SerialK | “Sembrando miradas”- Ways of Seeing | Guillermo Paniagua
Pasada la parafernalia semana santista con sus banderas a media hostia, sus desafinados novios de la muerte- aspirantes correligionarios de Patch Adams- y sus procesiones de viriles antisemitas empatizando curiosamente con el calvario de un judío protohippie, está claro que el pequeño Tomás se equivocaba. Para creer no hace falta ver y hasta resulta altamente desaconsejado para la fe apoyar sus muletillas en semejante lodazal. La pregunta que el improvisado patrón del talo y la txistorra no se hacía y que para nosotras, militantes de la herejía, obreras de la deconstrucción, nos tendría que interpelar, es si para ver hace falta creer. Cuestionar la autonomía e imparcialidad de estos pequeños capullos esféricos con raíces bien amarradas en su tiesto craneal, de esas lentes aventajadas imbricadas en una cámara oscura encargada de capturar mecánica e indiscriminadamente objetos y seres para domesticarlos bien y para observarlos mejor es, sin duda, asunto delicado. La competencia de la inmediatez, de la certeza, de lo indubitable que se le ha otorgado históricamente a la vista no se revoca de un día para el otro. En esta laboriosa lucha interrogativa de lo visible se enmarca precisamente la obra de John Berger, crítico de arte, pintor, novelista y poeta marxista fallecido el año pasado, creador de una serie documental para la BBC, Ways of Seeing (Modos de ver), emitida en 1972.
En escasos cuatro capítulos Berger construye un pequeño monumento a la visión invertida, aquella en la que las raíces de los ojos no se ramifican en la cavidad craneal buscando la humedad y la oscuridad de una cueva sobreprotectora y conservadora sino, bien al contrario, una raíces que se desparraman por el removido terreno baldío de la historia y de la sociedad. Una visión que prefiere, por tanto, el claroscuro exterior al monocromo interior, una apuesta decidida por liberar la visión del yugo de lo natural y de su socia vitalicia, la inefable intimidad, para plantarla en una tierra más fértil y mundana, el espacio público donde se enfrentan tierras comunales y fincas privadas. Así, sin caer en un sociologismo ciego a la especificidad de la manifestación artística, concretamente de la pintura al óleo que ha caracterizado el arte pictórico occidental durante más de 400 años, Berger, mirándonos siempre a los ojos, a veces tajante, a veces dubitativo, nos invita a desterrar las creencias sociales atrincheradas tras numerosas obras, fastuosas cárceles de mujeres domesticadas y cosificadas, empalagosos escaparates de pertenencias ostentosas y personificadas. Una visión fetichista del mundo codificada social y estéticamente que tendrá como progenitura mas disciplinada, en tiempos nuestros, la publicidad de masas.
Será sobre ese terreno amañado, un tanto inclinado y desnivelado, donde las grandes obras tendrán que desplegar su maestría, suerte de malas hierbas y finas estrategas empecinadas en recuperar el espacio robado por aquellas nobles y estiradas intrusas, supuestas abanderadas -para el experticia academicista- de la gran civilización. Así es como los cuadros de Caravaggio o de Rembrandt -tan bellamente filmados en esta serie- destacan por una sutil rebeldía, por un ligero desfase en su poda, nueva configuración sedienta de riegos cómplices que los jardineros plebeyos que somos nos tocará proporcionar. En ese mismo arisco terreno y con una igual necesidad de secuaces se mueve magistralmente John Berger. Una realidad social contemporánea marcada en su caso por la reproductibilidad técnica de la obra de arte -famosa tesis benjaminiana hábilmente exprimida en este documental-; es decir, por la proliferación metástasica de imágenes que fomenta un contexto de arremetidas ideológicas, de interferencias estéticas pero, a su vez, contradicción oblige, de revelaciones teóricas. Esta tensión es la que Ways of Seeing gestiona con maestría aprovechando la desmesurada secreción actual de contenidos audiovisuales para apuntalar su reflexión y evidenciar una problemática que siempre ha estado presente pero nunca tan pasmosamente. Si la obra de arte es un componente de la realidad social es ante todo porque es un elemento vivo, permeable, centrípeto y centrífugo a la vez; esto es, una entidad de carácter relacional.
Así, mediante unos contundentes ejercicios de deconstrucción y reconstrucción del sentido pictórico en los que el montaje, el campo y el fuera de campo demostrarán todo su poder narrativo y pedagógico, Berger nos hará experimentar las relaciones internas a un cuadro donde partes recortadas del todo perderán repentinamente ante nuestros ojos a la vez cobijo y sentido; donde el cuadro mismo, supuesta unidad absoluta de significado, establecerá relaciones promiscuas con el espacio que lo rodea, con otras imágenes que lo acorralan, con sonidos y demás texturas de una realidad siempre ya semantizada. Al fin y al cabo, tanto en su gestación como en su recepción las obras de arte se inscriben en una gran pelea donde este marxista británico nos invita a participar. Una apuesta teórica y política que, en unas increíbles escenas, saldrán por los poros de su cuerpo encorvado, apasionado, suerte de esponja orejuda de ojos saltones a la espera de ocurrencias cómplices. En una de ellas postrado ante mujeres que analizan el traslado pictórico de su condición de género oprimido; en otra, rejuvenecido junto a niños y niñas cuya lucidez y sensibilidad contrasta con -o explica- su condición de grupo etario ninguneado; finalmente, en una última, desaparecido del plano e invitándonos a romper la cuarta pared para contemplar un cuadro en silencio, sin parásitos colindantes que no sean los de nuestra propia cosecha.
Manteniendo un difícil equilibrio entre demolición unilateral y reconstrucción colectiva de las creencias y de la visión, con gran tacto y olfato militante, con no menos gusto artesanal y escucha jardinera, Berger logra a lo largo de esta serie documental derribar resistencias adquiridas, cosquillear rebeldías adormecidas, convirtiéndonos quizás en sujetos algo menos cándidos pero dejando en nuestras manos, eso sí, la decisión final de qué jardín cultivar.
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