La comuna de París
Podrán sofocar una insurrección, pero no podrán detener la revolución: apuntes sobre el legado de la Comuna de París y el hilo rojo de la historia.
Hace 151 años, el 18 de marzo de 1871, empezaba la experiencia revolucionaria de la Comuna de París. La Comuna -“la primera dictadura del proletariado”- fue un acontecimiento que marcó de forma indeleble, la historia de los desposeídos. El imaginario de la Comuna fue tejiendo el hilo rojo de la historia revolucionaria desde entonces hasta hoy en día. Los ecos de las luchas de los comuneros resonaron desde el movimiento consejista hasta el Octubre de 1917, desde el 36 del estado español hasta las luchas anti-coloniales. ¿Por qué la Comuna fue tan importante? La comuna de París fue la forma en la que se encarnó el fantasma del comunismo que recorría Europa. Fue la verdad revolucionaria hecha praxis que desenmascaró la mentira burguesa: “París todo verdad, Versalles, todo mentira”, sentenció Marx.
La Comuna, más allá de las medidas concretas tomadas -laicidad, supresión del ejercito y armar el pueblo, ciudadanía universal…- fue la primera insurrección consciente del nuevo proletariado. En las palabras de Marx: “La más grande medida social de La Comuna era su propia existencia en acto […].La Comuna -exclaman- pretende abolir la propiedad, base de toda civilización. Sí, caballeros, la Comuna pretendía abolir esa propiedad de clase que convierte el trabajo de muchos en la riqueza de unos pocos. La Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores” (Marx).
Por primera vez, la nueva clase explotada, el proletariado, se sublevaba contra la propiedad privada, contra el trabajo asalariado y contra su misma condición de proletariado. La clase en sí se hacía clase para sí. La clase explotada se convertía en sujeto revolucionario. Si algo marcó la Comuna de París en la historia de las desposeídas fue su simbolismo y su carga épica: la Comuna fue una insurrección contra la temporalidad capitalista y contra el espacio del capital, fue una reapropiación consciente del espacio y del tiempo.
Respecto a la reapropiación del espacio, no se puede entender la Comuna de París sin tener en cuenta la desposesión urbana y la construcción de la “nueva París” de 1853, el proyecto de Hausmann que derribó el viejo centro histórico y echó a los proletarios hacia las periferias. La insurrección y creación de la Comuna hay que entenderla (también) en esta dialéctica de desposesión y reapropiación, con el que proletarias y proletarios volvieron a tomar (simbólica y materialmente) el espacio del que habían sido echados por la burguesía. Y, a prueba de que esta reapropiación fue consciente del significado político del espacio, valga con ver las primeras acciones de les communardes: la demolición de la columna de Vendôme (símbolo de la grandeza imperial de Francia), la reapropiación y contra-uso de las iglesias (para ser lugares de asambleas y sociabilidad) y el ataque a todos los símbolos de la nueva París (infraestructuras, institutos financieros…).
Henri Lefevbre habla, en este sentido, del urbanismo revolucionario de la Comuna: “La Comuna representa hasta nosotros la única tentativa de un urbanismo revolucionario,atacando sobre el terreno los signos petrificados de la vieja organización, captando las fuentes de la sociabilidad y reconociendo el espacio social en términos políticos y no creyendo que un monumento pueda ser inocente” (Lefevbre, La significación de la Comuna de París).
La Comuna fue, además, una insurrección contra al tiempo capitalista: los comuneros, al tomar el centro de la ciudad, dispararon a los relojes públicos, por ser la representación de la dominación capitalista, del disciplinamiento y de la cuantificación de la explotación. Así lo relata Walter Benjamin: “La consciencia de estar haciendo saltar el continuum de la historia es peculiar de las clases revolucionarias en el momento de su acción. Al anochecer del primer día de lucha, ocurrió que en varios sitios de París, independiente y simultáneamente, se disparó sobre los relojes de la Torre (W.Benjamin).
Reapropiación del espacio, destitución del tiempo capitalista y ataque a los fundamentos de toda dominación: allí está lo actual de la Comuna -las preguntas y las directrices que nos devuelve en todas su actualidad la experiencia revolucionaria del 1871-. Hablando del verdadero secreto y del descubrimiento de la Comuna, que constituyen el legado de la Comuna, Marx decía: “He aquí su verdadero secreto: la Comuna era esencialmente un Gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo. Sin esta última condición, el régimen de la Comuna habría sido una imposibilidad y una impostura. La dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social. Por tanto, la Comuna habría de servir de palanca para extirpar cimientos económicos sobre los que descansa la existencia de las clases y, por consiguiente, la dominación de clase” (Marx, La guerra Civil en Francia).
La Comuna fue derrotada, pero marcó, con su ejemplo y también con sus errores, el camino a seguir para la destrucción de la dominación capitalista y la construcción del comunismo. Ese camino hacia el “movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual” que, como decía Marx, no consiste en realizar ningún ideal, ni es la materialización de una utopía que hay implantar, sino que es un proceso de acumulación de fuerza, organización y composición revolucionaria.
Así, para acabar otra vez con Marx, para mirar a la Comuna aprendiendo de ella y recuperando su legado en las luchas de hoy, decimos: “La clase obrera no esperaba de la Comuna ningún milagro. Los obreros no tienen ninguna utopía lista para implantarla par décret du peuple. […] Ellos no tienen que realizar ningunos ideales, sino simplemente dar suelta a los elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad agonizante lleva en su seno” (Karl Marx, La guerra civil en Francia).
Ayer, hoy y siempre: VIVE LA COMMUNE!
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