Kurdistan: un pueblo que no quieren que exista. Retazos de una visita a Bakur
Aunque muchas y muchos de nosotros hayamos escuchado el término kurdo/a, y dicho pueblo sea conocido a nivel mundial mucho más que otros pueblos sin Estado, el kurdo es un pueblo negado en gran parte de los territorios en los que lleva siglos viviendo. Iñaki Etaio, miembro de la Delegación Vasca a Bakur elabora este extenso reportaje para Hala Bedi.
Como es bien sabido, este pueblo de más de 40 millones de personas (no existe un censo exacto, y muchas personas kurdas no tienen tampoco conciencia de serlo) se distribuye entre cuatro estados que lo niega como pueblo: Turquía, Siria, Irak e Irán. Si se puede hablar de elementos comunes a todos ellos habría que referirse a la histórica negación y la represión del pueblo kurdo, si bien con sus particularidades, que varían en función del gobierno de turno y de la correlación de fuerzas en cada lugar y en cada momento. Hoy en día existen situaciones muy dispares entre las zonas liberadas de Rojava (Oeste de Kurdistan), el Bashur (Kurdistan sur) bajo administración iraquí gobernado con gran autonomía por el clan Barzani, y las otras dos zonas bajo la férrea administración de los estados turco e iraní, denominadas en kurdo Bakur (norte) y Rojhilat (este), respectivamente. En cualquier caso, la resistencia y la lucha que históricamente ha desarrollado este pueblo por su reconocimiento y liberación es otra constante de los cuatro territorios citados que llega hasta nuestros días.
Visitar Bakur y hablar con multitud de personas y organizaciones políticas y sociales permite acercarse a esa realidad. Y la primera sensación que se tiene nada más llegar a Amed (en turco Diyarbakir), y que se reafirma constantemente con el transcurso de los días y de las conversaciones, formales e informales, es que el pueblo kurdo es un pueblo que no quieren que exista. Tal afirmación puede resultar obvia y sabida de antemano, más viajando desde Euskal Herria, otro pueblo cuya identidad y derechos continúan negados muchos siglos después. Precisamente este hecho hace que los intentos de invisibilización del pueblo kurdo no nos llamen tanto la atención, al menos en comparación con un/a, pongamos por caso, ciudadano/a solidario/a europeo/a tipo que se sorprende de la represión en Kurdistan y desconoce la práctica de la tortura y la existencia de centenares de presas/os políticas/os en varios estados de la UE. El hecho de ser vascas/os permite también encontrar gran número de similitudes en la situación de ambos pueblos, sin pretensión de comparar miméticamente dos pueblos con procesos diferentes y con una complejidad interna tan grande. Siendo conscientes de las diferencias entre la situación en la CAV, Nafarroa e Ipar Euskal Herria, podremos entender fácilmente la complejidad que supone estar divididas/os entre cuatro estados. En cualquier caso, “it ́s very similar” e “it ́s the same” son expresiones que hemos escuchado en reiteradas ocasiones al intercambiar descripciones de numerosos aspectos de ambos pueblos y, sobre todo, al describir las estrategias represivas utilizadas por los estados.
El estado de excepción que se mantiene desde julio de 2016, decretado tras el confuso intento de golpe militar, disminuye aún más las garantías de poder desarrollar actividades de tipo político o incluso cultural, si son críticas con el gobierno. Si bien la mayoría de las personas detenidas y procesadas en un primer momento (policías, académicos/as, periodistas, jueces…) supuestamente pertenecían al entorno de Fethullah Gülen, el contragolpe represivo ha sido aprovechado para aumentar aún más la presión sobre el movimiento kurdo, el verdadero enemigo de las ansias autócratas y centralistas de Erdogan.
Invisivilizadas/os en su territorio. Tras la cortina turca
En Turquía el término Kurdistan es un término tabú, que proyecta esa idea de tabú al pueblo mismo. Para referirse a este territorio hay que hablar del Este de Turquía, o del Este de Anatolia, para que no resulte sospechoso. Utilizar el término Kurdistan en el aeropuerto o en una instancia administrativa con un/a funcionario/a puede dar lugar a preguntas y recelos. Y qué decir si el/la interpelado/a es policía (el número de policías de paisano en calles y establecimientos probablemente sea mucho mayor que el de policías uniformados/as). Las preguntas sobre destino y objetivo de la visita pueden derivar en solicitar el pasaporte, fotografiarlo, y en el registro de bolsas y mochilas.
Circular en taxi por Şanliurfa boulevard según se llega del aeropuerto de Amed aporta el primer “golpe de realidad”: de todas las farolas de esta vía de varios kilómetros penden banderas turcas e imágenes de Erdogan. Lo primero que se viene a la cabeza frente a esta marea de banderas rojas con la media luna y la imagen de su particular caudillo en calles, edificios oficiales, escuelas… es lo hiriente que debe resultar para la mayor parte de la ciudadana kurda tener presente a cada paso el mensaje constante de “esto es Turquía”. Sin embargo, la propaganda del régimen turco que inunda todas las esquinas, la permanente presencia de policías con armas largas, vehículos blindados, cámaras y puntos de control, las cinco comisarías, el cuartes militar y las cinco cárceles dentro del perímetro urbano de Amed dan a entender que no debe estar tan claro que los y las habitantes de la capital de Bakur tengan tan asumida su nacionalidad turca…
Los intentos por barrer y/o asimilar los demás pueblos que habitan la península de Anatolia desde tiempos ancestrales han sido reiterados durante el Imperio otómano y, más recientemente, desde la constitución en 1923 del Estado turco por Mustafa Kemal, Atatürk. El genocidio perpetrado contra la población armenia entre 1915 y 1923, en el que murieron asesinadas o por hambre y enfermedades más de un millón de personas, es probablemente el hito más cruel de dicha política (genocidio, por cierto, negado todavía hoy por el Estado turco).
