Ética de las víctimas
El peligro está en que las víctimas hagan de su situación una especie de propiedad privada absoluta, privilegiándose ellas a sí mismas y convirtiendo su condición de víctimas en algo que les da derecho a todo.
De ahí brota el gran peligro de convertir el hambre de justicia en sed de venganza. Un peligro que no es nuevo sino eterno y que ya denunció alguien tan identificado con toda clase de víctimas, como Simone Weil hace casi un siglo, en los tiempos de Hitler: “Cada vez que un hombre hoy en día habla de castigo, de pena, de retribución, de justica en un sentido punitivo, se trata tan solo de la venganza más rastrera”, escribía desde Londres durante la segunda guerra mundial.
Y es que nuestra condición humana solo sabe hacer justicia hiriendo o eliminando al agresor, todo lo contrario a la dirección en que debemos intentar movernos. Pues el hacer justicia de una manera injusta nos encierra a todos en un círculo vicioso del que nunca conseguiremos salir.
Ello tampoco impide que haya que ser mucho más comprensivo y mucho más tolerante con esa especie de egoísmo que brota del dolor. Pero ello significa que, muchas veces, no se podrá dar a las víctimas todo lo que reclaman, aunque no se las juzgue por reclamarlo.
La exclusión que estamos haciendo, a sabiendas o no, de todo y de “TODOS” los rusos significa no solo una condena a Putin por su desbordante inhumanidad, sino también una condena a todo ruso por el hecho de serlo: es, en sí misma, una condena injusta para todos aquellos rusos que están sufriendo y condenando la barbarie de su gobierno; o que no se atreven a protestar más por el carácter tiránico de su gobierno y por la mentira de sus medios de comunicación.
Nadie es digno de condena por el hecho de ser ruso. Hoy, por lo general, admiramos o respetamos a los alemanes; pero puede ser bueno recordar que, en tiempos de Hitler (como cuenta Etty Hillesum en su diario), era frecuente la pregunta: “¿puede haber algún alemán que sea bueno?”.
Todos los seres humanos tenemos una tendencia inconsciente a juzgar a los demás solo por los defectos que vemos en ellos (y que percibimos en seguida) y no por las virtudes que puedan tener (y que nos cuestan mucho más de percibir). Esa es una tendencia inconsciente de nuestro instinto de autodefensa o de autoafirmación. Y es causa de múltiples rupturas de la fraternidad a niveles individuales, pero mucho más a niveles de relación social entre grupos o pueblos.
En la barbarie de Ucrania: sin quitar a Putin nada de su enorme culpa, hay que reconocer que, en el origen del conflicto, Putin había sido víctima de una injusticia cometida contra él y contra Rusia por la OTAN y por los Estados Unidos (y que muchos se niegan a reconocer para no complicarse la vida). Pero ese carácter de víctima no le, ni les, libera de toda ética a la hora de reaccionar, ni les concede una especie de carta blanca para cometer toda clase de atrocidades. Es precisamente esa reacción tan criminal la que le ha despojado de toda la dosis de razón que pudiera o pudieran haber tenido.
Todo lo que he dicho hasta aquí es lo que explica un fenómeno al que últimamente estamos asistiendo con frecuencia en la vida política y en la personal. Me refiero al llamado “victimismo”: ese afán tan frecuente de atribuirme el carácter de víctima para poder así sentir justificado todo aquello que el cuerpo me pida. Es lo que se llama “convertir los deseos en derechos”, olvidando el dato elemental de que las declaraciones de Derechos Humanos pretendieron ante todo proclamar cuál debe ser la conducta mía ante los demás y no la de los demás ante mí. (J.I. González Faus)
Ética de las víctimas. En España, mucha gente ha conocido dos formas de reaccionar muy distintas entre las víctimas del que fue el terrorismo etarra. Y más de dos hubieron de soportar la acusación “cómplices de ETA” simplemente por haber creído que aunque eran víctimas (y dignas por eso del mayor respeto), esas actuaciones no les dispensaba de su condición de seres humanos, sujetos a una ética. Aunque debamos saber y comprender que la injusticia que brota de un dolor intenso merece mucha más comprensión y respeto que la que brota de un burdo egoísmo.
El célebre refrán castellano “hecha la ley, hecha la trampa” puede tener una interpretación menos sarcástica que diga: “hecha la ley, hecha la interpretación”. Pues, en definitiva, lo importante no son solo las leyes sino cómo se cumplan. . Habrá que añadir, parodiando a Calderón, aquello de que “las leyes, leyes son”.
MARCHEMOS POR LA PAZ
Que nada te engañe
Para embarcarte en una guerra
No te armes ni de fusiles ni de lanzas
No desperdicies ni tu fuerza ni tu tiempo, amigo y compañero
Marchemos por la paz que eso es mucho mejor
No existe guerra buena
Ni guerra pequeña
No existe guerra propia
Ni sobria
Ni guerra santa
Ni hay guerra relámpago
Se sabe cuándo comienza
Pero jamás cuándo va a terminar
Marchemos por la paz que eso es mucho mejor
Toda cosa combatida
Se nutre de la energía del combatiente
Y puede también destruirlo
Confundir guerra y paz en una sola moneda o medalla
No puede sino nutrir el odio
Y justificar la violencia
Superar la cólera. Vencer la intolerancia
Es una marcha por la paz y eso es mucho mejor
Alto a las discriminaciones, respetemos las diferencias
La paz no tiene necesidad de Héroes ni de Mártires
Sino de los actos de todos los días para mayor armonía
Marchemos por la paz que eso es mucho mejor
Todos los combates « Contra »
No han hecho sino reforzar
Ese contra el cual estaban dirigidos
Combates contra las drogas la depravación
La prostitución, la corrupción
E incluso contra la pobreza.
Dirijamos más bien combates «Para»
Para hacer progresar a la humanidad
Marchemos por la paz que eso es mucho mejor.
WEREWERE LIKING ̧ Bondé, Camerún, 1950
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