A China por Gamarra
Yolanda Muñoz Alonso ha aprendido a hacer camino en bici, “a disfrutar del día a día y a no buscar nada que no sea lo que realmente importa”. Dice que ahora es más sabia, más alegre y más autónoma.
El 16 de julio de 2015, alrededor de las once de la mañana y en mitad de un campamento internacional contra el fracking, sintió que había llegado el momento de partir. Abrazó a su madre y a su padre y bajó a pulso las alforjas y la bici los cuatro pisos sin ascensor de su casa en Gasteiz, dispuesta a tirar millas. Agarró la calle Francia y se dirigió a la salida de Gamarra. El destino, China. Yolanda Muñoz Alonso es viajera y activista en la Asamblea de Mujeres de Álava.
¿Cómo se te ocurrió la idea de emprender semejante viaje?
Hace unos años me fui con mi compañero de mochilera por el sudeste asiático y Sudamérica. Fueron meses llenos de experiencias y de momentos emocionantes que todavía conservo. En pleno viaje supe que volvería a hacerlo, en cuanto pudiera ahorrar dinero. Sería sola, por más tiempo y en bicicleta (en Gasteiz no me bajo de ella). Me seducía mucho la idea de viajar sin depender de autobuses ni horarios y realizar un pequeño esfuerzo dando a los pedales. No quería coger aviones, sino salir y volver a casa sin despegarme de la tierra.
¿Cuál fue tu primera parada?
El pueblo alavés de Legutio, todavía a puertas de casa. Me senté en un banco a comer un poco de pan con queso y un hombre estacionó a mi lado su furgoneta de congelados. Me ofreció una cerveza, que yo rechacé porque quería seguir avanzando, y me preguntó cuál era mi destino. Le respondí que no sabía dónde iba a dormir esa noche, pero que mi plan era llegar hasta China. Se emocionó. No dejaba de decirme que yo era alguien diferente y fuerte, que qué tremenda mentira eso del sexo débil. Alabó mi disposición y valentía por viajar sola y me deseó toda la suerte y muy buen camino. Al final, me acabó dando la cerveza. “Si quieres, la tiras, pero yo te la quiero regalar”, me dijo. Me la bebí, por supuesto. Desde aquella primera etapa, todo han sido buenas vibraciones, un montón de regalos visuales y muchísimas amistades.
¿Cómo siguió la ruta?
Crucé Francia en diagonal hacia Alemania y República Checa. Recorrí muy rápido esa parte de Europa, que me tomé como una puesta en forma, porque trataba de llegar a China antes que el frío invierno. A las puertas de Polonia una avispa me picó en el ojo, cuando iba a 40 km por hora, y perdí el control de la bici. Me rompí dos huesos de la mano y alguna costilla, así que tuve que dejar de pedalear. Con paciencia y la ayuda de las personas que me iba encontrando en el camino, en las estaciones de trenes o en las ciudades, moví las alforjas y la bicicleta a través de este país y de Rusia hasta Ulán Bator, capital de Mongolia. Allí me quitaron la escayola y, tras dos semanas masajeándome los músculos y los tendones de la mano, me llené de fuerza y me puse a pedalear de nuevo. Llegué a tiempo de rodar sin mucho frío por las provincias de Sichuan y Yunnan, entre los 3.000 y 4.500 metros.
¿Y después?
Me acerqué hasta Hong Kong para intentar conseguir un tercer visado en China, pero solo me admitieron quince días más, que utilicé para bajar a Laos y recorrer el norte de ese país. De allí pasé a Tailandia e hice sus 1.600 curvas desde Chiang Mai hacia Pai y Mae Hong Son. Mientras esperaba un pasaporte nuevo, me escapé a las playas del sur. Tras una visita corta a Camboya, visité Myanmar y, después, la zona de Manipur y Meghalaya, en India. Crucé Nepal y volví a India para pedalear durante otros dos meses por la impresionante zona montañosa de Himachal Pradesh, Ladakh y Cachemira, donde ascendí a más de 5.000 metros. Para evitar dificultades con el visado, opté por tomar un vuelo en Delhi hasta Bishkek, capital de Kirguistán. Atravesé ese país, Tayikistán y Uzbekistán, subí hasta Aktau, en Kazajistán, y crucé el Mar Caspio en barco. Por Azerbaiyán, entré en Irán. En el norte, en enero, todo era nieve, frío y hielo.
Mal para seguir avanzando en bici…
Atravesé Turquía, totalmente blanca, en autobús y me planté en Atenas, donde finalicé el viaje. Al tener noticias de que muchísimas personas que huían de la guerra estaban atrapadas en Grecia a causa del cierre de fronteras en Europa, resolví quedarme una temporada y apoyar de la manera que pudiera a las refugiadas y refugiados.
