Autogesión, autonomía e interdependencia: Construyendo colectivamente lo común en el disenso
Hace ya un tiempo que las compañeras de Kutxiko Txoko Txikitxutik acercaban en su la publicación de un libro colectivo bajo el título de ‘Autogesión, autonomía e interdependencia: Construyendo colectivamente lo común en el disenso’. Ahora, en este análisis profundizan en el tema.
Las personas que han coordinado tan extenso texto son Sandra Viviana Sánchez, Ainhoa Ezeiza y Javier Enciso, y ha sido publicada en Volapük ediciones con la coedición de UNILCO-espacio nómada, el Colectivo de Ilusionistas Sociales y el Seminario de Ilusionistas Sociales, a un precio de 20 euros. Su trabajo, entre otras muchas tareas, se ha basado tanto en la recopilación de textos anteriormente ya publicados, como en el impulso de otros nuevos para este libro.
Ahora, después de tomarnos un tiempo para leerlo en profundidad (lo que lleva su tiempo, pues se trata de una obra de casi 650 páginas) queremos comentar algunos de sus textos.
Como recogen las coordinadoras en el Zaguán con el que se inicia el libro, los escritos reunidos
(…) mantienen un hilo narrativo común clarificando en su desarrollo cuestiones relativas a estos conceptos y a su ejercicio. Además de procurar un argumento teórico sólido, destaca la virtud de mostrarnos desde claros ejemplos de su extensión, en casos con raigambre tradicional, como tareas y modos de autoorganización comunales y/o vecinales, enraizados en las culturas populares: auzolan, ayllu, veredas, concejo abierto, etc., que se siguen ejerciendo en diversos lugares; hasta experiencias actuales de total vigencia que ponen en marcha, en el día a día, estas maneras de pensar/hacer/sentir ajenas a las lógicas del sistema de dominación, ajenas al Poder
(…) Estas cuentan con la oportunidad de darse aquí y ahora. No se trata, por tanto, de anquilosadas ucronías sobre lo que pudo o no haber sido en nuestro pasado reciente; ni de hipotéticos o deseados futuribles; ni tampoco de apartarse del ámbito social por agotamiento o hastío ante la sordera individualista. Sino que en el corazón de comunidades, de barrios, pueblos y ciudades, similares a las nuestras, sin necesidad de arduos ejercicios antropológicos, laten con fuerza estos impulsos de autogestión y autonomía, que de este modo logran amplias cotas de libertad y horizontalidad. Con todas sus dificultades y problemáticas, en ocasiones parciales otras más generales, pero extrapolables en todo momento allá donde se pretenda construir comunitariamente, y vivenciar en primera persona y en colectivo, los avances de esta transformación social.
Superando el viejo mundo del Poder, se practican elementos de raíz libertaria, se ejercita la acción directa, la autogestión, la autonomía, el apoyo mutuo, la interdependencia… en la vida cotidiana. Los términos que se manejan, cuyo reflejo es más habitual en relación a determinados ámbitos como la autogestión económica o la autonomía política se muestran, sin estar ajenos a lo anterior, en un marco más próximo a nuestras propias vidas, desprendiéndonos de las condiciones que el sistema imperante impone.
Hay algunos de los textos sobre los que no vamos a volver, porque ya han sido en su día comentados en KTT, en cuya Salita de lectura podéis encontrarlos. Es el caso de “Comunes contra y más allá del capitalismo” de Silvia Federici, y George Caffentzis, o el texto de Raúl Zibechi recogido también en ¿COMÚN ¿para qué?, el número 1 de “El Apantle, Revista de Estudios Comunitarios” (Noviembre de 2015), o con el texto de Claudio Albertani (Flores salvajes. Reflexiones sobre el principio de autonomía) ya comentado dentro de la obra colectiva Pensar las Autonomías. Alternativas de Emancipación al capital y el Estado. Lo mismo sucede con lo que, a nuestro entender, es la aportación más sabrosa de los variados textos elaborados por las gentes de Ilusionismo Social, El desempoderamiento (Jabe-gabetzea)
Pero, sin poder dedicar todo el tiempo y espacio necesario para comentar cada uno de los textos, intentaremos centrarnos en tres de ellos que son los que, a nuestro juicio, más ponen especial atención en planteamientos que lanzan preguntas, cuestionamientos o aportaciones para replantearnos y repensar algunas de las cuestiones más básicas.