El intento por terminar con las nacionalidades minoritarias (si bien casi una de cada tres personas en el Estado turco es de origen kurdo) dentro del territorio estatal se extiende, al igual que sucede con otros muchos pueblos, a las manifestaciones culturales, idiomáticas y a la toponimia. Los nombres de los pueblos y lugares se muestran en idioma turco, y este es el idioma que se utiliza en exclusiva en los centros oficiales, administrativos, educativos, de salud… Todas las indicaciones están únicamente en turco, fácilmente reconocible por las abundantes diéresis utilizadas, y la ausencia en su alfabeto de las letras Q, W y X. El idioma kurdo también está excluido de la educación y de los medios de comunicación. Si bien durante el proceso de conversaciones de 2012-2015 entre el Partido de las y los trabajadores del Kurdistan (PKK) y el islamista partido gobernante AKP (Partido Justicia y Desarrollo) la permisividad hacia el idioma kurdo fue mayor, la ruptura de dicho proceso supuso que el kurdo fuera de nuevo un idioma proscrito. En muchos hogares de Bakur se mantiene el nexo con el idioma y cultura kurda a través de la señal digital de Sterk TV, con sede en Bruselas. Dicho canal supone una bocanada de aire fresco en una atmósfera asfixiante, donde el idioma kurdo queda restringido al ámbito privado. La imposibilidad de la enseñanza del idioma kurdo en la educación pública o privada limita su transmisión al ámbito doméstico, lo cual, tal y como nos comentaron algunas amigas kurdas, dificulta enormemente la transmisión de la escritura y su normalización. De hecho, algunas de las personas con quienes compartimos conversación nos indicaron que entienden y hablan kurdo, pero que no son capaces deescribirlo.
La persecución de la cultura kurda en el Estado turco ha llegado a situaciones un tanto surrealistas. Así, al visitar un patio interno que funciona como cafetería/tetería en el distrito de Sur, la parte más antigua de la ciudad, las chicas kurdas que lo regentan nos indicaron que, tras la ruptura del proceso de negociaciones citado, todos los centros culturales del distrito fueron cerrados por órdenes del gobierno. Su establecimiento, aunque con ambientación y música kurda, se libró de la clausura al no funcionar formalmente como un centro cultural. Al preguntarles sobre la posibilidad de publicar libros en kurdo, nos indican que, si bien no está recogido expresamente en la legislación no poder publicar en kurdo, las trabas y presiones del gobierno sobre las propias editoriales y distribuidoras hacen inviable dicha posibilidad.
Pero si algo resulta aún más llamativo en esta especie de paranoia antikurda es la prohibición de combinar los tres colores nacionales kurdos: amarillo, rojo y verde. En las abundantes tiendas de textiles presentes en los pueblos y ciudades de Bakur se pueden encontrar gran cantidad de pañuelos con diferentes combinaciones de colores. Sin embargo, ninguno combina los tres colores “sospechosos”. Nuestra búsqueda por encontrar dichos pañuelos clandestinos en algún establecimiento de Amed, Mardin, Tatvan o Van resultó, como cabía esperar, infructuosa. El pañuelo con los colores kurdos que trajimos escondido entre la ropa de vuelta a Euskal Herria, fue el regalado por las compañeras del movimiento de mujeres kurdas TJA. Una compañera internacionalista colombiana no lo pudo llevar de vuelta a su país, ya que varias policías se lo incautaron al dirigirse a la celebración del Newroz en Amed. Aunque a primera vista pudiera sonar a broma, la realidad es que mostrar juntos tres colores desata la ceguera represiva del régimen turco.
Años de plomo. Bajo la maza turca
Un retrato en la pared del salón de la casa de la madre y el padre de Ceylan muestra a un joven algo menor de cuarenta años sonriente, enfundado en traje de guerrillero sobre un fondo cubierto de vegetación. Rápidamente llega la explicación por parte de la madre de Ceylan. Su hermano fue combatiente del PKK y desapareció en una misión en el monte allá por el año 2000. No han vuelto a saber nada de él, y por mucho que han indagado y preguntado no han podido encontrar ninguna información. Tampoco desde la propia insurgencia han podido facilitar información a la familia, como suelen hacer en estos casos. Tal vez el dolor de no poder encontrar ninguna información sobre su hermano desaparecido fue lo que le llevó a participar junto a otras mujeres en labores de acompañamiento y apoyo a las familias de combatientes caídos/as. Cuando fallece un/a combatiente del PKK, llevan a cabo las duras gestiones de informar a la familia, recuperar el cuerpo, lavarlo y entregárselo. Son incontables los retratos de guerrilleros/as y militantes caídos/as presentes en multitud de hogares kurdos. Miles son también los testimonios similares tras más de tres décadas, con algunas interrupciones, de enfrentamiento armado abierto entre el PKK y el Estado turco; si bien la violencia y represión contra dicho pueblo viene de mucho más atrás.
