El monte nos espera
El aguacero antojadizo ha vuelto a salir de paseo. En su andar torpe pero sin tregua va supurando con rabia las lágrimas que llevaba tiempo reprimiendo. Lágrimas contenidas de impotencia que pretenden taponar las heridas ocasionadas durante años a una tierra que está siendo devastada sin descanso. Lágrimas que inundan los bellos parajes que en nuestra época han sido arrebatados sin compasión a la naturaleza.
Estos parajes que antaño fueron salvajes y llenos de vida han sido alterados por una mano que identifica salvaje con brutalidad, con crueldad, con fealdad, con suciedad, para así poder despojarlo de su sentido ligado al medio natural.
Parajes salvajes que visten incompletos a la mirada del hombre y que solo la mano de este patriarca puede limpiar y modificar para consumar su íntegro desarrollo. El mismo imaginario social que utiliza nuestros cuerpos de señoras como incompletos, sucios, viejos y a dominar. Las mismas heridas provocadas por años de canalizaciones a torrentes insolentes que caminan a contra corriente. La misma belleza extraída cuya apropiación utilizan para reproducirse ilimitadamente, sin dar la opción a la biorreparación, a la reversibilidad del daño causado. Belleza transformada en recurso, utilizada y esquilmada hasta su desaparición.
El agotamiento de los recursos naturales desde el extractivismo que fomenta la clase dominante es la manera que tienen de colmar su hambre insaciable de poder. Mientras, en el mejor de los casos, a las personas salvajes nos ocupan con rutinas que encauzan nuestras necesidades para que fluyan rápidamente entre paredes de hormigón, apoderándose de todo nuestro proceso vital. Un poder capaz de ir normalizando la anormalidad que supone la destrucción de las condiciones ecológicas que hacen posible la vida hasta el punto de no retorno.
Esta es la caracterización propia del progreso, por si no nos habíamos dado cuenta antes. Un progreso que ahora pregonan con más fuerza que nunca estos gobernantes sin escrúpulos que consienten la destrucción de espacios biodiversos y comunales, en una mal llamada transición ecológica, que les servirá para apuntalar el sistema que ya no se sujeta, que se tambalea.
Progreso que anuncia la pérdida de futuro por sobredosis de capitalismo.
La revelación de esta situación es tan novedosa como abrumadora para nuestra generación. Y a la vez, las consecuencias de la destrucción de la biosfera forjadas en nombre del desarrollo están llegando a nuestra vida y ya empezamos a darle la atención necesaria.
El aguacero ya ha pasado. Sale el sol inundando de luz las cumbres montañosas. En los valles persiste una cubierta de niebla que oscurece y congela la vida en su interior. La fina línea que progresa entre estos dos mundos cierra la posiblidad de visión para transitarlos, cierra la mira de altura.
El camino en espiral nos premitirá subir de nuevo a la montaña, encendiendo el atardecer a su paso, originando diferentes fuegos con ramas, troncos, raíces y hojarasca, pues ya sabemos que tiene que haber más de una leña para que agarre bien la llama. Llama prendida que nos dará el valor suficiente para dejar atrás la ceguera de la destrucción.
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