Del breve texto de Emmánuel Lizcano, La autogestión como inmediatezpensamos que son especialmente adecuadas las preguntas y reflexiones que nos plantea en su última parte:
Dicho pronto y bien (con perdón) la autogestión no puede ser sino la ausencia de mediación: inmediatez. Lo cual es bien simple… y muy complejo. En definitiva se trata de la vieja gran intuición anárquica: la acción directa. Pero hoy enormemente enriquecida por la multiplicidad y finura de los análisis de los sistemas de mediaciones. Y hay que reconsiderar todas estas intermediaciones sistematizadas, desde una perspectiva autogestionaria.
El lenguaje, el dinero, la organización, los mitos, la tecnología, la pedagogía, los ritos, los sistemas de valores, son todas ellas instituciones que median entre la necesidad o el deseo (individual o colectivo) y su satisfacción. En cuanto propios son útiles, incluso necesarios; pero si nos son ajenos, es la mentira de su necesidad la que nos mantiene fuera de nosotros mismos, y mata en su raíz toda posibilidad de autogestión. Por medio de ellos, individuos y comunidades (donde las haya) nos reconocemos y recreamos. Pero ¿nos recreamos propiamente o alimentamos el fantasma de nuestra propia anulación?, ¿nos sirven en verdad para reconocernos o más bien, creyendo encontrarnos en ellos, nos perdemos? Nuestras representaciones… ¿son nuestras?, ¿son nuestras nuestras palabras?, ¿nuestros nuestros representantes?, ¿nuestros nuestros proyectos?, ¿nuestro nuestro dinero? ¿O tanto hemos dejado que se separaran de nosotros, tanto que vivieran por su cuenta como sistemas consistentes en sí mismos, que en ese vuelo nos los hayan raptado y devuelto pervertidos, trucados, sin que hayamos advertido el cambiazo?
Pegar el sistema de la lengua al acto de tomar la palabra, los objetos de placer a los manantiales del deseo, la producción y valoración de bienes a las fuentes en que se justifican, los mitos al paisaje, los representantes a los presentes, el mañana al hoy, el allí al aquí, el fuera al dentro, son sólo algunas de las reapropiaciones que ha de acometer cualquier actividad autogestionaria: no-mediada, inmediata. Pegar tanto los necesarios sistemas de mediaciones (los que lo sean, claro) a quienes, dándoles vida, nos la damos, que se nos hagan al cuerpo; y que ya nadie pueda quitarnos nuestra palabra o nuestro gozo sin que tras ellos no se nos vaya la misma piel a tiras. Porque, ¿qué des-gobierno vamos si no a procurarnos cuando el mismo modelo que para ello propugnamos —la autogestión— está ya en su propia palabra clave tan impregnada de connotaciones gerenciales típicamente tecnoburocráticas?
Valiente y necesario nos ha parecido el texto de Ruyman Rodríguez (que, entre otras cosas, es miembro de La Comunidad de La Esperanza) Cruzar el Rubicón , del que recogemos algunos de los imprescindibles aguijones para esa vital autocrítica permanente:
Muchas de nosotras estamos metidas en círculos de retroalimentación y autocomplaciencia. Pero cuando decidimos salir de ahí, lo habitual es que fuera haga mucho frío. La gente que suele ir más allá vive intoxicada por una épica alentada por las que nunca se mueven de su sitio.
(…) Las más activas de nosotras, las que no se conforman con limitarse a charlas y eventos y quieren caminar lejos de los márgenes de lo seguro, lo hacen sin red bajos sus pies. Nos gusta jalear a las demás para que se la jueguen y vayan más lejos, pero casi nunca movemos ni un dedo para crear las estructuras que las recojan si han caído. Nos precipitamos al vacío entre aplausos, pero cuando toca recoger los restos a todo el mundo le espera algún asunto más importante en otro lado.
(…) Sí, se ha avanzado en la toma de conciencia sobre la necesidad de los cuidados (que tanto se mencionan) y también algo en la elaboración de herramientas de apoyo. Muchos colectivos de antipsiquiatría están haciendo circular útil información al respecto. Hacen una labor muy loable y poco reconocida. Pero lo cierto es que por lo común consideramos que esto es “responsabilidad” de dichos grupos específicos y no algo que nos competa a todas. Pasa como con los grupos pro-presas, que deben dedicarse en exclusiva a suplir carencias mientras las demás somos incapaces de tejer solidaridad sin que el resto de nuestra actividad se vea comprometida. Es algo de difícil resolución sin una reflexión e implicación colectiva. Creo que más que delegar en colectivos especializados, cada agrupación, sea un sindicato, una específica, un grupo de vivienda, un CSOA, una asamblea de barrio, debería entender como su responsabilidad manejar ciertos rudimentos para socorrer a sus militantes y tener estudiados unos mínimos protocolos de actuación.
