‘Tres de marzo: ¿hacia una memoria feminista?’ -Zuriñe Rodriguez-
La memoria es profundamente política y está completamente situada. Nunca es neutra y mantiene una relación estrecha con el poder – a veces con el poder popular y otras con el statu quo -; pero nunca es inocua. Para construir memorias necesitamos verdades, verdades que nos cuenten qué sucedió, cómo se vivió ese acto traumático y en qué condicionó la vida de quienes lo padecieron. Verdades que rompan con los silencios históricos y que provoquen fuertes catarsis colectivas por las que toda la sociedad sienta la necesidad vital de saber qué es lo que sucedió.
Muchas veces el estado perpetuador de la masacre – como es el caso del estado español – niega la verdad a las víctimas e intenta imponer una memoria oficial sesgada que le permita rehuir su responsabilidad en los actos. Esto lo sabemos muy bien en Gasteiz con los hechos acontecidos el 3 de marzo de 1976. Cuando esto sucede es la comunidad de origen y las propias víctimas quienes alzan sus voces para que sus verdades no caigan en el olvido; para denunciar la impunidad de un estado que las niega sistemáticamente.
Así es como se crean las memorias de base, las que surgen desde abajo, desde la comunidad que sufrió el acto traumático. Es por eso por lo que nosotras, las que habitamos Gasteiz, tenemos nuestra propia memoria de lo que sucedió en 1976, y, año tras año, lo recordamos juntas; sin permitir que nuestros victimarios nos impongan su silencio opresor.
Esa memoria está compuesta por nuestros relatos particulares y se cimienta en una negociación colectiva – muchas veces muy simbólica- en la que se ha consensuado qué es lo que se quiere contar y cómo será contado. Que sea comunitaria, esté promovida por los movimientos populares y sea escrita desde abajo, en cambio, no la hace estar exenta de reproducir las estructuras de dominación que operan en una sociedad; sobre todo, las estructuras patriarcales.
En las últimas semanas se está hablando mucho de la participación de las mujeres en las luchas obreras del 3 de marzo. Se habla de lo que hicieron para sostener los hogares, de sus repertorios de movilización – las protestas de las bolsas vacías-, de su presencia en las asambleas de fábricas, de su trabajo en los hospitales y de su implicación por conseguir la ansiada justicia. Es realmente emocionante escuchar sus historias y completar con ellas el mosaico de lo que sucedió en 1976. Quienes hemos tenido la suerte de entrevistarlas sabemos que muchos interrogantes de la historia de nuestra ciudad se despejan cuando se escucha lo que estas mujeres tienen que contar.
Por eso, porque sus memorias ya han empezado a emerger, podríamos pensar que nos encontramos ante una segunda fase de catarsis colectiva para la memoria histórica de Gasteiz. Es algo así como que se ha abierto la caja de Pandora de la memoria de las mujeres. Y ya sabemos que cuando la caja se abre ya es prácticamente imposible cerrarla. Las mujeres hace tiempo que dejamos de pedir perdón y permiso para hablar de nuestras vidas. ¡Bienvenidas sean vuestras memorias, compañeras!
Resultaría muy agradable pensar que esto ha sucedido de forma natural, pero bien sabemos que no ha sido así. La apuesta firme de la asociación Martxoak 3 por poner la lupa feminista en los hechos y la autoridad que han demostrado tener los análisis feministas para explicar la realidad social que nos rodea, es lo que ha permitido crear las condiciones objetivas para que este discurso irrumpa con fuerza y se cole en el centro del hilo narrativo; interpelando, además, no sólo a toda la ciudadanía sino también a los agentes sociales y sindicales, a los partidos políticos y a los colectivos feministas. El formato en que se ha planteado la movilización de este año es un claro ejemplo de ello. Las alianzas que puedan surgir de ahí también pueden darnos alguna clave de si estamos ante una apuesta puntual o estratégica.
Este aniversario es más especial si cabe que otros para las mujeres. Para las que lo vivieron en primera persona y para las que nos lo han contado. También para las feministas que en estos días dormimos poco preparando una huelga feminista que pretende poner en el centro los cuidados. Algo, los cuidados, sin lo que difícilmente aquellos tres meses de huelga se hubieran sostenido.
Hablar hoy de la recuperación de la memoria histórica desde la perspectiva feminista nos obliga a no caer en narraciones esencialistas de las vidas las mujeres. Contar lo que sucedió no es solo, y ya es mucho, recoger y sacar a la luz las memorias que las mujeres guardaban en privado sin otorgarles valor. No se trata de hacer una política de cuotas en las que sumemos historias de mujeres a las historias hasta ahora ya narradas; sino que, sobre todo, se trata de empezar a saldar una deuda histórica que la ciudad de Gasteiz, los movimientos populares y las feministas tenemos con las mujeres que vivieron aquello.
Porque saldar la deuda que se tiene con la memoria del 3 de marzo no solo es monopolio del estado ejecutor de la masacre – el que, por cierto, sigue en posturas inmovilistas -, sino que también es responsabilidad de la comunidad que crea la memoria de base; es decir, de las vecinas de Gasteiz; de todas nosotras.
Saldar esa deuda histórica significa ir más allá de la descripción diferenciada por género de los hechos. Pero abrir la memoria a nuevas voces y hacerla más inclusiva no la convierte de facto en una memoria feminista. Lo que la hace feminista es trabajar bajo la premisa de que las mujeres han tenido vivencias distintas porque constituyen un sujeto político específico que está determinado por la posición de opresión y discriminación que ocupa en la sociedad.
Desde esa posición de opresión, subversión y resistencia las mujeres no solo hicieron muchas cosas en múltiples lugares y de manera simultánea aquel 3 de marzo de 1976, sino que desde esos lugares también trasformaron la realidad que habitaban; una realidad que era mucho más injusta para ellas que para sus compañeros de lucha. Ellas no solo soportaron la violencia de los aparatos represivos del estado, también enfrentaron el aumento de la presión en los hogares, el cuestionamiento en los espacios de lucha o las consecuencias del estado anímico colectivo de toda la ciudad. En todos esos lugares, las mujeres crearon estrategias, subvirtieron roles establecidos y rompieron con muchas normas. En todos aquellos lugares se hizo mucho feminismo.
Hacer una memoria feminista supone tomar una postura activa en el reconocimiento y reparación de los dolores que injustamente las mujeres han padecido como consecuencia de una situación de fuerte conflictividad social. Supone también sanarlos y garantizar las condiciones para que no vuelvan a repetirse. Apostar por una memoria feminista y no solo de mujeres supone hacer análisis estructurales y radicales que nos lleven también a hablar de esa parte no tan bonita y amable que tiene la memoria. Supone, en definitiva, hablar de cómo funcionaba entonces el patriarcado para poder seguir luchando contra él hoy en día.
Y, ¡en eso estamos! La caja de Pandora ya se ha abierto y la memoria feminista está en construcción. Mientras seguimos trabajando en ella, no olvidemos recordarles a ellos, a los que asesinaron; por los que 42 años después de aquella masacre nos seguiremos manifestando.
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