El evangelio según Sumisión City Blues de Sumisión City Blues
Esto salió en marzo. Les ha entrevistado hasta Pablo Cabeza. Están grabando otra vez y el sábado estrenaron temas nuevos en directo. ¿Entonces, a qué viene esto ahora? Pues viene a que cualquier cosa que escriban los Sumisión City Blues, ya sean evangelios, apócrifos o no, biblias de bolsillo, mensajes en los urinarios o listas de la compra, merece un espacio en este blog.
Un artículo de Holden Fiasco en Fiasco Fiasco!
El evangelio según Sumisión City Blues demuestra lo que no cuesta imaginar, que la inspiración no es divina y que, en lo terrenal, se encuentra el espíritu de la música y, por ende, el de la vida que yo, tú, ellos y todos mis compañeros vivimos a nuestro ritmo, sin darnos cuenta, a veces, que tiene tanto de maravillosa como de puñetera. Pues a eso le han puesto música los Sumisión City Blues.
Hasta en el origen, en su raíz, es éste un disco que renuncia a definiciones y contornos, se salta los tornos como los inspectores de homicidios persiguiendo al sospecho por el metro de Nueva York. ¿Es un disco nuevo? ¿Un recopilatorio? ¿Tiene dos partes? ¿Una? ¿Ninguna? ¿Por qué? ¿Y a quién demonios le importa? Cierto es que las primeras cinco canciones son nuevas, y se nota. Cierto que las catorce que faltan ya fueron grabadas antes. Y se nota. Se nota que hay soldadura, que todo está articulado, que las cinco primeras no nacieron por obra del Espíritu Santo, sin concurso de varón, no, vienen de lo que se hizo antes, y hay soldadura, proceso, evolución. Sumisión City Blues han creado su propia tradición, una visión particular: sus canciones están empapadas en ácido nucleico, que contiene una genética propia, reconocible, cadenciosa.
Es en esas catorce canciones que recogen el genoma de esta banda donde descubres todo, hasta lo más primordial y enigmático, el misterio de la Santísima Trinidad. Sigue el rastro del bajo y la batería en el ritmo desquiciado de «Angelines»: bingo, ¿lo has visto? Lo mismo en «El Rey». El bajo juguetea, las guitarras festonean y Pela enuncia. El saxo trae la cordura enloquecida. Otro ritmo imperativo en «Charco de luz», pero hay más: esa línea argumental que puede estar sujeta a algo concreto, pero también se ausenta, se hace símbolo. Las tonalidades en los estribillos. Una canción ponderada, combada pero proporcionada. Igual que los poco más de dos minutos de «Viento del Norte». No hay cortes, ni de donde recortar. Todo en su sitio y en su momento. Sitios y momentos. Lugares y espacios. Más allá de ellos; otro elemento en esta tabla periódica. No es Gasteiz, es San Francisco a finales de los 60. Escucha «No hay paz en la miseria». Viaja. El funk sin bisutería, como en «Sumisión City Blues, Premio Nobel de la Paz». Con wah wah en «¿Encontraste a Miss Jackson?» Isaac Hayes echa la pota en la esquina de un cantón. James Brown le apunta con el dedo y le da con el codo a Fermín mientras se ríe: «Pringao», murmura. Bailemos en «Mentira», mientras Pela te resume en una línea su estilo genuino y tajante: «Huele a mentira, sabe a mentira, es mentira».
A cada sílaba le arranca la piel y la escupe de vuelta. En «Mi nena» hace que una vocal gemida diga más que toda la semántica en fila india. «Sueños de alta traición» también parece un viaje en el tiempo, a la sintonía de una comedia de situación en la televisión norteamericana de los 80. Y vuelta al tiempo presente para rebuscar en las tinieblas. Aprovechan el «Artzai Ona» de Zuloak para quedarse entre los Blues Brothers y los Negu Gorriak de Borreroak Baditu Milaka Aurpegi y rastrear los abismos de sus entrañas. El country pervertido y efectivo de «Las víctimas de Chacal». Power pop sin concesiones en «Suicida I&II»: guitarras esponjosas, ritmo encabritado, estribillo natural, entre Dan Baird y The Go-Betweens, sencilla, aparente, cautivadora. A los 2:45, parón, y entra la segunda parte. Pela recita, guitarras evocadoras y expectantes. Poesía de venas abiertas y heridas sangrantes. ¿Qué pasó? ¿Qué le pasó a Ted Kaczynski en Harvard?
