Relatos
La semana que viene se cumplirán diez años del anuncio del cese definitivo de la actividad armada de ETA, el próximo 20 de octubre, para ser más exactos. Diez años en los que para algunas personas han pasado muchas cosas, y para otras, bien pocas. Diez años no es nada, o es todo un mundo, toda una vida. Hay gente que enferma y muere; pero también hay la que se recupera y revive, ya sea anímicamente o de graves enfermedades.
En esto diez años sin actividad armada de ETA han cambiado muchas cosas y evidentemente lo más constatable es que no ha habido muertes ni víctimas, y por lo tanto, tampoco atentados, asesinatos, ni victimarios como consecuencia de esas acciones.
La diferencia con los anteriores 40 años es significativa y notable para una sociedad, que entre otras violencias, sufrió la de la organización Euskadi Ta Askatasuna demasiados años.
Hace diez años ETA tomó una decisión importante, y empezó su camino hacia el desarme, y el desmontaje de su estructura operativa y de su dirigencia política. Así se preparó unilateralmente para una larga travesía en la que no sabía si encontraría compañeros de viaje.
Han pasado diez años y todos los actores políticos de este país se han ido situando ante un escenario sin actividad armada, y se han preparado para escribir su relato, incidir en el relato general de lo que pasó. Está claro que será imposible consensuar una única historia, cuándo comenzó el conflicto y quién sufrió más, por lo tanto todas las partes tienen derecho a contar “lo que pasó” desde su punto de vista.
Por eso, hace dos semanas, me acerqué al cine con curiosidad para ver Maixabel, la película que ha dirigido Iciar Bollaín. Como todas sabéis cuenta la historia de Maixabel Lasa, mujer a la que ETA le asesinó el marido, es decir Juan Mari Jauregi, ex-Gobernador Civil de Gipuzkoa, y de Ibon Etxezarreta, uno de los miembros del comando que ejecutó el atentado.
Al terminar la película me quedé con una sensación agridulce: por un lado contento porque se empiece a hablar del dolor que inundó Euskal Herria durante muchos años; pero por otro lado, triste, porque una vez más es una visión parcial e interesada.
Está claro que habrá muchas maneras de contar los hechos, pero presentarlo en blanco y negro, buenos buenísimos y malos malísimos, no ayudará a las próximas generaciones a entender la complejidad de las diferentes violencias y sus consecuencias.
Hubo un conflicto, hubo demasiadas muertes, y los acercamientos literarios y cinematográficos deberían intentar, desde la independencia, entender y aportar preguntas críticas para la reflexión.
Maixabel, en mi opinión, es una oportunidad perdida; pero sin duda será una aportación para analizar parte de lo que pasó.
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