No somos enfermos, nos ponen enfermos
EL pasado 29 de Marzo, Antonio Altarriba con su novela gráfica “YO, LOCO” obtenía el premio Angulema Tournesol.
Me sonaba su nombre pero desconocía totalmente su producción literaria. Picado en mi curiosidad y atraído por el personaje recurrí a diversas fuentes. Descubrí que ya, en 2010, escribió “EL ARTE DE VOLAR”, dedicado a su padre, obra literaria que marcó un antes y un después en la novela gráfica.
En 2014 escribió “YO, ASESINO”, donde trabaja con las identidades psicológicas enfermas, y un par de años más tarde irrumpe con una nueva novela gráfica, “EL ALA ROTA”, en la que recuerda y cumple con su madre, erigiéndose como todo un clásico en el género.
En el “YO, LOCO”, su obra reciente descubre la conspiración de la Industria Farmacéutica, entregada al diseño, y registro de nuevas enfermedades, para cuyo posterior tratamiento ya ha invertido ingentes sumas de dinero. Relata que a finales de la Segunda Guerra Mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS), reconocía un total de 26 enfermedades mentales, y que hoy se acercan a las 400.
Es cierto que estamos en un mundo cada vez más desigual, y donde los conflictos y el malestar presentan nuevas caras y en las que psicólogos y psiquiatras trabajan en su localización y diagnóstico.
Altarriba en su “YO, LOCO”, insinúa, sugiere la locura como algo cultural, social, político, y por tanto histórico y cambiante, que varía en su contenido a la par que la moral, la ética, la religión, sin olvidar la economía, poder fáctico.
El cerebro, sede de nuestro gobierno con una determinada visión del mundo y nuestro papel en él se tambalea, y nuestras neuronas sensibles a los cambios, muchas veces inducidos, a lo temible, a lo deseable, a lo justo, a lo inmoral, nos descolocan cuando no nos ponen enfermos.
Cómo no sospechar que haya ocultos intereses inconfesables en la industria de la salud, cuando uno recuerda que en enero de 2017 Le Monde Diplomatique y el semanario inglés The Economist denunciaban que en un seguimiento de los ensayos clínicos y protocolos de empresas farmacéuticas publicitados observaban falsedades sobre los resultados obtenidos, y que los dos gigantes de la industria farmacéutica norteamericana Sanofi y Novartis, junto con el Instituto Nacional del Cáncer, eran sus principales infractores.
Una parte de las nuevas enfermedades mentales tienen su raíz en el orden civil, político y económico. No somos enfermos, nos ponen enfermos sus políticas laborales, sanitarias, los códigos penales, la ley mordaza y un derecho de propiedad sin topes que aboca a la precariedad de la vida misma.
Recuerdo a Guillermo Renduelles, psiquiatra asturiano, cuando afirmaba hace ocho años atrás, que en tiempo de crisis, trabajar…, comportarse civilizadamente…, y descansar…, era cada vez más difícil al margen de los ansiolíticos.
- ¿Cómo comportarse, qué decir cuando el negocio de la vivienda nos lleva al sinsentido de dejar sin casa a tanta gente cuando hay más de 5.000.000 de casas vacías en el Estado Español, y 30.000 en Euskal Herria convirtiendo así la abundancia en escasez?
- ¿Qué decir de nuestra Industria Militar (industria de la muerte) que acapara más de un tercio del total de los I+D+I, y para colmo constituye la principal fuente de nuestros inventos tecnológicos de occidente, del hombre blanco, cristiano y demócrata?
- ¿Qué decir, qué hacer, cuando sesenta millones de personas, sin parangón desde la Segunda Guerra Mundial son desplazadas por las guerras potenciadas por el Norte y nuestros consumos sin tope hoy?
Laura Torre en Hordago, n.º 24, escribe que, “en la vida todo debe encajar en la norma para ir siempre bien. Y cuando las normas nos aprietan hasta conseguir ahogarnos y nos salimos de ese ir bien, ser fuertes, y con sonrisa permanente…, nos patologizan.
Frente a los emprendedores, a los seguidores de la norma, el sistema nos encasilla como adocenados, vulgares, sin objetivos… empieza la estigmatización. Nos señalan, llaman loco, demente, chiflado, chalado, lunático, majareta, turbado, tocado, tronado, perdido.
Paul Bogajo, el entrevistador de Antonio Altarriba en Gara, frente a los locos, habla de los cuerdos, emprendedores…, “de los que nos hemos dado tan buena conciencia que, aunque reconozcamos que el mal existe, nos parece algo ajeno”.
En este mundo tan globalizado, interconectado, ¿qué pecado-perversión hay, en ese afán de no pecar personalmente y creernos limpios defendiendo principios sin mancharse las manos, pero beneficiándonos lucrativamente?
En los manicomios, cárceles, y CIES, lugares de aniquilación, campos de reclusión donde no existen las personas con derechos, no están los ricos sino las clases desfavorecidas, los superfluos, los críticos, los no necesarios…
Irrumpen nuevas leyes y disposiciones que persiguen a disidentes, excluidos, a quienes intentan inocular la culpabilidad de las sardinas frente a la impunidad de los tiburones. NO SOMOS ENFERMOS, NOS PONEN ENFERMOS.
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