Si necesitáramos un puente para cruzar entre estas trece y las cinco nuevas, elegiría «Mi crvcifixión». Sus cuatro minutos y veintisiete segundos de ritmo linear y trotón parecen la fundación de las cinco canciones nuevas y la fundición de lo que vino antes. Ese ritmo te atrapa y la canción acaba por hipnotizarte. Pero hay profundidad y exigencia: solidez estructural en el legato de la música y el estacato de las líneas en versos puntiagudos, cosidos por rimas rotundas. No se queman los puentes, se cruzan. Y así pasamos a lo nuevo, grabado en los estudios Malamuerte, evitando el repelente del volumen, y consiguiendo que el sonido quede puro, como esas canciones rectas, graduales y expansivas. Vamos a explicarlo aunque nos perdamos:
«Saben todo de ti» para abrir es un alegato a la independencia: se la sopla lo que convenga, lo que digan las convenciones. Libro de estilo y manuales, a la hoguera. A medio camino entre los Rolling Stones y Rainer Ptacek, en directo, cuando la cantan, parecen una cuadrilla que ha terminado de gaupasa en un descampado, ajenos al día, perpetuando la alegría y la melancolía. Las letras, como siempre, entre la poesía y la conversación de bar, dejando espacio para la interpretación y, sobre todo, para la trascendencia. Lo hemos visto antes, repasando su historia, así que quizás ahora, en la siguiente, que se titula, precisamente, «Historia de Sumisión City Blues. Capítulo Final», no sorprende cómo abren el camino batería y bajo, arrastrando un ritmo irresistible y embaucador. Entran luego las guitarras y el piano. Pela lo hace a los 38 segundos. Suena a rock and roll clásico con escenografía autóctona: la música retumba desde una radio portátil en un tugurio de puertas de aluminio barato, alicatado tras las botellas de coñac, con fotografías del Aurrerá de Pruden «Bala Roja» y de la hija del dueño, café en vaso ancho y otro cliente solo, en la esquina del fondo, bebiendo mistela a sorbos.
La letra entra como viento fresco en el mediodía del desierto. El contraste entre la letra y la música como única geografía. Otra poesía de líneas escurridizas que descubren incómodas verdades sin decírtelas, reclamando tu implicación. Sin pausa, sin saltos, sin costuras: cinco minutos de magia que necesita deglutirse varias veces para entenderla del todo. Más aún cuando se termina sin resolverla, se va yendo: si quieres vuelve y sigue tú mismo. «Mundo mejor» es tormento y resolución desde las primeras notas. Pela en su apogeo, se recrea en los pronombres, embadurna el estribillo de sátira lúcida. La guitarra duele, suena a grilletes, crujen los huesos. La misa abierta con hammond en «La besé», donde las guitarras tienen ese swing tan típico de Sumisión City Blues y Pela cuenta la historia sin concesiones. Coros, con Toni Metralla echando un cable, que ayudan a lacrar el estribillo. A los dos minutos y medio, los teclados y la batería se dispersan con alegría. Otra historia en la que los pronombres no denotan, permiten que todo sea posible en esa jungla urbana de imágenes poderosas y certezas lacerantes. Y «No pensaba en ti»: guitarras impulsivas y la letra elusiva, polirritmia y armonías en salazón. El bajo por debajo suena como si alguien estuviera tirando la puerta abajo, a patadas.
La música de Sumisión City Blues es somática, como un estado de ánimo hecho carne, una intriga puesta en notas. ¿Qué hay en este álbum? Ya lo he intentado explicar. He utilizado hasta nombres propios, aunque jugando a la ficción. ¿Quieres más? Eddie Hazel, Ted Nugent, Sly & The Family Stone, NCC y The New Christs. Qué más da la lista de nombres o de ingredientes, si probablemente no mezclen ninguno de esos. Sumisión y City y Blues, con unas gotas de sudor y rabia, todo bien batido por las ostias que vas recibiendo mientras caminas por la calle. Eso hacen. Hacen canciones. Buenas canciones que reclaman que el que las oye las oiga, las acabe de formar. Son lineales, con ritmos que se instalan en la cabeza y en las caderas, colmados con letras con sustancia, escurridizas y vehementes. No tienes que creerles, tienes que escucharles. Tienes que escuchar esa voz en tu interior a la que apagan los estruendos del exterior. No es un evangelio, pero lo es.
Ya ves, demasiado enfermo… voy a ir diluyéndome…
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