Hace 10 años
Ayer, como tantos otros domingos y como tanta otra gente, estuve dando un paseo por el monte. Sin embargo, lo que hace diferente a esta salida es el contexto. Hace 10 años, un buen amigo de mi hermano decidió quitarse la vida y desde entonces, cada año, su cuadrilla le rinde homenaje yendo todas juntas a visitar el árbol que plantaron cuando esto sucedió. Aún cuando el origen de este paseo se encuentra en la muerte, paradójicamente, ha terminado convirtiéndose en algo así como un canto a la amistad y a la vida, y a veces nos sumamos a él también otra gente que también le recordamos con cariño. Se camina conjuntamente hasta allí, se habla de la vida, de cómo nos van las cosas, de cómo hemos empezado el curso… y junto al arbolito, se hace un picnic que permite que cada cual tenga un tiempo para tenerle
presente de la manera que quiera.
Es verdad que él no era amigo íntimo mío, pero sí lo sentía cercano. De adolescentes, solía venir a nuestra casa y ahí compartíamos cigarros, cervezas, conversación y lo que en el momento se terciaba. Además, aunque no estudiamos juntas, en segundo lugar habíamos elegido la misma carrera y eso nos hacía coincidir en apuntes, en mismos gustos y en mismos quebraderos de cabeza.
Hace ya 10 años de esto, y lo primero que se le pasa a una por la cabeza al darse cuenta de ello es el tópico del ¡Hay que ver cómo pasa el tiempo! Aunque, echando la vista atrás, he de reconocer que en una primera impresión no sé posicionarme sobre cuánto han cambiado las cosas desde entonces, tanto en lo personal como en lo político. Supongo que esto tiene que ver con aquello de la botella medio vacía o
medio llena.
En lo personal, vamos acumulando las huellas de la vida. Hemos cambiado de casa, de ciudad, de pareja, de trabajo… En la fachada se expresa con alguna arruga más, algún michelín más o algo menos de pelo, según la genética de cada cual. En el interior, las expresiones de estos diez años son más heterogéneas, relacionadas con lo que hemos ido metiendo en la mochila y no hemos sabido encajar. En lo político, quiero creer que seguimos manteniendo los mismos principios, aunque ahora a veces tengamos otras prioridades y yo personalmente tengo cada vez más claro que el futuro será feminista y ecosocialista, o no será.
Lo que sí tengo claro es que en estos diez años, poco ha cambiado la percepción social sobre el suicidio y ésta sigue siendo una tarea pendiente. Hemos crecido con un imaginario en el que se evita todo lo relacionado con la muerte, como si de esta manera nos fuésemos a librar de ella, sin reconocer que la muerte forma parte indivisible de la vida.
Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud reconoce que es una prioridad de salud pública, en el Estado es la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años y en el propio País Vasco la media de suicidios en la última década es de uno cada dos días. Cada 10 de octubre, se celebra el día mundial de la salud mental y en este año se pondrá el foco de atención en la prevención del suicido.
Como en tantas otras cuestiones, la realidad es tozuda, y aunque se trate el suicido como un problema oculto, tanto los datos, como las profesionales del tema y las personas que lo han vivido de cerca, nos obligan a reformularnos. El País Vasco cuenta desde hace poco con un plan de prevención del suicido, aunque todavía es pronto para evaluar sus efectos.
Mientras tanto, el camino que nos queda por recorrer tiene que ver con la prevención, el acompañamiento, la abolición de los tabúes que acompañan al suicidio y, sobre todo, con la construcción no sólo de vidas que merezcan la pena ser vividas, sino también con la construcción de muertes que merezcan la pena ser deseadas.
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