«Un pueblo llamado coraje» – Jesús Valencia-
Me refiero a Venezuela. Pueblo que ocupa hoy páginas centrales en la información mundial y que bien merece esta pequeña reflexión.
Hace más de veinte años que un líder indiscutible, Hugo Chávez, encabezó la llamada revolución bolivariana. Recogía el nombre y el espíritu de Simón Bolívar, libertador de las Américas a lo largo del s. XIX. El pensamiento y la espada de aquel Simón, oriundo de Euskal Herria, ahuyentaron a los conquistadores españoles y gestaron un continente nuevo conformado por naciones independientes y soberanas.
La revolución reciente, la encabeza por Hugo Chávez, fue acosada desde el mismo día de su nacimiento. Los nuevos colonialistas – el imperialismo yanki y sus incontables colaboradores – se sintieron amenazados. No podían tolerar que un pueblo desarrapado y maltrecho tomase el timón de su historia y la gestión de sus incontables recursos. Hace ya veinte años que el capitalismo se propuso ahogar la revolución bolivariana que antes dirigiera Chávez y ahora Nicolás Maduro. En sucesivas conspiraciones – la de ahora es la quinta- intentaron ahogar la revolución, matar a sus líderes y doblegar al pueblo que la promueve.
Como en muchos otros episodios de la dominación mundial, los capitalistas están intentando reducir al pueblo venezolano por medio del hambre. Que la población sufra estrecheces para que abandone a su líder y regrese al camino del confortable sometimiento. Ahora es Trump quien ofrece migajas humanitarias a la misma población a la que le está negando el pan y la sal. Pero el arma de la carestía no ha conseguido los resultados apetecidos. ¿Cómo se explica que un pueblo en precario le plante cara a quien le ofrece las supuestas ayudas humanitarias?
No estamos hablando de un pueblo cualquiera. El pueblo venezolano guarda memoria viva del despojo al que le sometieron las oligarquías locales y el capitalismo mundial. Le tocó miserear en los campos y, sobre todo, en las barriadas suburbanas. Sus pequeños ranchitos de lata iban cubriendo los cerros que rodean las grandes ciudades. Carecían de alcantarillado, de servicio de agua, de transporte; los centros sanitarios y escolares les quedaban muy lejos; sus trabajos mal pagados quedaban muy distantes de sus escarpadas casuchas. Y, sobre todo, veían cómo las burguesías locales los trataban con infinito desprecio: no tenían nada y, lo que es peor, no eran nadie.
Hasta que Hugo Chávez les invitó a formar parte de la revolución bolivariana. Desde aquel día, se sintieron tomados en cuenta. De ser escoria pasaron a ser a ser tratados como personas. Se descubrieron como pueblo, se organizaron como revolucionarios y comenzaron a beneficiarse de los bienes colectivos que les pertenecen.
Cuando el capitalismo secuestro a Chávez el año 2002, gigantescas avalanchas humanas bajaron de los cerros; el pobrerío invadió la ciudad y rescató a su líder. Aquel día experimentaron el poder que tenían y, desde entonces, se consideran sujeto político, fuerza emergente, vanguardia de un cambio imprescindible. Ahora Trump les castiga con hambrunas y les amenaza con guerras pero una gran parte del pueblo venezolano le planta cara. ¿Qué ha ocurrido para que demuestren semejante coraje? Algo tan sencillo como importante. Desprecian las migajas que les regala el gringo porque son ellos los dueños de las riquezas que éste les quiere robar. Han recuperado su dignidad y no aceptan la vuelta a la esclavitud.
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