“Todos hemos nacido en otro sitio” -Imanol Olabarria-
Bueno, todos, todos… No.
Menos los vitorianos VTV, los vitorianos de toda la vida, y los bilbaínos que nacen y viven donde quieren. Aparte de los incluidos en estos dos grupos, creo que nadie se salva de haber nacido en otro sitio.
Yo mismo que nací en Araba en plena guerra civil, y por ello con tan solo cuatro años, junto con mis padres inicié un particular éxodo del que no sé donde tendrá su final.
Memorizo hasta nueve lugares distintos donde me asenté, siendo otros tantos motivos los que me guiaron o empujaron en ese transitar, estudios, búsqueda de empleo, opciones sociales, huida y búsqueda de seguridad, afectividad y sus añadidos, y hasta el peso de los años y sus imperativos.
La opinión generalizada, entre los estudiosos del tema de la evolución de la especie humana, es que ésta apareció en África y fue extendiéndose a lo largo y ancho del mundo durante centenares de miles de años, en grandes migraciones grupales, y que la migración constituye una constante de la condición humana.
Hoy, siglo XXI el pensamiento occidental describe a la clase humana como una especie sedentaria, y la migración como un fenómeno puntual, excepcional y hasta patológico.
Creo que los términos “patológico”, “anormal”, y “minoritario”, responden a conclusiones de intereses ocultos e inconfesables de un Norte, Occidente, enriquecido y satisfecho, opuesto a las políticas de igualdad, y un pensamiento miope y chauvinista de nuestro primer mundo, y al que le concedemos un valor universal.
Pensamiento que nació ayer con la industrialización, la implantación de las fronteras y los Estados-Nación que, necesitados de mano de obra-fija, de forma coactiva cortaron la libre circulación de las personas, suprimiendo la propiedad colectiva e imponiendo la propiedad privada.
Pensamiento, que nació en un Norte hoy enriquecido por el uso sistemático de la guerra y la rapiña. Un sedentarismo que casa perfectamente con la privatización de la tierra y la negación de la función social de la misma. Es el rico, quien con su riqueza crea al ladrón y luego impone un orden, hace la Ley contra los ladrones a favor de la propiedad privada, la suya.
Nunca antes hubo tan pocos tan ricos, ni tantos tan pobres. El 1% de la Humanidad, acapara tanto poder y riqueza como el 99%, volviendo tras más de cien años de democracia, a los niveles de desigualdad de la gran depresión, de los años treinta del siglo pasado.
Tan solo entre los años 2014 y 2016, sesenta millones de personas han emprendido un éxodo forzoso abandonando sus tierras, espacios, y hasta continentes…, dato sin otro parangón desde la Segunda Guerra Mundial, y es el Norte su principal responsable y beneficiario. Pertenecemos a una sociedad, la del Norte, la del Hombre Blanco, Cristiano y Demócrata, que tiene en la Industria Militar, (industria de la muerte) su principal fuente de avances técnicos. ¡Hubo en el tiempo mayor obscenidad!
No es la impotencia ni los fallos humanos los que explican esta hecatombe. Es algo diseñado, perseguido y celebrado por los grandes del mundo. Hoy la desigualdad, el “desorden establecido”, mata más que la misma guerra.
Y si los “beneficiarios” del mismo solo vemos, lo que queremos ver y nos negamos a desvendar nuestros ojos, más pronto que tarde, vendrán más días malos y nos quedaremos ciegos.
Hemos de cuestionar nuestro pensamiento consumista, y achicar nuestros niveles de vida, optando política y socialmente por la sobriedad.
“Que los países que bombardean, acojan a los desplazados”, decía una viñeta de un conocido, Y yo añadiría que los países implicados en la producción y compra-venta de armas acojamos a los desplazados.
Una canción conocida de comienzos del S.XX decía: “Nadie tiene derecho a sentarse a la mesa, si todos no tienen reservado un asiento en la misma”.
Y una mujer en la asamblea conjunta de la iglesia de San Francisco en la Huelga del 3 de marzo, hace 41 años, nos recordaba: “Alimenta más una sopa de ajo comida en grupo, que la chuleta comida a escondidas”.
Para finalizar un poema del poeta malagueño, Paco Doblas, titulado “LA NUEVA CASA”. Y dice:
Habrá que derribar tanto ladrillo inútil
limpiar el solar de tanto escombro
y construir en él la nueva casa.
Un techo sin paredes donde quepamos todos
hecha de indignación y de esperanza.
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