Las aproximadamente 40.000 víctimas mortales del conflicto entre el pueblo kurdo de Bakur y el Estado turco nos da una idea de la magnitud del mismo. En cualquier caso, la mayor parte de esas víctimas son kurdas/os no combatientes asesinados por las Fuerzas Armadas Turcas, tal y como está sucediendo en Afrin.
En efecto, el Estado turco, para afrontar la guerra contra el PKK adoptó en los años 90 la táctica de “quitar el agua al pez”, también utilizada en otros lugares como Guatemala, Chechenia, Colombia o Perú. Para aislar y debilitar al pez (la insurgencia) se le quita el agua (el pueblo que nutre sus filas y le da apoyo). En resultado es conocido: masacres, ejecuciones sumarias, desapariciones y desplazamientos masivos de población. En el caso kurdo, según organizaciones defensoras de los derechos humanos, alrededor de 17.000 kurdos/as fueron desaparecidos/as, alrededor de 4.000 pueblos fueron vaciados de sus habitantes y unos 3 millones de kurdas/os desplazadas/os, empujadas/os a las ciudades alejadas de las montañas con presencia guerrillera. De estas/os últimas/os, alrededor de un millón permanecerían aún como desplazadas/os internas/os. De esta forma llegaron varios miles de expulsados a Amed, teniendo que ubicarse como pudieron en casas de familiares y conocidos, tal como algunos de ellos no describieron.
El estado de excepción que rige el país desde hace casi dos años otorga mayor poder a la policía y fuerzas armadas y disminuye las ya tenues garantías frente a los abusos policiales y militares. Si ya de por sí la policía turca no tenía excesivos problemas para apretar el gatillo en situaciones consideradas problemáticas, la ley marcial le faculta para disparar sin tener que justificarlo. La protesta social asociada a las reivindicaciones kurdas es, en estos momentos, poco menos que una quimera. Cuando, de forma un tanto ingenua, preguntamos a algunas de nuestras interlocutoras kurdas, si se habían realizado protestas por la invasión turca de Afrín, la respuesta fue que no es posible, que Erdogan había amenazado públicamente con actuar con todos los medios contra quienes osasen cuestionar la operación militar. Como hemos podido comprobar in situ, en el Estado turco no se obvia ni se oculta la operación de Afrín. Se publicita hasta la saciedad en todos los informativos como una gesta heroica, en la que un ejército desaloja a unos terroristas y devuelve la paz a una población que los recibe con los brazos abiertos (aunque, a tenor de las imágenes proyectadas por televisión, no han debido encontrar multitudes esperándoles al entrar en Afrín y se han tenido que conformar con mostrar imágenes de algún soldado sosteniendo entrañablemente a un niño pequeño en brazos). En este contexto militarista y ultranacionalista, que recuerda mucho al espíritu legionario, justificar la muerte de manifestantes “terroristas” que cuestionan las operaciones del gran ejército turco no resulta excesivamente embarazoso.
Entretanto, también en medio de estas ciudades donde la protesta está prohibida, miles de presos y presas políticas, muchos/as de ellos/as en prisión preventiva, malviven hacinados/as en cárceles insalubres, dispersados/as por el extenso territorio del Estado turco. La política de dispersión como política de Estado. Una vez más, es inevitable la comparación con la dispersión de los/as presos/as políticos/as vascos por las cárceles españolas y francesas, y la ruleta rusa de los viajes de las/os familiares.
Al mismo tiempo, el Estado turco sigue construyendo nuevas prisiones, vaticinio de un futuro igual o más duro, sabedor de que las tibias críticas de gobiernos e instituciones europeas a las múltiples y comprobadas violaciones de derechos humanos quedan en un segundo plano frente a los intercambios comerciales entre Turquía y esos mismos estados.
Ingeniería urbanística y poblacional. La ley de la excavadora
El desplazamiento de poblaciones con el objetivo de asegurar la ocupación de territorios no es un invento del régimen turco. Muchos otros proyectos expansionistas lo han practicado y lo siguen practicando, siendo probablemente la batustanización sionista de Palestina el ejemplo más evidente. El Estado turco lo aplicó a sangre y fuego en la década de los 90 con la política de aldeas arrasadas, y lo sigue aplicando bajo una apariencia algo diferente en la actualidad. En esta ocasión, dentro mismo de algunas ciudades kurdas.
