La historia la escribe el pueblo
El día 1 de junio, las máximas autoridades españolas inauguraron en Gasteiz el que ellas llaman Centro Memorial para las Víctimas del Terrorismo. Nombre fingido con el que intentan repetir una vieja costumbre: organizar guerras y, cuando no consiguen terminarlas, las dan por concluidas contándolas como ganadas.
En el caso que nos ocupa, el Estado español está empeñado en “pacificar” Euskal Herria a la que siempre mira con recelo. No le falta razón. Tenemos rasgos que no le gustan y reivindicaciones que no consigue acallar: amamos nuestra lengua, nuestras costumbres, nuestra tierra y, sobre todo, nuestra soberanía. No nos sentimos ni españoles ni franceses, aunque ambos Estados han derrochado dinero, empeños y atropellos para reducirnos y asimilarnos. Ahora inauguran ese museo para decir, una vez más, que los rebeldes vascones han sido doblegados. Relato tendencioso de buenos (ellos) y de malos (nosotros) que hace agua por los cuatro costados. El museo exhibe algunas armas de ETA pero oculta las muchas que sus policías y militares utilizan en su intento por doblegarnos; reconstruye el zulo donde estuvo encerrado Ortega Lara y esconde las siniestras celdas en las que han encarcelado durante años a generosas patriotas vascas.
El día de la inauguración, un sector de la ciudadanía nos hicimos presentes en las cercanías para exigir que el nuevo museo recuerde también la violencia practicada por el Estado. En 1976 la policía mató en Gasteiz a cinco trabajadores e hirió a ciento cincuenta más; muy cerca del museo estaba ubicada la comisaría de la policía nacional en la que cientos de personas fueron golpeadas y torturadas. Nada de eso se cuenta en esta historia falseada que tratan de vender.
Seguramente la Corona estará muy satisfecha con el relato que cuenta el nuevo museo, dando por hecho que lo vamos a aceptar. No escarmientan. Cuando los fascistas dieron por concluido el golpe militar de 1936, sembraron la Península de Monumentos a los Caídos por Dios y por España; construcciones que sólo recordaban a los muertos de un lado. Gasteiz no se libró de aquella plaga: uno de aquellos monumentos fue levantado a escasos metros del citado museo. Muchos recursos de aquel relato tendencioso –como aquella cruz- han desaparecido. Otros han sido modificados para recoger los nombres de todas las víctimas. Algunos, han sido vaciados de contenido: la Cruz de Cuelgamuros ya no guarda a sus pies los restos del dictador; Iruña debate qué hacer con el Monumento a los Caídos. Simultáneamente, se van desenterrando fosas ocultas de republicanos asesinados en las cunetas y se levantan Parques de la Memoria como el de Sartaguda.
El nuevo empeño de levantar un costoso museo para que España cuente lo que ocurre en Euskal Herria también está condenado al fracaso. Lo inauguró el Rey, acompañado del actual Presidente. El Lehendakari de los vascos y el Alcalde de la ciudad fueron convidados de piedra en un programa organizado por Madrid. Las calles y plazas repletas de policías al servicio de la Metrópoli evidenciaban que se trataba de una imposición colonial. El empeño por legitimar la colonización de Euskal Herria con el dicho museo correrá la misma suerte que los anteriores monumentos a los caídos por Dios y por España. Nuestro pueblo ya está elaborando su propia historia y esa será la que prevalezca.
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