La familia que nos elige
De repente estamos a mediados de diciembre y se nos acaba el año. Otra vez en esta época de mierda que invita al consumo, a la felicidad impostada y a unas dinámicas de cenas y sonrisas que nos sitúan en una película americana llena de luces, color y familias felices.
Obviamente, sabemos que todo esto es mentira: una creación, una ficción consumista y falsa que tiene de fondo conmemoraciones religiosas que, cada vez más, se van quedando en el olvido para basar estos días en la estética, las decoraciones, las luces y los regalos.
Creo que todo esto es algo que genera cada vez más rechazo. A pesar de que las redes se llenan de vídeos de comidas lujosas y decoraciones excesivas, y la publicidad nos rodea incluso más que de costumbre, la manera de vivir estos días con naturalidad y sin tanto bombo es algo que cada vez hace más gente.
Al menos, en cierta manera: la pregunta de “¿qué vas a hacer en navidad?” siempre sobrevuela el ambiente; al fin y al cabo, son días que tenemos muy intrincados culturalmente hablando, y por mucho que queramos escapar de todo ello la buena compañía cuando sientes que estás rompiendo los moldes más firmes de nuestra construcción social siempre se agradece.
Así, en lugar de encuentros con la familia de sangre, que para muches supone un retroceso en avances personales o entrar de nuevo en espirales de violencia y lugares nada seguros, nos juntamos con nuestra familia elegida, con las personas con quienes compartimos nuestro tiempo por libre elección, y celebramos que, al menos, nos tenemos, aunque sea dentro de estos sistemas tan artificiales y vacíos.
¿Pero qué sucede cuando no tenemos con quien compartir? ¿Qué pasa con esas personas que no han generado un círculo íntimo, unos vínculos profundos con gente a su alrededor? ¿Y si no lo hacen nunca? En estos tiempos de reflexión sobre las relaciones, de revalorización de formas diferentes de crear una red de seguridad, unos apoyos sociales que nos acompañen y nos sostengan cuando sea necesario, me pregunto hasta qué punto somos conscientes del privilegio que supone tener personas cercanas con quien compartir nuestro tiempo.
¿Hemos pasado de centrarlo todo en una persona a centrarlo todo en varias? ¿Nos hemos olvidado de lo difícil que puede ser conocer a otras personas con quien encajar y generar vínculos profundos con ellas?
Y no es sólo una cuestión de ser más o menos agradable, de gustarle a les demás y que eso haga que quieran estar cerca de ti, sino que se trata de encontrar el tiempo y los espacios para ello. No creo que una persona que está aprendiendo una lengua nueva, que trabaja 40 horas a la semana, que ha dejado atrás su vida y sus costumbres o que, sencillamente, no ha sido capaz de generar unos vínculos sostenidos en el tiempo por el motivo que sea (más allá de ser mala persona y esas cosas, obviamente) sienta ninguna representación en estos discursos nuevos de cuidados y de familias en los que tanto énfasis estamos poniendo. ¿Es acaso otra nueva normatividad relacional?
¿Dónde se hacen les amigues? ¿Es que hay espacios para ello? Yo he utilizado Tinder y noches de fiesta para buscar gente con la que relacionarme: una red social para ligar y la borrachera han sido mis opciones de socialización. ¿Cómo se conoce gente? ¿Acaso nos estamos moviendo en grupos de afinidad y nos estamos olvidando de lo que es enfrentarnos soles a la vida cotidiana?
Y en todo esto, también, entra el juego el tema del poder social y el llamado efecto halo: cómo una persona más atractiva normativamente hablando, o incluso antinormativamente hablando, genera sensaciones más positivas en les otres que alguien que no lo es. Esto me parece tremendamente interesante porque supone que, incluso en los contextos donde nuestras estéticas, nuestros principios, son firmezas que se mueven siempre intentando salir de unos centros y unas dinámicas hegemónicas de lo que debe o no debe ser la moda, la belleza y la manera de estar en el mundo, hay algo en las personas que llaman la atención que nos hace tener más interés en ellas o considerarlas de una manera más positiva que a aquellas que no lo hacen según los cánones establecidos. Y esto funciona porque, por mucho que estemos en constante deconstrucción, o al menos intentándolo, los patrones socioculturales en los que nos hemos desarrollado se nos han metido tan dentro que se han convertido en parte de lo que somos, en una pátina que cubre de una forma muy concreta nuestra manera de percibir el mundo, y eso, por mucho que queramos, no es tan fácil de deconstruir.
Al final, en la imagen, como en las fiestas y las tradiciones, hay mucho de bagaje cultural que nos atraviesa más de lo que nos gustaría. Supongo que por eso, aunque seamos muy anti sistema, muy anti tradiciones sin sentido que potencian unos aspectos despiadadamente capitalistas que rechazamos por completo, hay ciertos días en los que no sentir una compañía cercana, o no tener con quien sentarse a cenar, nos duele de una manera mucho más profunda que de costumbre.
Diario de 1 insumise
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