Aunque el acceso está bloqueado, desde diversos puntos del distrito de Sur (núcleo antiguo de Amed, rodeado por una muralla datada de antes del siglo IV) se pueden observar todavía algunas casas a medio derruir y los vestigios de la brutal ofensiva desarrollada por el ejército turco contra el barrio entre diciembre de 2015 y marzo de 2016. A los intentos por resistir en la zona por parte de las milicias del PKK le siguió la destrucción del barrio por las fuerzas armadas y su posterior demolición. A las muertes de unos 65 milicianos/as, 65 soldados y 321 personas no armadas contabilizadas por diversos organismos, hay que sumar el desplazamiento forzado de más de 24.000 residentes. En marzo de 2016, apenas tres semanas tras el fin de los enfrentamientos, el gobierno expropió por la vía urgente la mayor parte del terreno de Sur, pasando a ser el Ministerio de Medio ambiente y Planificación urbana el nuevo propietario. Con la prácticamente única excepción de las mezquitas, todas las edificaciones fueron demolidas posteriormente. Algunas familias han recibido una compensación ridícula por la pérdida de su hogar y todos sus enseres, bajo el lapidario ofrecimiento de “o esto o nada”. Otras familias no fueron siquiera informadas de dicha posibilidad mientras que otras las rechazaron al verse obligadas a firmar un documento por el que se responsabilizaba al PKK de la destrucción de su hogar.
Apenas dos calles más allá de las vallas que limitan el acceso a la zona derruida nos reunimos en una cafetería. Varias jóvenes miembros de una plataforma creada para luchar contra el proceso de desplazamiento nos detallan la situación actual de esas miles de personas personas así como las motivaciones y planes futuros de las autoridades que, designadas por Ankara, gobiernan la ciudad. Unos hombres de otra mesa que disimuladamente nos fotografían con sus móviles nos dan a entender que no somos las únicas personas interesadas en este encuentro informal. Sur no era un barrio más, ni siquiera un barrio en el que milicianos/as del PKK se habían hecho fuertes. Van era un barrio que había recogido parte de las miles de personas a las que se había expulsado de pueblos y aldeas durante los años 90. La propia situación de necesaria solidaridad de sus habitantes, sumada a la militancia y/o apoyo al movimiento kurdo de gran parte de ellas/os, junto con una configuración urbana caracterizada por estrechas callejuelas, permitió que florecieran y se desarrollasen múltiples relaciones de apoyo, amistad y organización entre las vecinas y vecinos del barrio. Tal y como nos indican las compañeras kurdas, la toma y destrucción del barrio iba más allá de acabar con la resistencia armada urbana y buscaba deshacer todo ese tejido social autoorganizado así como despejar el terreno para la transformación urbanística del barrio.
Dos años después, el gobierno aún no ha hecho público el proyecto para el barrio. De momento, sólo se observa policía y excavadoras en esos terrenos desolados. Aunque por ley, las nuevas edificaciones debieran respetar el diseño arquitectónico kurdo original, sospechan, por lo comprobado en otras rehabilitaciones, que esto no será así. Intuyen que la fisonomía del barrio se asemejará a la de los barrios de la ciudad situados fuera de las murallas, con bloques de muchas alturas, zonas cerradas en el entorno de cada bloque y marcadas distancias entre bloques. Transitar los barrios de más reciente construcción en Amed transporta inevitablemente a los barrios gasteiztarras de Zabalgana o Salburua, donde el urbanismo de altos edificios y anchas calles parecen diseñados para alejar las relaciones humanas. Y la posible transformación urbanística de Sur hace volar la imaginación hasta Errekaleor.
El riesgo de la actividad política pública. En el filo de la navaja turca
Los encuentros con representantes del partido HDP (Partido Democrático de los Pueblos, que agrupa a partidos de izquierda de ámbito estatal y partidos kurdos, y con un 10% de votos en las últimas elecciones) y del DBP (Partido de las Regiones Democráticas, principal partido kurdo) nos trajeron a la memoria años recientes de la historia vasca. Y no era algo casual. Una simple búsqueda en google lleva a titulares como “La Justicia turca utiliza el ejemplo de Batasuna para ilegalizar el partido kurdo DTP” (consultar ediciones de periódicos como El País, El Mundo, ABC, Público… del 11-12 de diciembre de 2009). Las compañeras y compañeros kurdos nos explicaron cómo el partido político DTP fue ilegalizado en 2009 por sus supuestos nexos, como no, con el PKK, y cómo tuvieron que crear el DBP para concurrir a las siguientes elecciones. Posteriormente, en 2016, llegaría la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) condenando a Turquía por dicha decisión. Demasiado tarde.
La actividad política en el Estado turco tiene un riesgo evidente si no se alinea con las políticas ultranacionalistas e islamizantes del AKP. Y se le añade un componente de inseguridad adicional si se mezcla con la “cuestión” kurda. El aparato represivo turco, que atraviesa todos los poderes del Estado, pisó el acelerador en 2015-2016, en un contexto marcado por la ruptura de las conversaciones entre el PKK y el gobierno, por la pérdida de la mayoría absoluta del AKP y por el éxito electoral del HDP, sobrepasando el 10% de los sufragios. Paradójicamente, mientras los sectores progresistas del pueblo kurdo intentaban llevar a la práctica el concepto de confederalismo democrático formulado por Abdullah Öcalan, con una fuerte base en la municipalidad, en la participación directa y en el protagonismo de la mujer, la oferta del régimen turco fue la intervención de alcaldías y el encarcelamiento de sus co-alcaldes y co-alcaldesas. Los 28 ayuntamientos intervenidos por el gobierno de Ankara, los/as casi 200 co- alcaldes y co-alcaldesas y concejales/as encarcelados y los/as más de 300 dirigentes locales del HDP y DBP en prisión constituyen la muestra más palpable del riesgo de la política a nivel local en el Estado turco. Varias de las ciudades que hemos visitado, donde la vida urbana se desarrolla en aparente normalidad (la vida entre cuarteles y policías es ya parte de la rutina diaria…), tienen sus ayuntamientos gestionados por interventores designados por el gobierno turco. Tal es el caso de la capital de Bakur, Amed (algo más de 900.000 habitantes), o de las ciudades de Van (en torno a medio millón de habitantes) o Mardin (algo más de 200.000 habitantes, donde, además, la co-alcaldesa destituida, Februniye Akyol, fue la primera cristiana siria en ser elegida co-alcaldesa en todo el Estado). Las gigantescas banderas turcas que cuelgan de dichos ayuntamientos son la constante manifestación de la usurpación de la voluntad popular. Situaciones que, por un momento, nos trasladan de nuevo a Euskal Herria.
