Supervivencia o barbarie
Igual es cosa mía. Hace unos días me propusieron ver una serie en la que parejas inglesas competían por ganar una casa en la región más remota de Alaska si conseguían demostrar que eran los más capacitados para sobrevivir en un clima extremo. Me decidí, escéptica de mí, a posar la vista sobre esas imágenes de parejas construyendo sus propios refugios, haciendo fuego, pescando…Y me creó un dilema tan grande que llevo días en modo centrifugado en la cabeza.
¿Por qué? Pues porque ver a parejas competir para conseguir una casa de lo más espléndida en medio de la naturaleza más salvaje me parece una contradicción en toda regla. Es decir, que meter a una treintena de personas con cámaras, helicópteros y lanchas para grabar a otras talar árboles, cazar, darse chapuzones en aguas gélidas o llevar sprays de pimienta y armas por si les atacan los grizzlies o los osos negros de la zona es de lo más respetuoso con esa naturaleza que tanto aman tanto los que se han construido el casoplón al que sólo se puede acceder por aire o los que luchan por ser los héroes de la supervivencia.
A mí más que supervivencia me parece una barbarie. Para empezar, no se trata de situaciones límite en la que haya que explotar lo máximo de una misma y el entorno para poder sobrevivir. Además, querer vivir en un oasis remoto de la naturaleza es un atentado contra la misma, es decir, es remoto y está aislado por una razón, su propia pervivencia. Porque, seamos realistas, alguien que se construye una pista de aterrizaje, una casa que ocupa al menos el área de una catedral, un invernadero y una cabañita para invitados quiere disfrutar del verde tras el cristal sin importarle todo el impacto que produce.
Pero, repito. Igual es cosa mía, que durante esta cuarentena me he aficionado tanto a la maravillosa y crítica voz de David Attenborough en todos y cada uno de los documentales de naturaleza que he devorado que he perdido la perspectiva y ahora toda huella humana me parece infame.
Sin embargo, mientras unos disparan dardos tranquilizantes a osos que buscan su próxima merienda entre los ruidosos nuevos habitantes de su plácido hábitat, otros osos nadan kilómetros entre las cada vez más cálidas aguas del polo para encontrar algo que llevarse a las fauces. Mientras unos se divierten talando árboles para construir cabañas y casas de lujo en parajes inhóspitos, las selvas de medio mundo no hacen más que perder hectáreas en beneficio de plantaciones de alta rentabilidad. Y mejor no hablemos de la pesca masiva, de la ingente cantidad de basura de los océanos, de la desaparición de los arrecifes de coral, de las numerosas especies que mueren cada día, de la caza furtiva…
Quizás me haya desviado del tema pero creo que todo está relacionado. Dejemos a los animales en paz de una vez, dejemos de apropiarnos de todo suelo que pisamos y dejemos de buscar paraísos de los que disfrutar en una era en la que “paraíso natural” se convertirá en un término obsoleto. Y mejor no hablemos de Tiger King.
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