Pero no podemos negar que, a pesar de los avances, lo hecho hasta ahora resulta insuficiente. La mayoría de las veces las estructuras mentales de nuestros colectivos son, como decía Goldman, similares a las de una empresa capitalista, o incluso peores, porque en la militancia no hay bajas por depresión. No se entiende la necesidad de tomar aire o bajar un pistón sino es en clave de deserción, no paramos de presionar a las demás para que den más de sí mismas sin evaluar cuánto estamos dando nosotras, juzgamos cuál es el momento más apropiado para que las demás tiren la toalla como si su resistencia física y emocional no contara. El activismo se ve como un hobby para mucha de la militancia sumida en la autorreferencia, pero para otra parte es peor que un trabajo. Un infierno al que no se quiere volver si no te espoleara el sentido del deber. Personalmente, a veces me he encaminado hacia la militancia tan angustiado que he deseado no llegar nunca y he descubierto con toda la hondura del término lo que significa la resiliencia.
Lo peor es que esa tendencia a exigir se recrudece con las más comprometidas. Las vemos tan fuertes, tan seguras, que reclamamos más de lo que humanamente pueden dar. Al final la enfermedad física, anímica, social, puede destrozarlas, pero no lo vemos porque el personaje nos tapa a la persona.
(…) Un día, precisamente cuando me di cuenta asustado de que ya no había nada (por humillante, traumático o doloroso que fuera) que me forzara a renunciar, comprendí que todas esas certezas que tenía sobre la vida y la gente en realidad eran absurdas reglas mentales. Comprendí que la vida no tiene sentido, ninguno concreto y predefinido; tiene el que le des a tu propia vida. Comprendí que ayudar a la gente no implicaba reciprocidad, que no existe una justicia universal retributiva. Comprendí que iba a continuar el desafío ajeno a si las demás me correspondían o a la cordura del mundo, porque yo lo había decidido así y no por ninguna compulsión cósmica. Iba a intentar joder el sistema porque no quería someterme a él y porque el resto de personas debía tener la misma oportunidad que yo.
Pero terminemos este post con la referencia al texto que más nos ha llamado la atención. Se trata de Políticas de la esperanza: políticas de vida-políticas poéticas más acá del capitalismo y el estado, firmado por Patricia BOTERO, Liliana MÁRQUEZ, Lukas DUQUE, Liliana PILLIMUÉ y Sergio ROJAS. Recogeríamos buena parte de sus muchas y sabrosas aportaciones, que os invitamos a degustar despacio, pero no queremos dejar de señalar especialmente algunas de las muchas ideas, denuncias, reflexiones y propuestas sugerentes:
La palabra empoderamiento nació del Banco Mundial, estableciendo una versión imaginada de sujetos pobres, ignorantes y carentes de poder para crear la necesidad de la intervención de intelectuales-expertos y agencias institucionales que les otorgaran “expansión de activos y capacidades para participar en sociedad” (Banco Mundial, 2012). La invención de este término, el cual agencia la academia, se convierte en un instrumento que pretende despertar valores de organización y bienestar; según las lógicas implantadas por el Banco Mundial y desconociendo prácticas, saberes populares y filosofías milenarias que no han sido enteramente colonizadas por el modelo del mundo capitalistas, de capitalismo de estado y las lógicas que subyacen en este (patriarcales, racistas, disciplinares, clasistas y ecocidas).
Las lógicas institucionales –de universidades, entidades gubernamentales y no gubernamentales- pretenden interpretar el mundo bajo los marcos de referencia que, en muchos casos, con buenas intenciones, imputan necesidades que desarraigan las raíces culturales y territoriales; mediante políticas públicas, medios de comunicación y un tipo de investigación que interpreta de manera sorda a las apelaciones de los pueblos en sus territorios, incluyendo a las comunidades en un mundo que no coincide con sus formas de vida en disidencia con el sistema de desarrollo dominante
(…) Directrices que con ambiciosos objetivos y proyectos de desarrollo, civilidad y progreso se restringen a una sola historia y al marco meta-teórico en que Occidente fragmenta y opone los político: público o privado; libertad o justicia social; vida individual separada de la vida colectiva; la economía por encima de los territorios de vida y la vida de la tierra; soberanía del pueblo confinada a la democracia representativa y a la ficción del poder delegado del Estado.
