¿Quién dijo que no hay futuro?
No quiero hablar del virus, prefiero hablar de las personas. No quiero remover el
pesimismo, prefiero hurgar en la esperanza. No negaré la existencia de un grave
problema sanitario, económico y social, pero destacaré lo que nos abre horizontes de
futuro.
La maldita pandemia nos ha obligado a enfrentar en toda su crudeza nuestra frágil
condición humana y a sacar importantes conclusiones; así, hemos recordado que
somos una sociedad más vulnerable de lo que nos imaginábamos y menos poderosa de
lo que suponíamos. El riesgo cercano de morir infectados nos ha recordado la
caducidad de nuestra existencia y la inevitable realidad de que somos efímeros. La
muerte de personas cercanas nos ha llevado a recordar y valorar las relaciones que
manutuvimos con ellas; de algún modo, formaban parte de nuestra vida y su marcha ha
supuesto un desgarrón. La violenta sacudida del virus nos ha sacado de nuestras
rutinas sin pensarlo; y, sin dramatizar, hemos relativizado muchos comportamientos
personales y celebraciones sociales que nos parecían imprescindibles. El obligado
confinamiento nos ha sumergido en lo más profundo de nuestra existencia; nos ha
permitido ver muchas películas delante del televisor pero también rebobinar la película
de nuestras propias vidas.
Nos ha llevado a valorar más que nunca las muchas cosas que conforman nuestra
historia diaria y a las que no les dábamos la importancia que se merecen: la luz del sol
y el aire fresco, los árboles y las flores, el canto del pájaro y la sonrisa del niño, la buena
relación con la pareja y la llamada telefónica de un familiar. Esta experiencia
amenazante, también nos ha llevado a reclamar y defender los elementos que
constituyen la infraestructura en la que nos sustentamos: la seguridad de un trabajo
estable y bien remunerado, la garantía de una pensión digna, los servicios sociales bien
gestionados y públicos.
Una reflexión sobre todos estos elementos estructurales nos ha permitido sacar dos
conclusiones: que existen enormes desigualdades en el disfrute de los bienes sociales y
que hay intolerables deficiencias en su gestión. La primera de ellas debiera de
intensificar nuestra solidaridad y la segunda, nuestro compromiso. No podemos
disfrutar plácidamente de los recursos colectivos si no llegan a todos por igual. Y no
podemos permitir que se gestionen de forma mezquina si hacemos prevalecer los
intereses privados sobre los comunes. No sabemos cuánto tiempo viviremos pero la
vida post pandemia debiera de estar bien planteada: luchar sin descanso por un mundo
igualitario y justo. ¿Habrá futuro? Claro que sí, pero sólo si invertimos nuestras
capacidades y energías en esta apasionante tarea. Pues manos a la obra.
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