Seamos maleza
Las ramas acumuladas en el pequeño y reboltoso cauce del arroyo renacido en medio de la nieve
helada se agitan al paso. La convulsión de este montón de material inerte sorprende al ser andante
que se acerca a observar el fenómeno. Examina fijamente la maraña de colores grisáceos y
parduscos que respira alerta. Sobresalen dos puntos brillantes cuya mirada dilatada se fija pavorosa
en el intruso. El pelaje enramado se expande mientras echa el cuerpo hacia atrás con las patas
delanteras fijadas en la tierra. En un segundo se incorpora rápidamente dándose la vuelta para, en un
tris, salir despavorida monte arriba hasta que su exuberante cola se va desdibujando en la maleza.
La maleza, palabra maldita que abunda en mendialdea. Masa vegetal poco apreciada por su
irrefrenable tendencia al caos, con la que no se puede hacer negocio porque se resiste a ser roturada
y no guarda la estética sumisa y categórica preceptiva de la línea recta. Maleza que esconde al
retoño de las inclemencias externas, a la mujer que huye de su perseguidor, al animal de su
predador, a la zorra del intruso. Maleza acogedora de voluntades emancipadoras que se superponen
sobre sí mismas para poder rodar por caminos marcados en su empeño transformador.
Caminos que atraviesan mendialdea, se van ramificando por los diferentes espacios y pueblos de
Euskal Herria y hacen parada en Aramaio. Llegan ansiosos por ver nacer al agroecofeminismo, vista
la necesidad de dar contestación a los proyectos ecocidas que pretenden expoliar los montes y las
tierras de labor, asfixiando a los pueblos que resisten al poder centralizador de lo urbano. Y llegan
cargados de mujeres dispuestas a levantar la voz y defender lo que queda de vivible. Dispuestas a
salir de la maleza y recorrer las calles encementadas para preñar de sobrados motivos a las demás
mujeres luchadoras en la lucha extensa, también, del cuidado a la naturaleza. Una vuelta a los
orígenes que nos ligan a la tierra que nos sustenta, tierra que nos ha parido y que nos da la identidad
como territorio.
No hay ochos de marzo que celebrar. Tenemos todos los días para luchar enfrentándonos a
corporaciones y administraciones que se benefician por igual de destruir las bases que sujetan la
vida. Y esta lucha no sólo es de las mujeres que habitamos los pueblos. La lucha por la identidad
propia pasa inevitablemente por la lucha en defensa del territorio, la colectividad y los bienes
comunales. Revolucionar los cuidados, pasa por la férrea protección de la naturaleza. Nuestras
hermanas del sur global siempre lo han tenido claro. La lucha exclusiva por las identidades
individuales lleva a caminos encontrados sin nexo de unión que permita la acumulación de fuerzas,
tan necesarias en estos momentos.
La individualidad nos paraliza, nos desconecta de las personas que enfrentan las mismas losas y
nos desliga de la raíz, convirtiéndonos en un árbol sin bosque al que no hace falta derrumbarlo
porque se cae por su propio peso. Así nos quieren, débiles y enfrentadas, con los mismos sueños de
las élites. Es hora de construir nuestros sueños, de defender lo propio, desde la inmensa diversidad
de ser. Por eso, el día 20 de mayo también es un ocho de marzo. Manifestación nacional en Gasteiz.
Mujeres de pueblo, mujeres de ciudad, diverses todes, seamos maleza.
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