¿Qué quiere la gente?
Las personas, en nuestro orden de prioridades, ponemos en primer lugar, la seguridad vital. Una parte básica de esa seguridad, en nuestra sociedad, son los ingresos. Y estos, mayormente, vienen a través de un empleo. Tener trabajo es un objetivo general muy compartido, pero desde el último tercio del siglo XX hasta aquí, el empleo de calidad es cada vez es más reducido, y los niveles de paro más altos. Con la crisis de 2008, y ahora con el colapso del Covid, todos los índices negativos al respecto se han disparado. Al ser un interés general, su falta y precarización conlleva un problema social de primer orden, que puede hacernos bascular hacia lugares peligrosos para la seguridad y también, para la democracia.
¿Por qué voy a defender una democracia que no hace mi vida segura?…
El mundo del empleo es una de las energías sociales más importante. Por eso, debemos ser capaces de poner en intima comunicación ese mundo con el momento histórico. Ya que el motor de la economía es la producción, y esa producción se realiza con la fuerza de trabajo de las personas empleadas, para que nuestros debates y deseos pasen de utopía a realidad y para lograr que nuestra civilización transforme su modelo de sistema, la transformación de los empleos es una base imprescindible.
En este momento de crisis global, todo está cambiando, y el trabajo, como espacio prioritario de desarrollo del ser humano, también. La revolución global, con sus beneficios y retos, ha ampliado y universalizado el trabajo. Además, gracias a las tecnologías se están diluyendo las líneas entre vida personal y profesional, y por ende, los derechos laborales y los ciudadanos están fundiéndose. Por eso el trabajo necesita de un nuevo sentido, incorporando actividades que en otro tipo de sociedad que fuimos, nunca consideramos trabajo o derecho ciudadano. Entre toda esa nueva realidad, destacan los cuidados reproductivos, que empiezan a ser reconocidos como trabajo, a la espera de serlo como empleo.
La economía, como el resto del sistema, necesita profundizar en los aspectos globales más allá de lo financiero, necesita relocalizar todo aquello que es esencial y depende hasta ahora de los combustibles baratos para su transporte, discernir qué actividades promueven los problemas medioambientales. Revalorar la organización de la vida, que hasta ahora hemos definido alrededor de la producción y el consumo. Esto es una necesidad, pero para enfrentarla, debe ser convertida en una conciencia general.
Sin embargo, para mucha gente, asustadas por la precarización que observan, la contaminación, la venta de armas a países en guerra, o la economía fosilista son preocupaciones secundarias frente a la estabilidad de empleo que les da de comer. Para poder transformar un mundo que necesitamos cambiar si queremos sobrevivir, es básico transformar también esa conciencia general sobre el empleo y su trascendencia integral. Y para lograrlo, es básico recuperar la primacía de la política sobre la economía. Y esto es básico porque quien hoy padece la situación de inseguridad, no tiene razones para mirar a un futuro, solo quiere, por esa idiosincrasia humana, la seguridad. Y existe el riesgo de que sean las fuerzas reaccionarias las únicas que les ofrezcan una solución falsa basada en una protección que ningún otro discurso les ofrece. Por ello, el tema central de la política hoy, y más con el colapso del Covid, debiera ser dar respuesta a esa necesidad de protección que la mayoría social ya percibe. Pero esas demandas de protección también son nuevas, y por eso es básico que se realice un trabajo sindical nuevo, que así mismo, pasa por la transformación del sindicalismo fosilista clásico.
Hasta ahora los derechos laborales han estado vinculados a un contrato y un salario. Pero con la precariedad tan generalizada y con una digitalización que ha revolucionado el medio productivo, otras actividades sociales, también productivas y positivas para el bien común, deben integrarse como fuente de derechos. Y esto significa que debiéramos desmercantilizar el derecho laboral, ya que está cambiando que entendemos por trabajo.
Por otro lado, el trabajo es un medio para lograr un fin, la retribución monetaria. Y ahí es donde parece terminar la relación del empleado y su producción. No estamos educados en la percepción integral de que producimos, como y para qué. Y trabajamos incapacitados para imaginar que tenemos derechos sobre la obra realizada, el producto. Al considerar el trabajo únicamente como una mercancía, obviamos las implicaciones que ese trabajo tiene sobre nuestras vidas, el medio, otras personas, países… Despertar la conciencia de quien trabaja sobre qué está produciendo, es el principio de la democracia económica, y también de la transformación del sistema fosilista en otro sostenible. La democracia económica reconoce un derecho de control sobre los métodos y fines del trabajo en todos sus niveles y hasta las últimas consecuencias. Después de décadas de una realidad cada vez más global, fragmentada, atomizada, contaminada y autoritaria, hace falta interesar a quien trabaja sobre qué y cómo produce.
Necesitamos nuevos empleos que nos den seguridad hoy y vayan transformando la sociedad. Y esto, es una fuente de sentido vital, y por tanto, de felicidad. Y estas sensaciones son el motor de la motivación que necesitamos para esta gigantesca transición.
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