El cuadro de la represión de representantes populares y dirigentes políticos locales debe ser completado con más de 500 procesos judiciales abiertos contra diputados y otros dirigentes a nivel estatal, entre ellos Selahattin Demirtaş y Figen Yüksekdağ, co-presidentes y co-presidenta del partido HDP, encarcelados desde noviembre de 2016 bajo la socorrida acusación de colaboración con banda armada y propaganda a favor de organización terrorista.
Encarceladas o no, muchas son las personas que, relacionadas de una forma u otra con el movimiento político kurdo o con la izquierda turca, ven su vida personal y profesional afectada por los zarpazos del régimen de Erdogan. Tal es el caso de Feride, primera mujer en ejercer la abogacía en Amed, con la que pudimos compartir cena y conversación sobre la situación política apenas tres días tras su comparecencia en calidad de acusada en un juicio en Ankara. Una vez más, y ya son varios años, la vista se pospuso. Mientras tanto, ella no puede salir del país y encontrarse con su compañero, quien tiene prohibida la entrada al Estado turco. Una historia personal más entre tantas que recorren Kurdistan.
Periodismo en Kurdistan. Saltando sobre la tijera turca
Si la actividad política desde la izquierda y a favor del pueblo kurdo es una actividad de riesgo en el régimen turco, el desempeño como periodista crítico con el poder de Ankara también lo es. En un estado donde, al igual que en el Estado español, la mayor parte de los medios de comunicación no contrarían al gobierno sino en lo superficial, el periodismo independiente y comprometido, más si se lleva a cabo desde Kurdistan, lleva asociado una dosis de peligro.
La visita a la sede de Jin News en Diyarbakir nos proporcionó en apenas una hora una idea de las condiciones en las que tienen que realizar su trabajo las/os informadoras/es independientes. Jin News es un medio online creado en 2012 y gestionado únicamente por mujeres donde la perspectiva de género y la denuncia de la opresión contra las mujeres en sus diversas modalidades están especialmente presentes. Ello las hace también blanco de un régimen conservador y patriarcal que ve en la emancipación de la mujer un cuestionamiento evidente de su reaccionario proyecto. La sede del medio es un apartamento en un edificio de casi 20 plantas. Ninguna señal identificativa, indicaciones para que entrásemos y saliésemos con premura, y una puerta blindada con varios cierres contextualizan su trabajo diario. Según nos comentan, los años más duros fueron la década de los noventa, cuando la represión del régimen turco fue implacable contra todo lo que oliese a kurdo. Más de 20 periodistas fueron asesinados en ese período de represión abierta. Hoy en día, si bien la eliminación física de periodistas no es tan frecuente, la persecución a los medios, su ahogamiento económico o directamente su cierre, así como el procesamiento y encarcelamiento de periodistas son los procedimientos utilizados. Todo ello bajo una campaña de criminalización que cala en gran parte de la población turca. Realizar propaganda del terrorismo, acción penada con penas de entre tres y doce años de prisión, es la acusación más frecuente para intentar acallar el periodismo kurdo. Cuando les mencionamos los cierres de Egin, Egunkaria y Ardi Beltza, así como la persecución de periodistas y trabajadores/as de diversos medios vascos, nos indican que tenían conocimiento de ello.
En una pequeña sala donde no había sitio para sentarse todas/os, las compañeras periodistas también nos relataron cómo durante la ofensiva del ejército turco y las fuerzas yihadistas contra Afrin, alrededor de 200 periodistas fueron detenidos/as por informar sobre dichas operaciones. Se suele decir que en las guerras la primera víctima es la verdad. En este caso, el Estado turco tampoco quería testigos incómodos sobre el terreno arrasado. Sólo periodistas que fotografíen balcones con la bandera turca y soldados con un niño en brazos.
Otro de los hándicaps a los que tienen que hacer frente las profesionales de la información es la negación de credenciales como periodistas por parte de las instancias gubernamentales, lo cual dificulta enormemente el trabajo de nuevas personas que decidan incorporarse a la profesión. Según nos comentaron, el realizar labores periodísticas sin dicha acreditación suele suponer terminar en prisión, además de perder el material que se porte en ese momento. Junto a ello, otra preocupación mezclada con crítica: la escasa solidaridad recibida desde sus colegas de profesión europeas/os.