¿Cómo se prepara una la mochila para un viaje así?
Tuve pocas cosas en cuenta: ropa adecuada para el invierno, buenos utensilios de cocina, alguna herramienta de mecánica básica, parches, aceite, un buen saco, una tienda de campaña… Hay muchos días que no sabes dónde vas a parar y a mí me da seguridad tener una tienda que colocar en cualquier lugar. Es verdad que te puedes meter en el saco y ya, pero una capa más te protege del frío, de la lluvia o incluso de curiosos cuando oscurece. Es importante preparar las alforjas poniendo mucha atención en no meter más de lo necesario porque cada gramo pesa. Por ejemplo: ni muchas camisetas ni mucho calzado; al final siempre usas lo mismo. Sobre los alimentos, como he viajado por lugares poblados, se consiguen fácilmente en el camino.
Consejos para quien se esté planteando hacer algo parecido.
Que ni lo dude ni lo planeeé demasiado. Es lógico tener una idea de lo que te apetece recorrer y conocer, pero dar cabida a la aventura, la indecisión y la sorpresa resulta siempre muy gratificante. Buscamos llenarnos de imágenes, de paisajes, de la satisfacción de llegar hasta donde nos hemos propuesto. Sin embargo, después de un tiempo, te das cuenta de lo que más importa: aprender a parar y a mirar con nuevos ojos; saber que en cualquier rincón puedes disfrutar de una buena taza de té y de buena compañía; sentirte bien e incluso querida; comunicarte; dar abrazos; e intentar desmontar ese odio irracional hacia nuestras hermanas y hermanos que este sistema capitalista heteropatriarcal nos quiere imponer.
¿Y si el miedo acecha?
Nos enfrentamos a él y lo superamos. Todo es mucho más fácil de lo que creemos. El mundo real no es el que nos cuentan en los medios de comunicación: está lleno de personas amables y bondadosas. Por supuesto, también existe la barbarie de las guerras, del robo de los recursos o de los genocidios, que van de la mano del neoliberalismo arrasador. Pero la mayor parte de las personas quieren vivir sin guerras, que se respeten sus derechos y su cultura, que no se apropien de sus recursos, que no les privaticen hasta el agua, disfrutar de una vida digna… Hoy en día moverse por las carreteras es fácil, incluso si te pierdes por caminos de piedras. Encontrarte con un poblado perdido en el norte de Laos, hablar con su gente y tener la sensación de que puedes tocar la luna llena es una manera insuperable de llenarte de la belleza de las personas y de la naturaleza.
¿Qué provocas rodando sola por el mundo?
Extrañeza, admiración o sorpresa… Por eso yo no me canso de repetir que se puede, con un toque aventurero o sin él. “¿Mujer sola?” es la pregunta ganadora. Me la han hecho hombres y mujeres de cualquier lugar. Era muy cómico ver cómo muchas personas se me quedaban observando con caras de asombro. A veces me paraban y me daban la mano, me hacían preguntas con curiosidad, me regalaban fruta o agua o, incluso, me ofrecían dinero. Una vez un hombre joven se quedó mirándome tanto tiempo que se chocó con una farola y toda la fruta que llevaba en una caja se desperdigó por la carretera. ¡Nos reímos un buen rato mientras la recogíamos! En otra ocasión, un hombre en Tailandia me invitó a un té, que yo acepté gustosa. Pero ese té tardaba en llegar y no sabía por qué… ¡Él estaba haciendo tiempo para que mi pareja asomara por la curva! En un hostel de Bangkok con ambiente para compartir cervezas y conversaciones, otro hombre me llamó Indurain. Muchas de las personas que estaban allí conocían al ciclista. Le dije que prefería que me llamara Anna, en recuerdo de Annie Londonderry, mujer ciclista y periodista que vivió hasta 1947 y fue la primera en recorrer el mundo en bicicleta. A ella no la conocía nadie, así se ha portado la historia con nosotras.
¿Cuáles son tus estrategias ante posibles agresiones machistas?
