Hambre de derechos
Empiezan a encenderse las luces de Navidad y con ellas las luces del asistencialismo. Es temporada de campañas de recogida de supuestos alimentos para que, en teoría, quienes menos tienen pasen unas navidades con menos necesidades.
En estos momentos, y antes de que el buen corazón que llevamos dentro se deje llevar, toca hacerse algunas preguntas:
¿Quién se alimenta realmente con este tipo de campañas?
¿Quién gana apelando al buen corazón y la buena voluntad de quienes consumen el consumo como herramienta de asistencia?
¿Por qué en un país supuestamente desarrollado son necesarias este tipo de campañas para alimentarnos?
¿En qué momento pasamos a consumir asistencialismo y a olvidar los derechos, comenzando por el derecho a la alimentación y nutrición adecuadas?
Cuando miremos las recogidas y los repartos pensemos y cuestionemos cuánto de lo que hay ahí refuerza o limita el derecho a decidir de quienes lo reciben, a decidir cómo alimentarse, a decidir ingerir alimentos y no meros productos comestibles. A decidir decir no a un modelo que solo alimenta la desigualdad de la que son sufridoras, desigualdad imprescindible para que el propio modelo perdure.
Es importante plantearnos en qué papel nos colocan y nos colocamos en esta rueda y sobre todo imaginemos con qué alegría recibiríamos y nos comeríamos cada una de nosotras un lote con arroz, unas latas de atún y alguna legumbre sin acompañarlo de ningún producto fresco, sintiendo además que tenemos que dar gracias por tanta solidaridad.
Pensemos cómo nos sentiríamos si nuestra alimentación se basase en recibir tarjetas para gastar en productos a punto de caducar o en las sobras que nadie quiere comerse. Como ejemplo, vemos que, según los datos del Banco de Alimentos de Gipuzkoa, en 2023 47 Toneladas de su producto repartido vinieron directamente del vertedero. Esa es para muchas personas, cada vez más, su realidad diaria. Pensemos también quién se hace cada vez más presente y cada vez más ausente en estos modelos de asistencialismo alimentario.
Cada vez más escuchamos, mientras se incentiva el consumismo, la narrativa del desperdicio alimentario y se normaliza que ese desperdicio debe ser resuelto y dirigido hacia las personas empobrecidas, sin ningún criterio más que el de resolver las matemáticas del sistema y sin tomar en cuenta enfoques que coloquen vidas dignas en el centro.
Veamos en manos de quién ponemos algo tan básico como el derecho a la alimentación y en todos los Nortes y Sures que lo rodean.
Pensemos también en estas fechas dónde quedan en este engranaje las personas baserritarras, quienes trabajan día a día con la tierra para alimentarnos, y que deberían ser algo más que adornos en un Belén o figuras teñidas de sepia en fotos del pasado y en qué necesitamos para que el derecho a la alimentación y nutrición adecuada no sea un elemento excepcional sino algo básico garantizado desde lo público-comunitario y no desde el voluntariado y el voluntarismo social.
Toca cuestionarse si este tipo de acciones como las grandes recogidas, no sirven si no para afianzar un modelo agroalimentario desigual, hacernos dependientes de las grandes corporaciones agroalimentarias, contribuir a la privatización de nuestros derechos y de paso lavar algunas conciencias. Son tiempos de crisis múltiples y de hambre de derechos.
Isa Álvarez Vispo
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