La presión contra la información y la censura del régimen turco llegan en ocasiones a límites que rayan lo ridículo. Cuando nos comentaron que el acceso a Wikipedia estaba bloqueado tuvimos que comprobarlo para cerciorarnos de que, efectivamente, era así. Si una web tan “peligrosa” como esa tenía el acceso impedido, lo mismo tendría que ocurrir con otras webs con contenidos más políticos. Ciertamente, el acceso a diversas web con contenidos sobre Kurdistan en diferentes idiomas también estaba bloqueado.
Tras la reunión mantenida con el grupo de periodistas fuimos testigos de nuevo de ese intento por acallar cualquier testimonio que contraríe la versión oficial o que, simplemente, quiera aportar una voz por la paz y el entendimiento. El encuentro con una decena de integrantes de Dayîkên Aşîtîyê (Mujeres por la paz) en casa de una de ellas fue realmente emotivo. Todas ellas habían perdido algún familiar en el conflicto. Con su pañuelo en la cabeza y con la serenidad y fuerza de su testimonio, recuerdan en gran medida a las madres y abuelas de la Plaza de Mayo. No en vano, han coincidido con ellas participando con Nora Cortiñas en el documental Pañuelos para la historia (2015). Tras una desesperada descripción de la brutal ofensiva contra Afrin y las victimas que estaba causando, llegó el aviso: una tanqueta de la policía junto con varios policías de paisano estaba apostados debajo de la casa. Tras una despedida apresurada bajamos rápidamente con las indicaciones de subir inmediatamente al minibús que nos estaba esperando. Pero fue en vano. Los policías habían ido expresamente en nuestra búsqueda y según nos acercamos al minibús comenzaron las preguntas cortas en inglés por parte de uno de ellos. Tras la mediación de una de las compañeras kurdas y tras fotografiar un policía con su móvil cada uno de los pasaportes, pudimos continuar. “Esto es algo habitual” nos comentan las compañeras. Ya nos habíamos dado cuenta de que era así. Tan habitual como la persecución y la censura.
La inhabilitación profesional. Otro engranaje para sacar de circulación voces discordantes
La policía de paisano también estaba presente en la entrada del edificio que alberga en una de sus plantas la sede en Amed de Eğitim Sen, el Sindicato de trabajadoras/es de la educación y la ciencia. Este sindicato es de ámbito estatal y se encuadra en el KESK, el principal sindicato de izquierda del Estado turco. Nada más entrar al apartamento con funciones de sede nos encontramos con los retratos de 20 profesores asesinados en la década de los 90. Según nos indican, asesinados por el terrorismo de Estado, desconociéndose aún quienes fueron las manos ejecutoras. Aunque la eliminación física de profesorado crítico no se práctica hoy en día, otras formas de represión continúan y se han intensificado estos dos últimos años.
Mientras tomábamos un té antes de comenzar la reunión, tuvimos ocasión de hablar unos minutos con uno de los profesores universitarios despedidos por haber firmado un manifiesto en enero de 2016. No sería el único que conoceríamos en esa situación. Tras la ruptura de las conversaciones entre el PKK y el gobierno turco, el ejército turco lanzó una ofensiva en todo Bakur que alcanzó de lleno a varias ciudades (Amed, Nusaybin, Cizre…), donde milicianos/as del PKK decidieron defender las zonas autogestionadas en dichos entornos urbanos. La salvaje ofensiva del ejército con armamento pesado destruyó barrios enteros, provocando la muerte de cientos de milicianos y otros/as habitantes de los mismos, en ocasiones enterrados/as en su propia casa, tras resistir muchos días sin agua, electricidad ni alimentos. Esta ofensiva motivó que más de 2.000 docentes e investigadores/as, tanto de la universidad como de enseñanza primaria y secundaria, firmaran un manifiesto titulado “No seremos parte de este crimen” en el que se criticaba la actuación del gobierno y el sufrimiento causado a la población civil.
La respuesta del gobierno de Erdogan fue rápida y especialmente virulenta. Les acusó de traición y de ser cómplices del PKK, indicando que dichos “pseudointelectuales” con doctorado no debían esperar trato distinto al de los “terroristas” a los que enfrentaba el ejército. En las semanas siguientes llegarían las primeras medidas punitivas: a los/as firmantes se les suspendió su contrato laboral. En 380 casos se les inhabilitó por decreto ley para poder ejercer la docencia, mientras que en otros centenares de casos “simplemente” se les despidió de su puesto de trabajo, se les suspendió de empleo durante varios meses o, en el caso de algunos/as investigadores/as, se canceló la financiación de sus proyectos. Tal es el caso de Behcet, doctor en bellas artes e investigador en la Universidad de Van (este de Bakur, muy cerca de Irán) que cometió el “error” de firmar el citado manifiesto y ahora está suspendido y en espera de juicio. Preguntado por la actitud de los rectorados de las universidades afectadas (más de 90 en todo el Estado turco), la respuesta no es nada alentadora: el 99% de los rectores/as obedecen servilmente al gobierno y el otro 1%, no alineado políticamente con él, actúa mirándose al ombligo, aplicando también en la práctica los dictados del gobierno. Asimismo, respecto a las perspectivas de continuar su carrera profesional al no estar inhabilitado por ley, nos indica que, aún en el caso de poder optar a ocupar otro puesto (los puestos vacantes tras las expulsiones han sido cubiertos ya por otras personas), el hueco que deja en el currículum todo ese tiempo sin contrato sin una razón académica convincente deja ver implícitamente las razones de ese parón e imposibilita reengancharse a la actividad investigadora en un Estado donde el gobierno ejerce un férreo control ideológico sobre todos los estamentos de la administración. Además de ello, las y los firmantes del manifiesto despedidas/os tienen prohibido abandonar el Estado turco (se les ha retirado el pasaporte), así como enviar a sus hijas/os a estudiar al extranjero.
