Sobre la situación vivida en las últimas semanas
Casi dos semanas desde que el Gobierno central declarara el estado de alarma. Si de algo nos ha servido este tiempo es para constatar que el capitalismo atraviesa contradicciones cada vez más grandes. Y es que, la aparición del nuevo coronavirus ha sido la excusa perfecta para establecer una reestructuración de las dinámicas de acumulación de capital en nombre de la estabilidad social.
Se nos quiere convencer del carácter coyuntural de la situación. Nada más lejos de la realidad: en un contexto cada vez más inestable la aparición de elementos inesperados no hace más que adelantar lo inevitable. La crisis sanitaria del nuevo coronavirus ocurre en un momento en el que se están dando, simultáneamente, una disminución del crecimiento económico chino, un estancamiento continuo de Europa y una disminución de la actividad comercial en los EEUU. No es difícil imaginar que las consecuencias futuras de lo que a día de hoy estamos viviendo tengan un gran impacto.
Una contracción económica implica, en primera instancia, un aumento de paro además de importantes reducciones en el salario entre los que mantienen su empleo. Las capas más perjudicadas de los trabajadores serán las primeros en pagarlo. Jóvenes, migrantes, mujeres y otros sujetos devaluados serán los primeros, seguidos del resto de los trabajadores. Sin embargo, las capas más perjudicadas de los trabajadores no serán las únicas en sufrir las consecuencias. El Estado, tratando de reducir el impacto causado por la disminución de la actividad productiva, está inyectando dinero, la mayoría en forma de aval crediticio, para tratar de aliviar las consecuencias en el sector financiero. Este hecho tiene unas consecuencias muy claras: un endeudamiento mayor por parte del Estado significa una reducción de las prestaciones del Estado de Bienestar. Aunque sea muy difícil anticipar exactamente qué elementos se verán afectados en mayor o menor medida, becas estudiantiles, servicios de sanidad y educación, subsidios a desempleados, ayudas a la vivienda, subvenciones a la actividad económica… podrían ser algunos de ellos. La reducción de estas ayudas tiene implicaciones no solo en las capas bajas de los trabajadores, sino también en otras capas como la aristocracia obrera o la pequeña burguesía, que durante años se han beneficiado de las posibilidades que el Estado del Bienestar permitía.
De hecho, no hace falta mirar al futuro, puesto que la situación es más grave cada día. Junto al número ascendente de muertos por el Covid-19, nos encontramos con el número, también ascendente, de trabajadores despedidos de sus empleos. A día 26 de marzo, solamente en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa se han presentado ya más de 13.500 ERTEs (varios miles más que el día anterior) que afectan a más de 98.000 trabajadores.
Aunque en un principio pareciera que nuestras vidas no iban a ser afectadas, puesto que, en palabras de Fernando Simón “el riesgo es bajo”, hoy nos vemos confinados en nuestras casas sin saber a ciencia cierta cuando podremos salir de nuevo. Algo está claro, el Estado se ha mostrado incapaz de dar una solución para los millones de trabajadores que han sido llamados a sufrir las consecuencias.
El Estado, garante de que el proceso de acumulación de capital quede interrumpido en lo más mínimo posible, se dedica a hacer malabarismos con la producción y la cuarentena simultáneamente. ¿Cómo puede ser que se nos obligue, siempre por nuestra seguridad, a no salir de casa a la vez que miles y miles de trabajadores han de poner su vida en riesgo a diario yendo a trabajar?
Por otra parte, el estado de alarma tiene grandes consecuencias en nuestra vida diaria como sociedad. En estos días hemos podido observar como algunos vecinos vigilan al resto para garantizar el orden del estado de alarma. Insultos, denuncias públicas, linchamientos, todo vale con tal de recriminar a cualquiera que no cumpla a rajatabla el confinamiento. En esta situación está floreciendo un clima de individualismo y de desconfianza con el resto nunca visto antes. El Estado se beneficia particularmente de este clima para mantener el orden establecido en el estado de alarma. ¡Todo por la noble causa de estrangular al maldito virus!
No obstante, han aparecido algunas propuestas acertadas para hacer frente a esta situación, como las que se proponen desde “Gazte Koordinadora Sozialista” (GKS). Primero, se ha de evitar el creciente clima de individualismo que el estado de alarma fomenta. Hemos de salvaguardar nuestras libertades de políticas y de asociación, organizándonos para ello. Segundo, hemos de mantenernos firmes en exigir toda la información relativa a las causas y las consecuencias, tanto socioeconómicas, como políticas, del nuevo coronavirus. Tercero, hoy más que nunca hemos de reivindicar la independencia política y organizativa de los trabajadores como la única forma que posibilita alcanzar nuestros intereses como trabajadores. Por último, frente a la sanidad que tiene como objetivo mantener a los trabajadores para que sigan siendo productivos en su trabajo y seguir con la lógica de la acumulación de capital, hemos de exigir una sanidad universal que tenga como objetivo principal y único la salud de estos. En resumen, hemos de trabajar, siendo conscientes de nuestras potencialidades como clase, por la organización independiente articulada en torno a nuestros intereses.
Mikel Bartolomé
29-03-2020
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