La raíz del conflicto
El diagnóstico sobre la España actual ofrece un cuadro severo: un Estado incapaz de gobernarse; partidos políticos enfrentados a degüello y cada vez más fragmentados; una sociedad desmotivada y apática; reiteradas convocatorias electorales que no sirven para desbloquear la situación; una ciudadanía crispada que confía su suerte a la represión de la disidencia. Ante esa situación turbulenta, tanto el Gobierno Central como gran parte de los medios de comunicación, cargan la responsabilidad en el independentismo catalán. Enfoque equivocado pero que les resulta provechoso.
Paso a paso y día a día, nos van llevando a su terreno para que tengamos ese enfoque que es el que a ellos les interesa: Catalunya como epicentro del desastre. Según esta interpretación tendenciosa, la sociedad catalana quiere convertir a los políticos presos en presos políticos; el actual President Torra y el anterior Piugdemont, son un ejemplo de traidores; el Parlament es un akelarre de independentistas; la CUP, un reducto de radicales; los CDR, una organización para delinquir; el tsunami democrático, el organizador de la kale borroka; las noches barcelonesas, huracán demoledor de fuego y furia. La perversa intención de desfigurar la realidad, explica que los medios de comunicación españoles trasmitan en directo y durante muchas horas los incidentes callejeros de Catalunya.
Si queremos conocer la raíz del conflicto, tenemos que hacer otro enfoque de la realidad y fijar nuestra atención en España. La nación que forjó un imperio aplastando a otros pueblos se sigue enorgulleciendo de aquella barbaridad; sigue presentando como modelo a incultos conquistadores que derrocharon crueldad y terminaron matándose entre ellos; el masivo genocidio americano propició la captura de millones de africanos en calidad de esclavos. España nunca ha pedido perdón por todo ello y sigue considerando sus conquistas como “enriquecimiento cultural” de los pueblos sometidos.
Todavía pervive en la actual España el espíritu riguroso de la inquisición; fue el país que con más crudeza persiguió a los disidentes y el ultimo en clausurar aquellos tribunales de intolerancia. Cuando las colonias se alzaron en guerras de liberación, todas las capas sociales españolas acudían a los puertos para jalear a los soldados que iban a sofocarlas. Nada ha cambiado; hace dos años, cuando los policías o guardias civiles iniciaban su viaje para doblegar a los catalanes, la España conquistadora los jaleaba al grito de “a por ellos”. El Caudillo murió pero su proyecto político, continúa. La tan cacareada transición nunca existió; fue el maquillaje superficial de un régimen autoritario y despótico. La corrupción generalizada, el sometimiento al capital, la ley mordaza, la represión como método de resolución de conflictos se mantienen intactas. Esta España de la que hablo hace gala de zafiedad, prepotencia, machismo, violencia, xenofobia, racismo, homofobia… y todo ello, con la impunidad que, no por habitual, resulta menos preocupante.
Estos sustratos enfermizos que siguen contaminando a la sociedad española son la raíz del conflicto que ahora soportamos.
Jesús Valencia
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