La exclusión del sistema público suele hacerse extensiva al sistema de educación privado, que, además de estar en gran medida en manos de sectores religiosos ultraconservadores, recibe presiones políticas y económicas para no contratar a profesorado expulsado.
Ante esta situación, gran parte de estas/os trabajadoras tienen que abandonar la actividad académica y/o investigadora y dedicarse a otras actividades de iniciativa privada. Por ejemplo, Tuncay, profesor de educación primaria en Van despedido por firmar el manifiesto, nos cuenta que trabaja en una academia privada pero sin contrato. Las redes de solidaridad palian en cierta medida las consecuencias de las medidas de castigo gubernamentales, aunque siempre bajo la imprescindible discreción. Tal y como nos comentan, otras/os muchas/os docentes han tenido que recurrir a abrir pequeños negocios, como teterías, etc.
Si bien se ha aplicado de forma masiva a raíz de la publicación del referido manifiesto, la inhabilitación para ejercer en el sector público en el Estado turco por razones políticas es algo de vieja data. Tal es el caso de Yilman, veterano militante de Van despedido hace veinte años de su puesto de trabajo como profesor, que nos cuenta su situación y la de su pueblo mientras cenamos en el restaurante kebab de su primo. Éste abrió el negocio hace varios tras ser despedido por sus posicionamientos políticos del puesto de empleado municipal que ocupaba en el ayuntamiento.
Según los datos que nos proporciona Abbas, responsable sindical de la sección de Eğitim Sen en Amed, 11.300 profesoras/es han sido suspendidos de empleo en algún momento mientras que 1.565 están inhabilitadas/os de forma permanente para ejercer la enseñanza. El miedo a posicionarse de forma divergente frente a los dictados del gobierno silencia parte de las posibles voces críticas y la presión sobre los sindicatos independientes está causando mella. Abbas nos indica que el número de profesores/as afiliados/as a su sindicato ha disminuido un 40% fruto de la ofensiva autoritaria del gobernante AKP.
Islamización. Más minaretes para apuntalar un proyecto social retrógrado
En el campo de la educación también se libran otras luchas en Kurdistan. Una de ellas, como no podía ser de otra forma, es la del idioma. Si bien el idioma kurdo ha sido y es excluido de todas las esferas públicas y administrativas, durante los aproximadamente dos años que se mantuvieron las conversaciones entre el PKK y el gobierno, se disminuyó ligeramente la presión sobre la lengua kurda. La del idioma fue una de las peticiones que el PKK puso encima de la mesa. En ese momento se autorizó una muy limitada presencia de la enseñanza en idioma kurdo en las escuelas de algunas localidades con mayoría kurda. La ruptura de las conversaciones dejó en suspenso ese tímido avance. Sin embargo, no quedó simplemente en eso. Muchas/os docentes que habían impartido clase en kurdo recibieron la notificación de que serían trasladados a escuelas de otras localidades. Se calcula que en torno a mil docentes fueron removidas/os al oeste del Estado turco en 2017. Ceylan nos cuenta el caso de su hermano, destinado a una ciudad a cientos de kilómetros de Amed, donde vivía y trabajaba. Abbas también nos habla de esa situación a la que han tenido que hacer frente tantas y tantos docentes, muchas/os de ellas/os afiliadas/os del sindicato. Hay casos incluso de parejas en las que ambos/as ejercían de docente y han sido trasladados/as a diferentes destinos. También se refiere Abbas a la hostilidad a la que deben hacer frente en su nueva adscripción, poblaciones alejadas de Kurdistan con un fuerte sentimiento anti-kurdo a donde llegan con la etiqueta de “terroristas”. En el caso de 14 profesoras/es destinadas a una localidad del oeste turco llegaron incluso a recibir amenazas de muerte. El sindicato intenta atender y proteger a dichas/os profesoras/es a través de sus secciones locales, tarea nada fácil bajo una feroz estigmatización de lo kurdo.
Pero la educación turca es también un campo de batalla entre el laicismo y la islamización como política de Estado. Si bien el laicismo fue una de las banderas del proyecto kemalista, la oleada ultraconservadora, ultranacionalista y también islamizante del AKP está inundando prácticamente todas las esferas de la vida, incluida la educación. Si bien el Islam está presente en la región desde hace siglos y es la religión mayoritaria entre la población turca y kurda, existe un intento deliberado y no ocultado de que la religión musulmana tenga cada vez más presencia en la sociedad. Al pasar por cualquier ciudad de Bakur llama realmente la atención el gran número de mezquitas, muchas de ellas nuevas o en construcción, en ocasiones distantes apenas unos centenares de metros. Incluso al viajar por zonas rurales resultan llamativas las mezquitas en pequeños poblados en los que la mezquita no se llenaría ni aunque acudiese todo el pueblo a ella. Los minaretes que caracterizan el perfil urbano y los rezos por megafonía en varios momentos del día hacen omnipresente el Islam en todo el territorio del Estado, convirtiéndolo en una de sus señas de identidad. Esta instrumentalización de la religión por parte del gobierno ha hecho que algunos/as musulmanes/as hayan dejado de acudir a las mezquitas, como así nos lo reconocieron algunos/as compañeros/as kurdos musulmanes/as.
