Carteles de neón
Escribir las cosas que me pasan es para mí una parte más de su digestión, del proceso de asumir e interiorizar. Me ayuda a ordenarme, a coger perspectiva y a colocarlo dentro de mi paisaje de cosas que me están pasando en ese momento. Con estas Navidades estoy haciendo este proceso, y este escrito es parte de mi digestión.
Las Navidades no son unas fechas cómodas para nadie, y para quiénes sí los sean están desde un privilegio, o una suerte muy trabajada. Hablaré del primer escenario, ya que es el marco donde se explicitan y se fomentan los engranajes de base de la família institucional y la heteronorma. Donde hay una explicitación de quién está dentro, pero sobretodo quien está fuera. Y desde mi vivencia, como muches que no vivimos cerca de nuestra família, el sentimiento de deuda por no estar la mayor parte del tiempo ahí se multiplica y se me pone un cartel de neón encima que dice: cómo no vas a volver a pasar las Navidades allí. Todo se relativiza y se empequeñece, y nada es suficientemente válido para que estos argumentos no prevalezcan.
Al final decides ir, poner el foco y el sentido en otros sitios, y te convences que vas a estar desde un sitio superficial: que nada es tuyo y todo se va, que una vez al año no hace daño, que no vas a hablar demasiado, que tu escuchas y bebes cerveza, y seguro que todo pasa rápido. Un escenario sin fisuras, hasta te lo vas a pasar bien con tu tía.
Pero la realidad es muy distinta. Te encuentras con la violencia de la invisibilidad, la que supuestamente sería tu aliada, pero en este espacio se ha convertido más en un no-lugar, que no es lo mismo. Te das cuenta de que estás desde la deuda de compensar este vacío que te separa a ti del resto de la gente, a través de esfuerzo e intencionalidad. Que no es de vuelta. Te das cuenta de que el esfuerzo por tender puentes y encontrarse es sólo tuyo, porque el resto simplemente estan y nadie les exige nada más. No tienen nada que demostrar, ni vacíos que llenar, ni puentes que tender. El privilegio del poder no moverse, de que el resto es el que se tiene que amoldar para que se dé el encuentro. Porque el encuentro se da intrínsecamente entre ellos, desde unas vidas vertebradas por el trabajo, hijes y la pareja heterosexual.
Y un año más me pregunto: ¿hasta cuándo vamos a sostener esto? Sin hacer la pregunta de mi hacía fuera, me incluyo en esta primera persona del plural. Tenemos la capacidad de construïr, mantener y cuidar colectividades alternativas a la família en nuestro cotidiano, pero cuando llega la Navidad los carteles de neón de la família institucional y el capitalismo nos aplastan, y los acogemos un año más. Pensando que esté será diferente; el malestar de un año atrás se ve pequeño, asumible, hasta dócil. Apretamos los ojos fuerte, aspiramos y tiramos para adelante. Con lo que (nos) suponga.
Mi propuesta es: no apretemos los ojos, no aspiremos, no tiremos adelante.
Vamos a coger el cartel de neón que queramos, con la gente que queramos; no pongamos nuestros cuerpos en sitios que nos violentan, que nos invisibilicen, que nos hagan pequeñes. Celebremos si queremos estos días con la gente que nos quiere y nos hace bien, o no celebremos nada. Y si no conseguimos no estar en estos espacios, porque a veces la confrontación no es asumible, cuando os reencontréis con vuestres amigues abrazaros mucho y muy fuerte.
Obviamente mi resultado post-Navidades real distó mucho del esperado, pero por otra parte tuve la oportunidad de valorar la suerte de abrazar a la gente que quiero y está en mi cotidiano a la vuelta. Y esto si que es elegido.
Laura Oriol
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