Quién me ha robado el mes de abril
Se preguntaba Sabina en la canción quién le había robado el mes de abril. Este mes (y el mes anterior) que muchas hemos pasado de manera lenta en nuestras casas y otras han pasado con preocupación en sus puestos de trabajo, es una pregunta que seguramente nos hemos hecho varias veces en todo este tiempo.
Y aunque la respuesta pudiera parecer simple, en realidad no lo es tanto. Las dificultades que estamos afrontando en todo el planeta requieren de una respuesta compleja, o al menos multidimensional. El mes de abril no nos lo ha robado el coronavirus, sino el cómo nos hemos preparado como sociedad para llegar a una situación como ésta.
La oleada privatizadora que hemos vivido en los últimos años, magnificada por la crisis del 2008 ha tenido mucho que ver. Hemos visto como se han privatizado servicios esenciales o como se han producido recortes en dichos servicios: educación, salud, servicios sociales de base, cuidado de personas mayores, etc. Estas privatizaciones y estos recortes nos han hecho enfrentar esta situación desde una posición de salida precaria, con escasos recursos, con servicios de calidad mermada y con falta de planificación. Venimos de una trayectoria en la que se ha antepuesto el beneficio económico al cuidado y sostenimiento de la vida y el resultado no hace falta que lo describa porque es lo que estamos viviendo ahora. No es atrevido afirmar que si el punto de salida hubiera sido diferente, el número de muertes asociadas al coronavirus en nuestro país, sería menor.
Pero la crisis sanitaria actual no es el único prisma desde el que analizar la extrema vulnerabilidad de nuestras vidas. Si algo reafirma esta crisis es la necesidad de una transición socio-ecológica que algunas voces, cada vez más, venimos reclamando desde hace tiempo. Todo indica que el origen de esta pandemia, o de otras que podrían llegar, está asociado a la pérdida de biodiversidad y a la crisis climática. Luchar contra el cambio climático y la pérdida de biodiversidad no sólo ayuda a la naturaleza, sino también a la salud humana. La presión que la economía y nuestros hábitos de vida y de consumo ejercen sobre los ecosistemas los merman y destrozan, disminuyendo su capacidad de resiliencia y, por extensión, la nuestra propia. El principio ecofeminista de la ecodependecia ha quedado sobradamente en evidencia con esta crisis.
Una vez se pase la fase más aguda de la pandemia, vendrá la de reajustar la cotidianeidad y se nos pedirá que nos “abrochemos los cinturones”. Parece que cada vez estamos más cerca de este momento. Ahora que tanto hemos hablado de curvas, será este un momento crucial para ver si también aprovechamos la oportunidad para repensarnos y “aplanamos” también la curva de la huella ecológica y la emergencia climática y vamos acercando esa curva a la biocapacidad del planeta. Será el momento de ver si hemos aprendido la lección y somos capaces de caminar hacia otro horizonte. Y será el momento también de la movilización social para que este “arrimar el hombro” no sea un cheque en blanco para seguir aplicando políticas neoliberales que vulneran la vida, sino para asegurar se haga en clave de justicia social y justicia climática, para que se haga en clave de lo que algunas ya llaman “estado del ecobienestar”.
El ejemplo de crisis anteriores nos lo ha demostrado. En el nombre de un bien común, se nos pide que nos apretemos el cinturón las mismas y nos lo apretemos para lo mismo. Y yo, no me aprieto más el cinturón para eso. Yo, a lo que estoy dispuesta es a arremangarme la camisa, los pantalones y lo que haga falta, para transitar caminos nuevos que de verdad velen por el sostenimiento y cuidado de la vida, para seguir alimentado a las redes comunitarias como Batera, que nos han puesto algo de color en estos días grises.
Cuando un niño nos pregunta donde vive cualquier animal, como por ejemplo un lobo, un elefante, una ardilla… La respuesta de la persona adulta raramente se refiere a la madriguera, sino que le indicamos cuál es el ecosistema en el que habita. Hoy 22 de abril, en medio de este mes de abril que se nos ha robado, se celebra el día internacional de la Tierra. De la Tierra, de la pachamama, de ama lurra… de algo a lo que todas las culturas se han referido con nombre propio. Ahora que hemos conocido mejor que nunca los límites de las paredes que nos encierran, este día, esta crisis, nos da una nueva oportunidad para reconocernos parte de los ecosistemas que habitamos, para reconectarnos con nuestra patria grande, o mejor dicho, con nuestra matria.
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