En el sistema educativo, la religión está presente en el mismo momento del acceso a la función docente. Abbas nos confirma los comentarios de días previos de otras personas sobre las pruebas de acceso a la función docente. Anteriormente se accedía mediante una prueba en la que se valoraban la formación y conocimientos relativos al puesto. Con el gobierno del AKP se incluyó una segunda prueba que consiste en una entrevista personal en la que el entrevistador incluye preguntas sobre vida personal, familiar y, ¡cómo no!, religiosa. Además de ello, se solicita información sobre la persona candidata en el entorno religioso correspondiente a su lugar de residencia. Ser musulmán practicante y llevar una vida en base a los preceptos conservadores propugnados por el gobierno facilita enormemente poder acceder al puesto. Lo contrario puede traducirse irremediablemente en la imposibilidad de conseguirlo. Por tanto, al proceso de purgas de profesorado incómodo ya descrito hay que sumar un sistema de selección basado en gran medida en criterios no académicos.
Abbas nos pregunta si nos importa que se encienda un cigarro. Nos explica que se pone nervioso cuando tiene que explicarnos el tema de los abusos a niñas y niños en algunas escuelas religiosas. A continuación, relata como el profesorado progresista y el sindicato están cada vez más preocupados por el aumento de abusos a menores en escuelas y residencias de estudiantes, así como por la cada vez mayor permisividad frente a ello por parte de profesorado religioso y por parte de diversos sectores sociales. En efecto, el mayor conservadurismo con base religiosa que se está imponiendo en el Estado turco está permitiendo que sectores ultraconservadores presenten estos casos (alrededor de 400 casos documentados en 2017, muchos de ellos incluyendo violaciones y algunos asesinato) como algo asumible y no sujeto a castigo. Son esos mismos sectores, incrustados en las estructuras mismas del Estado (como es el caso de la Dirección de Asuntos religiosos), los que propusieron recientemente disminuir la edad legal del matrimonio.
Recordar el pasado, escuchar el presente y prever el futuro de Kurdistan no mueve precisamente al optimismo, aunque la lucha y resistencia de este pueblo demuestra claramente que sigue vivo. Las experiencias que se están desarrollando en los territorios liberados de Rojava alimentan en gran medida la esperanza del pueblo kurdo y de otros muchos pueblos del mundo. Ellas/os mismas/os son conscientes de la potencialidad de lo que en los cantones de Afrin, Kobane y Cizire se está construyendo y defendiendo. El régimen turco también, y de ahí su furiosa respuesta en forma de bombardeos, tanques y yihadistas. Con base en el confederalismo democrático teorizado por Abdullah Öcalan, los territorios liberados por las YPG/YPJ y otras agrupaciones armadas de izquierda se han organizado ejerciendo un modelo de democracia directa que contrasta con los sistemas de sometimiento de poblaciones impuestos a unos pocos kilómetros de allí, ya sea por el Estado turco o por el ISIS y otros grupos islamistas. Los procesos de organización y de participación de las diferentes comunidades (kurda, asiria, árabe, yazidí, turcómana, …) puestos en marcha en Rojava apuestan por un modelo multiétnico en esa convulsa zona del mundo. El papel cada vez más protagónico de la mujer con base en la Jineologî, la ciencia de las mujeres, que coloca a éstas en el centro de la lucha contra el patriarcado, el capitalismo y el Estado, rompe con el papel al que tradicionalmente se las ha relegado. La inclusión de la ecología como uno de los pilares del confederalismo cuestiona la explotación de recursos y el desarrollismo que condena a los pueblos y la naturaleza. Las experiencias de Rojava, con sus dificultades y su todavía precaria estabilidad, irradian su luz hacia los demás territorios kurdos y muestran el potencial del pueblo cuando se libera del aparato estatal centralista y se organiza en base a sus necesidades.
Desde Bakur miran con esperanza a Rojava, y con rabía a Afrin. Viven también con rabía su día a día, en el que el rojo, verde y amarillo sólo se pueden combinar en los espacios privados. A pesar de ello, los permanentes intentos de los estados por tapar el resplandor del pueblo kurdo no pueden impedir que los destellos del sol situado en el centro de la bandera kurda sigan iluminando el camino. La sistemática represión y el profundo sufrimiento no han conseguido doblegar la voluntad de este abnegado pueblo. La clave nos la aporto de forma muy simple el veterano Yilman, al pedirle su opinión sobre la viabilidad de desarrollar el confederalismo democrático en Bakur. Nos contestó que, en las actuales circunstancias, no se puede implementar, ya que la participación política está impedida. Pero recalcó que el pueblo está deseoso de participar en política. No han conseguido apagar ese deseo. Y eso es una garantía de futuro.
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