«Una nueva gamazada» -Jesús Valencia-
Eran los años finales del s. XIX y no corrían buenos tiempos en nuestra querida Euskal Herria. Neutralizados por el ejército español dos alzamientos populares, buena parte de la juventud vasca se hallaba huida, la miseria instalada con carta de ciudadanía y la moral de las gentes resquebrajada. Nuestros derechos ancestrales habían sido abolidos y los sucesivos gobiernos imponían a su antojo desde Madrid nuevas exigencias de sometimiento.
En mayo de 1893, un tal Germán Gamazo, a la sazón ministro de hacienda español, quiso cercenar mediante decreto los últimos vestigios de nuestra foralidad tributaria. Fue la gota que colmó el vaso. La dignidad de nuestro pueblo se mantenía maltrecha pero viva y la ciudadanía vasca, sobre todo en Navarra, reaccionó con vehemencia. Estaba harta de ultrajes y no soportaba tanta humillación. Instituciones y pueblo se unieron en ejemplar rebeldía; recogieron firmas, ocuparon calles, quemaron la bandera española y, a los sones del Gernikako arbola, los vascos se unían mientras la llama de la rebeldía se avivaba.
Han pasado de esto más de cien años y, curiosidades de la vida, nuestra sociedad parece dispuesta a protagonizar una segunda gamazada. El 8 de marzo de este año marcó una jornada muy especial. Los diferentes corrientes del feminismo confluyeron en una reivindicación colectiva que fue mucho más que una huelga general. Mujeres de todas las edades se lanzaron a la calle dispuestas a combatir al machismo y a cambiar, de arriba abajo, una sociedad rabiosamente patriarcal. Se reivindicaron agentes de un modelo de convivencia marcado por el respeto, la soberanía y la igualdad.
Tras el levantamiento feminista llegó la hora del pensionariado, una franja social especialmente empobrecida. Al expolio se une la mofa de esas cartas oficiales e injuriosas con las que se les anuncia un incremento del 0,25 por ciento en sus pensiones. Hombres, y sobre todo mujeres esquilmadas, cambiaron sus gimoteos por denuncias, se lanzaron a las calles y no tienen intención de regresar a sus inútiles lamentaciones. Anuncian que seguirán en la pelea el tiempo que sea necesario. Advierten que no darán por buenas las cuatro migajas que les ofrezcan los respectivos gobiernos. Ponen su listón muy alto: asegurar unas pensiones que les permitan vivir con dignidad.
La tarde del 14 de abril, Iruña fue punto obligado en el que confluimos cincuenta mil personas. Personas de toda Euskal Herria y solidarias llegadas de otras tierras, repletamos la capital del viejo Reino para decir: “hasta aquí hemos llegado”. Por encima de siglas y etiquetas, nos unimos gentes de muchos colores porque estamos hartas de soportar una política ciega y una justicia adulterada. Los familiares de los jóvenes encausados apreciaron en la repleta Plaza del Castillo un desbordamiento de dignidad ciudadana. No les faltaba razón.
Germán Gamazo, unos meses más tarde, presentó su dimisión. En ese tiempos, el verbo dimitir no se conjuga. Pero varios ministros han tenido que comparecer intentando neutralizar el impacto de Iruñea. Lo ocurrido aquella tarde se parece bastante a una nueva gamazada.
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