Desperdicios
Vivimos cómo se aprueban leyes que hablan del desperdicio alimentario en su título pero que incorporan múltiples desperdicios. Lejos de mirar hacia un sistema roto que produce más producto comestible que alimento y que únicamente alimenta estanterías de grandes superficies y rellena estómagos de cuerpos cada vez más maltrechos, esta ley arregla las matemáticas de lo macro mientras ahonda en las enfermedades de las periferias. Las enfermedades que afectan al cuerpo, pero también las que afectan al ser situada en los márgenes, en el estado de no merecer ni siquiera alimento y que obligan a estar agradecida de la podredumbre de otras.
Como en la película El Hoyo, (si no se ha visto recomendable para entender de qué hablamos), quienes están más arriba eligen y según se va bajando la cantidad y calidad son cada vez menores. Todo ello atravesado por múltiples obstáculos y la privatización de los servicios sociales, ya que la gestión de todo esto también cuenta con carceleros privados que decidirán quiénes y cómo pueden merecen en el juego.
Esta ley diseña los cubos de basura y diseña su itinerario. Por el camino, hasta ha servido para que los cazadores tengan su carroña. Ha servido para que, aludiendo a que los animales atacados por el lobo también son desperdicio es necesario recuperar su caza. Son unos buitres atacando el alimento de otros, mis disculpas por el símil a los que tienen alas.
El derecho a la alimentación ni ha estado, ni está, ni se le espera en una ley que pretende hablar de alimentos. Una ley que aterriza en un momento en el que algunos territorios, los entendidos como periféricos, se entienden únicamente como tierras de sacrificio para el capitalismo. La tierra y el alimento se miran hoy en la institución únicamente como mercancía. Y lo mismo se hace con los cuerpos situados en la periferia. Se trata el hambre y la limitación de alimento como se trataría cualquier agujero a tapar, priorizando el mínimo coste posible y desde la única voluntad de arreglar las cuentas a los de siempre. Se vende la donación de estos productos como algo positivo, pregúntense quienes lean o escuchen esto si estarían dispuestas a alimentarse a diario únicamente con la basura de otras.
Es sorprendente (o no) como hemos asumido las imágenes cotidianas de las colas de reparto o las cenas solidarias en nuestros pueblos y barrios y como cada vez las periferias se multiplican y menos personas pueden habitar los centros, físicos y sociales. Y desde lo institucional se riega la narrativa de que hay que merecerse el acceso a los derechos y a un mínimo sustento. No solo es suficiente con ser pobre, hay que parecerlo, demostrarlo y además tener un comportamiento ejemplar para merecer las sobras del gran banquete.
Esta ley está demostrando ser un gran saco de basura. Ojalá políticas públicas para una buena respuesta a las personas ganaderas que se ven afectadas por los ataques de lobo y no meras bravuconadas de algunos que solo pretenden contentar a sus compañeros de escopeta. Ojalá medidas que miren hacia el sistema agroalimentario de forma integral para que las producciones del campo no tengan como prioridad engordar mercados globales y sí alimentar personas. Ojalá narrativas que hablen de derechos, a vidas dignas que necesitan de una alimentación sana para ser sostenidas y no narrativas desde leyes como esta que llaman a, literalmente, “ganarse la vida”.
Isa Álvarez
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