Frente a las formas de inclusión reduccionistas del mundo tecno-científico, estado-céntrico y de capitalización de las relaciones mundo-vitales, las prácticas de dignidad, abundancia, generosidad y conocimientos de comunidades y colectivos en defensa de la vida, aún en medio de contradicciones y a contracorriente, posibilitan re-imaginar el mundo desde autonomías colectivas enraizadas, y lugares de lo no institucional y disciplinar en los que también se hace lo político.
De este modo, el sentido por tejer lo colectivo, a partir de la pluralidad, cobra vigencia y urgencia en contextos de globalización neo-extractivistas en la configuración de alternativas a la institucionalidad; desde mundos postpatriarcales, postcapitalistas en postdesarrollo, en sintonía con las luchas por el buen vivir. Mundos por los que apelan pueblos en Latinoamérica con sus formas cotidianas de reciprocar y construir la política en: asambleas, fiestas, trabajos colectivos, conversas, práctica, y teorías; las cuales posibilitan deconstruir la mirada capitalista y de instrumentalización para avanzar en la vindicación de relaciones entre las gentes, pueblos y la tierra en territorios de campos, selvas y ciudades.
Descapitalizar las relaciones del mundo de la vida
(…) En esta dirección es necesario: “rechazar la premisa de la escasez como base de la organización de la vida social; reivindicar la comunalidad, frente al individualismo reinante; adoptar nuevos horizontes políticos, más allá de los derechos humanos y el estado nación” (Esteva 2012). La universidad de la tierra ha denominado esto: la capacidad de cambiar los sustantivos por verbos; así, en lugar de defender el derecho a la salud recupera su capacidad de sanar; el derecho a la educación lo potencia con la capacidad de aprender libremente; las luchas por el derecho al empleo las reivindica con la solidaridad del trabajo en minga, tonga y manocambiada, como lo plantea el pueblo afro.
Los pasos que las comunidades en resistencia configuran: gobierno, propio-auto, co-gobierno desplazan del centro de la vida las economías para tomar las decisiones fundamentales como afectadas directas de las políticas y las epistemes dominantes. Por tanto focalizan sus acciones de autodeterminación, desde principio anclados en la toma de decisiones concretas para la transformación cotidiana, desobedeciendo al sistema de subordinación de la vida; y, clausurando todo sistema de masificación, patentización y demás lógicas epistémicos, que mantienen la caducada sociedad que centraliza en la economía las decisiones fundamentales para resolver la vida (Esteva 2012; Barkin y Lemus 2015)
Transitar a mundos postcapitalistas y del postdesarrollo desde las re-existencias el buen vivir
Las luchas por otros mundos, resistencias y prácticas ancestrales no están confinadas a un pasado estático, sino que configuran posibilidades de abrir y desenmascarar cánones dados por sentado. En consecuencia, las comunidades no solo resisten, sino que re-existen como plantea Adolfo Albán (2009), al lograr reinventar cotidianamente la vida para confrontar la realidad establecida por el proyecto hegemónico, con formas organizativas de producción, alimentarias, rituales y estéticas que permitan dignificarla y re-inventarla para permanecer transformándose.
Re-existir implica reconocer los procesos que se construyen en los territorios, a partir de formas creativas que articulan acciones y vivencias en colectividad, más allá de las entregadas por las instituciones del Estado. Dan importancia al encuentro con formas diferentes de habitar la tierra, entendiendo que desde el encuentro es que comienzan a surgir los cambios en el mundo, soñando lo imposible, retomando las raíces, tejiendo en sociedad (…) Con las acciones juveniles que buscan desde sus autonomías vinculación con temas de ciudad, desde su propio criterio y acorde con sus libres comportamientos, generando una comprensión acerca de la diversidad de saberes culturales y sexuales e identificando generaciones en movimiento en una posición crítica de resistencia y transformación del conocimiento dominante, a partir de nuevos lugares de enunciación.
Quedan otras prácticas que poco han sido consideradas en las teorías políticas escritas en los libros y que batallan con: la noción de éxito-felicidad que circula en la relación dicotómica modernidad y postmodernidad; el amor en el sentido blanco y cristiano patriarcal que separó mundo público y privado; la entrega de la economía de mercado al Estado; y con el monopolio de las armas. Experiencias que contrastan las lógicas dominantes y que nos indican que estamos milenariamente preparadas/os para resolver la vida sin Estado y sin capital; por ello, ahora es necesario desentramparnos de las falsas promesas que vienen empapadas con bellos discursos de calidad de vida, desarrollo, empleos productivos, becas educativas, etc.
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