La actitud de defensa, la mirada directa y la posición del cuerpo. Es primordial tener nuestra propia respuesta, que comienza con no reprimirnos ante una situación violenta. Si algún hombre intenta imponernos su voluntad, debemos decir que no, que no nos toque, que no nos dañe. Es necesario enfrentarse a quien nos oprime. También creo que hay que hacerle caso a nuestra intuición de mujer y conocernos a nosotras mismas. Yo soy muy abierta, alegre y viajo con una actitud de respeto y confianza. Creo que transmito seguridad y fuerza. A las puertas de India, se me vino a la cabeza otra estrategia, que consistía en vestirme como un hombre. La deseché: yo me siento mujer y como tal quiero luchar contra el machismo. Las agresiones contra nosotras existen y no por ello nos vamos a quedar encerradas, pero hay que ser conscientes de que, en cualquier momento, se nos puede acercar un agresor y la situación, tornarse peligrosa.
¿Te has visto en alguna de esas?
En las carreteras de Irán, los camioneros, con la excusa de ofrecerme agua o fruta, han intentado besarme y tocarme. Me enfrentaba a ellos, les empujaba y escupía. No me sentía en una situación de peligro real, porque pasaban muchos vehículos y no estaba sola o a oscuras con el agresor. En otra ocasión, en una habitación de hotel, mi posición fue mucho más vulnerable, pero me funcionaba bien la cabeza y era capaz de analizar qué decir y cómo actuar. Conocía un poco a la persona y me defendí con mi cuerpo y mi palabra. Otra anécdota: una noche acampé entre matorrales camino de Dusambe, Tayikistán. Anochecía a las 18:00 y serían cerca de las 22:00 cuando escuché dos “Hello” con voz de hombre. Pensé en quedarme callada para que no descubrieran que estaba sola, pero insistieron. Entonces, les saludé sin salir de la tienda y, amablemente, les dije que estaba cansada y que necesitaba dormir. Se despidieron y se fueron. Podían haberme atacado o robado, pero no todos actúan de manera violenta.
¿Qué hay sobre las alianzas que has hecho en el camino?
Las que más me emocionan son las que he establecido con algunas mujeres de Alemania, China, Myanmar o Irán. Tengo muchísimos recuerdos de todas ellas, de su curiosidad por lo que yo estaba viviendo y de la mía, por conocer sus vidas. Hemos compartido risas, té, comidas y sabiduría. También he conocido viajeras, la mayoría con un compañero, junto a quienes rodé durante días o meses. En Atenas, creé alianzas muy fuertes con mujeres empoderadas. Ir todas juntas, en nuestra diversidad, a la manifestación del 8 de marzo me emocionó. Estamos creando redes hermosas, nos reconocemos y nos enriquecemos unas con otras y, aunque queda mucho por hacer, la sensación de que estamos aquí y de que nunca nos rendiremos es muy potente.
Un viaje así te ha debido de cambiar…
Mucho; ahora soy más sabia, más alegre, más autónoma e independiente y, a la vez, dependiente de las demás. Soy mejor persona, menos consumista, más luchadora. He aprendido a construir mi camino como mujer viajera en bicicleta, a disfrutar del día a día, a no buscar nada que no sea lo que realmente importa y que no le debería faltar a nadie: la comida, un lugar donde descansar y el contacto humano y con la naturaleza. Ahora puedo moverme con total libertad y sin miedos. Siento que no hay barreras, que las únicas son las que construyen los gobiernos y quienes creen en ellos. Avanzar a través de países por una misma, con una libertad plena física y mental, es un regalo que me hecho a mí misma y que nunca olvidaré.
¿Qué es la bici para ti?
Es como una amiga o una compañera que viene conmigo, tanto en mi ciudad como a miles de kilómetros más allá, y me transporta las cosas materiales que necesito. También me permite conocer y disfrutar de la libertad, la naturaleza y las personas. Entre las dos decidimos por dónde movernos y cuándo. La bici abre puertas y cae bien a todo el mundo, porque la usan desde las criaturas hasta las personas con más edad en cualquier sitio del planeta. No contamina y es saludable a rabiar.
¿Hay que ser rica para viajar por el mundo en bici?
¡¡¡Por supuesto que no!!! Todo depende de la manera que viajes. Utilizar una tienda, calentar una rica pasta en el hornillo, compartir habitación o hacer uso de la comunidad warmshower, que ofrece contacto con las personas locales y, muchas veces, alojamiento, lavandería o cocina sin intercambio monetario, es una forma económica y hermosa de viajar. De vez en cuando también es maravilloso darte algún lujo, como una cerveza comprada en una tienda pequeña de barrio y bebértela rodeada entre amistades fugaces o duraderas, sentada en la zona común en un hostel o en medio de una plaza. Me considero una mujer privilegiada porque pude ahorrar dinero, meter buena ropa y material en las alforjas y tener los papeles a punto para moverme por el mundo. Hacer lo que realmente quiero es lo que me hace sentir afortunada y rica.
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