De las vacaciones, su impacto y sus privilegios
Si el verano es nombre propio, tiene de apellido obligado vacaciones. He de reconocer que escribo esta escotilla justo cuando acabo de volver de unas días de descanso… y no sé si es por eso o por los días de sol que ya se están dejando notar, pero ya se me ha puesto cuerpo de verano. Para mi el verano huele a mirar poco el reloj, a minimizar los horarios a cumplir, a ver a amigos lejanos… A veces huele a cloro y otras veces a salitre… El verano también, siempre tiene tiempo para pedales, para el azul del mar y el verde del monte, para paseos nocturnos que no tienen más destino que el disfrute de andar a esas horas y sin jersey. El verano sabe a comidas a deshoras y a largas conversaciones en terrazas de bar, a horas con sombrilla, a horas con farola.
Escribo esta escotilla volviendo de vacaciones, precisamente en la semana en la que se celebra el día mundial del medio ambiente y el día mundial de los océanos, y justo en el camino de vuelta me encuentro con una noticia que vuelve a sacar los colores al Estado español. Esta vez la distinción que recibimos es la de ser país de Europa más expuesto a la contaminación provocada por el creciente tráfico de cruceros. A la cabeza de este ranking se encuentran Barcelona y Palma de Mallorca, que son las ciudades europeas que sufren mayor contaminación por los cruceros de lujo.
Parece que la explotación turística de las costas mediterráneas a base de ladrillo en tierra firme no nos debía parecer suficiente y ahora nos empeñamos también en contribuir a su destrucción por mar… Y es que según la ONG transport and environment, que es la que ha realizado el estudio que aporta estos titulares, la cuestión no tiene que ver sólo con el número de cruceros que se reciben, sino con que, como tenemos una legislación poco restrictiva, los cruceros más contaminantes pueden atracar a sus anchas en costas españolas.
Si para algunas personas las vacaciones son sinónimo de mar y costa, para otras personas las vacaciones son sinónimo de monte… Y si en las vacaciones del primer mundo estamos sacando nuestro lado más depredador en las costas, en el monte está pasando algo parecido. El alpinismo se ha convertido en un nuevo producto de consumo como bien lo han demostrado unas recientes imágenes en las que se veían colas para subir al Everest ,que no andan tan lejos de las colas a las puertas de los centros comerciales el primer día de las rebajas.
Si antes el Everest estaba en manos sólo de quienes tenían las cualidades físicas y técnicas para ello, ahora dichas cualidades ya no son tan necesarias o pueden subsanarse a golpe de talonario, y es que el Everest ahora está en manos de quienes pueden pagarlo. Aquel dicho de que “el dinero todo lo puede” está cobrando significado para llegar a lo más alto del mundo, porque el dinero te permite tener la tienda montada en el campamento base, dos sherpas a tu disposición y botellas de oxígeno en el camino haya donde vayas a necesitarlas… Y no me resisto a hacer una nota al pie con un apunte sobre algunos alpinistas famosos que ahora critican esto, cuando son precisamente quienes han contribuido a crear no solo el mito, sino también el “método”.
Cruceros y alpinismo, por muy diferentes que pudieran parecer, son la misma cara de la moneda. En la otra cara, los impactos ambientales de ambos productos de consumo vacacional. Mientras que una cara sólo está en manos de unos pocos, la otra, en cambio, nos toca a repartir.
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