“Aporofobia ¿De qué hablamos?” -Bego Oleaga-
APOROFOBIA ¿De qué hablamos?
Les podemos ver deambulando por las zonas y espacios con más afluencia de personas; durante el día se colocan en las esquinas de las aceras, apoyadas en la pared de las casas, para no molestar. En ocasiones cargan con sus enseres. A veces les acompañan sus mascotas o animales de compañía. Hay quienes colocan un cartel para informarnos de su situación y, al lado, un cuenco para recibir limosna. Permanecen sentadas, inmóviles, en actitud sumisa, y con la mirada dirigida hacia el suelo. Al atardecer desaparecen y se ocultan para pasar la noche en lugares que sienten como más seguros.
Las viandantes pasamos indiferentes ante estas personas. Ni les miramos. Si nos dirigen la palabra nos retraemos; se nos enciende la alarma del temor y del rechazo y en nuestro cerebro comienzan a tomar forma los prejuicios y estereotipos que, de tan aferrados, ya forman parte de nuestra idiosincrasia.
Están ahí pero son invisibles; desconocemos sus situaciones pero ello no impide que emitamos juicios de valor sobre cuanto se nos ocurra. Son los últimos de la fila. Las desechables. En algún momento de su vida algo hizo ¡crac! (paro, desahucio, rupturas afectivas, soledad, alcohol…) y se inició el camino hacia el abismo.
La durísima vida en la calle y la deshumanización social les ha ido convirtiendo en objetos para el divertimiento y mofa de quienes, creyéndose superiores, dan rienda suelta a sus instintos más primarios, a los impulsos más bajos. Y estas personas que viven en la calle soportan agresiones, insultos y discriminación y, en los casos más terribles, violencia sexual, física y la muerte. La soledad y el miedo son sus inseparables compañeras de viaje.
Para una mayoría de gentes biempensantes son: vagos, parásitos, delincuentes, malas mujeres, toxicómanos…En nuestra feliz y peligrosa ignorancia les percibimos como individualidades que hubieran surgido por un fenómeno natural y no como consecuencia de la crueldad del capitalismo que deja en la cuneta a millones de personas. “El capitalismo es capaz de destruir la posibilidad de una vida digna” nos recuerda el filósofo Noam Chomsky.
Según datos del Observatorio Hatento liderado por RAIS, asociación que atiende a personas sin hogar, la mitad de las treinta mil personas que viven en las calles en el Estado Español han sufrido algún tipo de agresión, en el 30% de los casos a manos de jóvenes que iban de fiesta. El 60% de estos delitos tienen lugar en los espacios donde duermen las personas. En dos de cada tres casos hay testigos de la agresión y en un 68,4% de los casos no hacen nada. Un 20% de las mujeres que viven en la calle manifiestan haber sido agredidas sexualmente.
Estas agresiones están aumentando a nivel Estatal y son realizadas mayoritariamente por hombres de edades comprendidas entre 18 y 35 años que están de “fiesta”.
ONGs que atienden a estas personas reconocen sus limitaciones para conocer, en toda la extensión de la palabra, realidades tan complejas e invisibles porque, entre otras causas, creen que las personas atacadas no acuden a los servicios existentes a solicitar ayuda porque ignoran su existencia, por desconfianza, por miedo a las represalias y a la policía, por temor a que les separen de sus criaturas en el caso de las mujeres, por ser irregular en el caso de personas extranjeras, etc.
Pero desde el pasado mes de Diciembre ya tenemos una palabra para nombrar esta terrible realidad. La Real Academia Española introdujo en su diccionario la palabra APAROFOBIA, término acuñado por la filósofa Adela Cortina y que se refiere “al rechazo, aversión, temor y desprecio hacia las personas pobres y la pobreza” La APOROFOBIA nos sirve para nombrar y explicar, por ejemplo, por qué se rechaza a las personas refugiadas, pero no a los migrantes ricos e inversores o por qué son bienvenidas las personas árabes que llegan en yate a nuestras costas, pero no tanto las que llegan en patera” Ya contamos con una palabra necesaria para generar un discurso que desenmascare la narrativa dominante que oculta, culpabiliza y manipula la realidad de las personas pobres y, de manera especial, la de las personas sin hogar como expresión de la pobreza más absoluta.
Para finalizar, un fragmento del poema de Maria Winie, “En algún lugar”
En algún lugar
tiene que haber un niño inocente
al que los demonios no han conquistado aún
un frescor de vida
que no espire putrefacción
y una felicidad
que no se base en las desgracias de los demás.
(Maria Winie)
Bego Oleaga
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