenta, insolidaria, injusta y cruel en la que los más desfavorecidos, los pobres, las minorías y los disidentes son apartados y encarcelados en estos campos de exterminio pero lo peor es que la estigmatizacion sistemática dota a los organismos de represión de inmunidad para someter a multitud de presos a tratamientos coercitivos y agresivos para mantenerlos aislados violando sus derechos y degradándolos sistemáticamente.
La prisión hace del preso una persona apática, pasiva y sumisa, pero es inútil decirlo y repetirlo porque casi nadie quiere creerlo, no interesa la verdad.
Los que disienten pueden tener problemas pueden ser objeto de malos tratos, aislamiento y discriminación. Esa disidencia es calificada de locura o enfermedad mental, cuando interesa según los intereses de la prisión.
La disidencia tanto social como penitenciaria es contagiosa y puede encender el potencial que habitualmente permanece dormido, reprimido. Por este motivo mientras existen presos disidentes, rebeldes existirán celdas de aislamiento y si persiste la rebeldía serán aislados de los aislados. En bien del orden establecido si fuera necesario se utilizarían técnicas de tortura física y psíquica que inducen al suicidio.
Muchos presos terminan siendo enfermos desahuciados o inválidos sociales sin esperanza de rehabilitación. Psíquicamente destrozados, físicamente deformados y prematuramente envejecidos.
En aislamiento disponen de escaso espacio para moverse y el tiempo no existe aunque pesa abrumadoramente sobre ellos y los vuelve mustios, los enloquece, los despersonaliza.
Pasean compulsivamente en espacios reducidos y rigurosamente acotados, vigilados muy de cerca por los carceleros y psíquicamente muy distanciados para eludir el trato o el dialogo con los verdugos que aprovechan esa situación para tratar del obtener algún tipo de información para escalar en la jerarquía. El aislamiento te convierte en un ser inexpresivo, distante, ensimismado como si no sintiera nada tratando de no mostrar el odio que acumula la rabia y el peor de los instintos. Además de carecer de libertad sexual generando patologías de muy diversa consideración.
En régimen de 2º grado los presos raramente se quejan aun teniendo argumentos sólidos pues si protestan pueden ser considerados inadaptados y por lo tanto síntoma de rebeldía que impide la rehabilitación. Para la transformación de la cárcel y su desmantelamiento futuro se han de partir claros planteamientos ideológicos asistencias; los presos son personas ciudadanos con derechos civiles reconocidos en cualquier constitución democrática y que deben ser respetados por todos especialmente por los encargados de su reinserción los equipos de tratamientos y deben asistirlos como marca la ley. Los denominados irrecuperables o reincidentes son enfermos sociales con pocos recursos sociofamiliares y son teóricamente curables en términos de reinserción y por tanto susceptibles de mejoras notables por lo que todos los esfuerzos deberían dirigirse a ayudarles a resolver sus problemas socioculturales, laborales a aliviar sus sufrimientos y penalidades y a evitar sus agravamiento adictivo a las drogar, la pandemia de nuestro siglo.
A no desconectarlos de su medio habitual y a reintegrarlos en la sociedad. En este sentido la segregación en la cárcel dificulta o incluso impide su recuperación los cronifica y paulatinamente los convierte acortar al máximo la estancia del paciente en la prisión y reintegrarlo en la sociedad de lo contrario se convertirá en enfermo institucionalizado.
Jose Antonio Lopez Cabrera
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